Política

Análisis | La desastrosa gestión del ébola que exige responsabilidades

La ministra de Sanidad, Ana Mato. Imagen: EFE

Probablemente, los países ricos -España entre ellos a estos efectos- no tengan más remedio que repatriar a sus nacionales cuando son víctimas de epidemias tropicales como el ébola. Pero, ¿podía España abordar este caso?

Y más en nuestro caso, cuando los dos enfermos rescatados de África eran benéficos y abnegados trabajadores sociales. Es evidente que tales repatriaciones lanzan un mensaje terrible para los naturales de los países que padecen la enfermedad: los occidentales, cuando se contagian, tratan de salvarse marchándose precipitadamente del foco de la contaminación; sin embargo, no hay motivos suficientes para negar este socorro humanitario a los nuestros, máxime si el Norte opulento empieza a prodigar desde este momento las atenciones a las víctimas de la epidemia: los Estados Unidos, por ejemplo, han comenzado a enviar equipos médicos a los tres países infectados, Guinea, Sierra Leona y Liberia, atendiendo el llamado de Naciones Unidas, que ha puesto de manifiesto que si no se ataja el mal en su origen, la tragedia será pronto incontrolable. Nosotros todavía no hemos hecho el menor gesto en esta dirección solidaria.

En cualquier caso, cuando se decidió repatriar a los dos religiosos, se suponía que se contaba con los medios precisos. Es decir, que aunque el Carlos III había dejado de ser, en lo que ya se ve como un grave error histórico, un hospital de referencia para las enfermedades tropicales, se disponía de técnicas, especialistas y medios que garantizasen el éxito de la operación. Es decir, que se tenían garantías de que los repatriados podrían ser correctamente atendidos y de que no se produciría contagio alguno.

A la vista está que tales garantías no existían. Una auxiliar de enfermería que estuvo en contacto con los enfermos se ha contagiado, al parecer por el mal uso del traje protector. Después se ha sabido que las personas que estuvieron en primera línea en esta arriesgada misión no fueron adiestradas con la intensidad y el rigor necesarios, con lo que se ha producido un error trágico, que ni siquiera fue detectado en el momento de producirse ni registrado por las cámaras que en teoría debían haber filmado las operaciones.

El contagio ha permitido también conocer que no existió un seguimiento riguroso de las personas que estuvieron en contacto con el virus. Cuando la enfermera enfermó, contactó con el hospital del ébola, el Carlos III, ya con síntomas de fiebre, y fue desviada a la asistencia sanitaria ordinaria porque -se ha pretendido justificar- la fiebre no era alta. Ello ha dado lugar a otros riesgos de contagio que felizmente no se han confirmado pero que han aterrorizado a demasiada gente, desde conductores de ambulancia a vecinos y famliares de la contagiada e incluso a depiladoras profesionales que le prestaron servicio.

La desastrosa actuación de los políticos

La reacción ante este desastre ha sido vacilante, insegura y en algún caso sencillamente indignante. Es intolerable que algunos políticos hayan pretendido criminalizar a la víctima con el argumento de que no comunicó con precisión las características de su malestar, cuando como mínimo habría que manifestar un respeto absoluto a esta profesional que se jugaba la vida por atender a un semejante y que está en trance de perderla por ello. En casos como éste, nunca es lícito culpabilizar al abnegado por no haber atendido con rigor las reglas burocráticas de quien trata de disimular su ineptitud. Y no se entiende bien qué esperan quienes deben hacerlo para depurar responsabilidades, tanto para zanjar este lamentable episodio de ineptitud como para poner al frente de la toma de decisiones a personas con un mayor bagaje personal y profesional.

Con una celeridad digna de mejores causas, el presidente Rajoy ha salido a respaldar a su ministra, que ha naufragado desde la primera rueda de prensa, sin ver que nos estamos jugando bastante más que el prurito político de la mayoría: si no se ataja el problema con celeridad y competencia, podemos ver en pocos días cómo se hunde el negocio turístico. Las Bolsas han advertido en primer lugar del riesgo que corremos si nuestra sanidad se demuestra incapaz de garantizar la seguridad de nuestros visitantes.

El ébola ha puesto a prueba al país, y el país no ha estado a la altura. Los gobernantes, las instituciones y los ciudadanos deben tomar nota de ello y obrar en consecuencia.

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