
Artur Mas ha perpetrado este sábado un golpe de Estado al Estado. De Estado, por el peso que tendrán las consecuencias de esta Ley de Consultas instituida desde el Palau de la Generalitat, hoy 27 de septiembre de 2014.
Se trata, siendo generosos, de una paranoia desmedida y alimentada por los sueños de un hombre que ambiciona pasar a la Historia como el primer pensador que abrió camino a la inminente independencia de Cataluña, justo ahora que Europa se sumerge en una nueva recesión .
Definitivamente, Mas ha cruzado la línea roja. Bueno, la roja, la amarilla, la verde. Y Probablemente dos veces o tres. Porque ya no se sabe ni dónde está. Eso sí, entre su locura y su chulería tiene claro que conserva el respaldo de una parte muy relevante de la sociedad volcada en una idea que radica en el enfrentamiento a España -siempre es bueno tener un enemigo común- y, por otra parte, al alivio de gobiernos durmientes que han propiciado este escenario dantesco en el que hoy, todos, tenemos gran parte de responsabilidad.
Mala suerte ha tenido Gallardón con dar a conocer esta semana su dimisión. Es verdad que le ha hecho un roto a la agenda de Rajoy, aunque ahora cuenten que éste le pidió que no lo hiciera público el miércoles en el Congreso, coincidiendo con la sesión de control parlamentario. No en vano, el exministro de Justicia, amigo de protagonismos, se ha visto relegado a titulares de páginas pares. La detención del agresor sexual de Ciudad Lineal y el descabello de Artur Mas al país y a las instituciones le han desplazado del foco informativo.
Pero, infortunios de la vida, la actuación del último titular de Justicia ha puesto en evidencia la pésima gestión que el PP y el Gobierno hacen de los asuntos mayores en tiempos de crisis. Tampoco es que brillen mucho cuando tienen algo bueno que contar. Sin embargo, estos días, uno detrás de otro, se han coronado con una sucesión de ideas.
Huida a China
La primera de ellas, y más notable, ha sido la huida a China del presidente del Gobierno. China, esto es indiscutible, es una potencia mundial desde el punto de vista comercial y económico. Es algo más que un país emergente. Es el terror de Estados Unidos, y no digamos ya de Europa. ¡Cuidadito con el yuan y sus transacciones!, y esto no lo digo por el clan Pujol. Pero antes de poner rumbo a China, Rajoy debía haber sopesado la conveniencia del viaje, en este momento tan crucial.
No sé quién asesora al presidente. Quién le susurra lo que ha de hacer. No sé si el brujo Arriola le aconseja cada uno de sus pasos, como el bacín -el charlatán o enredador que dicen en algunos lugares de La Mancha- que siempre conduce a su señor en las historias de Shakespeare o de Calderón de la Barca. Dudo de que en el PP o en el Gobierno no haya nadie, al menos una persona, con el cerebro suficientemente despejado para ver qué estrategia utilizar quedando bien ante la opinión pública y no perdiendo votos al ritmo que ha cogido el todavía principal partido político español.
Rajoy, sí, no debería haber ido a China. Pero tampoco debería haberse prestado al décimo cuarto vídeo para expresar su opinión de los resultados de las elecciones en Escocia la semana pasada -por cierto, enlatado peor no se ha visto-. Ni debió informar a los españoles de la retirada de la reforma de la Ley del Aborto en un pasillo, paradójicamente, cuando se dirigía a hablar a los participantes de un Foro Internacional de Comunicación. ¡Tamaño despropósito! Y qué decir del pitorreo que se ha formado estos días con su ausencia mientras Leopoldo González-Echenique le hacía una peineta a RTVE y a sus mentores, y Artur Mas se hacía el interesante ridiculizando apuestas gubernamentales y periodísticas sobre la fecha de la firma del decreto de la consulta del 9 de noviembre.
Necesitamos un presidente para gobernar. Para sentir que no hay vacíos. Da igual su partido. Los presidentes son de todos los ciudadanos. El ciudadano ha de notar que hay alguien que piensa mientras un país sufre o padece. La consulta soberanista no es un tema baladí. No lo es tampoco el giro que ha dado el Gobierno en la reforma de la ley Gallardón. Ya veremos qué quita más votos. De momento, el Ejecutivo y el partido que lo sustenta en el Congreso tienen que reaccionar. Porque sus actuaciones, las de hasta ahora, sus anuncios, no han logrado ni un gramo de adhesión de ningún votante. No han amilanado en nada al president Artur Mas.
Y fíjese, señor Rajoy, aunque vivimos un esperpento o una obra del teatro de lo absurdo, la consulta puede ser su condena definitiva, pero también esa cuerda que le saque del pozo en el que se está metiendo y por el que se despeña su partido. Las formas son importantes. Una gestión apropiada, sin complejos, con determinación, y por favor, una declaración sin vídeos y en directo, y a ser posible con preguntas, podrían cambiar su destino, y también, no lo olvide, el destino de muchos españoles.