Política

La desobediencia civil, única opción para votar por la independencia en Cataluña

Manifestación a favor de la independencia de Cataluña. Imagen: EFE

Las últimas décadas han ofrecido una serie de procesos independentistas a la luz de los cuales es posible observar y comparar el de Escocia. Destaca el de Quebec, donde se ha seguido con especial atención la votación. En la provincia, territorialmente la más grande de Canadá con el 80% población francófona y un 9% anglófono, el movimiento nacionalista convocó dos referendos, en 1980 y 1995. En ambos casos la ciudadanía rechazó la secesión, en el último por un estrecho margen de tan solo 1,43 puntos porcentuales.

El Partido Nacional Escocés ha estado asesorado en los últimos años por los separatistas de Quebec. La primavera pasada el Partido Quebequés sufrió su peor derrota electoral en décadas. Y la derrota del separatismo escocés minimiza las posibilidades de una revitalización del mismo en Canadá.

En España interesa por el evidente efecto político del no de Escocia sobre la consulta popular del 9 de noviembre prevista en Cataluña. El impacto inmediato en el debate soberanista catalán se da en los argumentos y estados de ánimo colectivos así como en tácticas y estrategias políticas a corto plazo.

Efecto espejo

La celebración del referéndum ya es por sí misma una "lección" para las partes implicadas. Pese a diferencias sustanciales, existe lo que se ha dado en llamar el efecto espejo, por la cercanía de las consultas y la similitud de las demandas.

La principal divergencia: los ingleses reconocen a Escocia como nación, con soberanía propia. No es el caso de Cataluña, cuyo Ejecutivo autonómico ha tenido un largo debate con Madrid sobre la legalidad de la consulta que pretende realizar.

El Gobierno español tiene una razón de peso. De acuerdo con el artículo 155 de la Constitución, podría suspender "la autonomía regional si una comunidad no cumple con las obligaciones que le impone la propia Carta Magna u otras leyes", o si actúa de "forma que atente gravemente al interés general de España". Solo quedaría a los independentistas la desobediencia civil, votando de todos modos. Si optaran por no hacerlo, podría ocurrir que el presidente Artur Mas adelantara las elecciones y le diera al resultado un carácter de plebiscito.

Por esta tensión entre las autonomías (casos catalán y vasco, los más claros) y Madrid, se plantea la necesidad de reformas orientadas a dar mayor autonomía a las regiones. Incluso que se adopte un régimen federalista. Es posible encontrar salidas para que Cataluña, una región de 7,5 millones de habitantes, que aporta el 19% al PIB español y representa el 25% de sus exportaciones (así como la comunidad que tiene la deuda más alta en términos absolutos), no insista en su intento por escindirse del país. Hay espacio para eso, pues como dijo Mas: ";Los catalanes se han cansado del Estado español y no de España".

En cualquier caso, es evidente que la cuestión catalana obligará a un diálogo para buscar un camino que no termine en ruptura, sino en el fortalecimiento de las instituciones tanto catalanas como estatales.

Complejidad política

¿Puede el no interpretarse como una desautorización de la secesión en la UE? La consulta escocesa ha mostrado nuevamente la complejidad política del nacionalismo periférico. Los casos específicos de Cataluña y Escocia no son nuevos, si bien la difícil situación de Europa y sus instituciones ha contribuido a que las voces separatistas adquieran la vigencia que antes no tenían.

En el caso del sí Bruselas hubiera aplicado, probablemente, la doctrina del "excepcionalismo pragmático", la adaptación institucional y jurídica a las circunstancias. Baste recordar casos como el de Groenlandia y la reunificación alemana. En todo caso hubiera sido una apuesta arriesgada en términos de construcción europea. Con Cataluña y Escocia sale a relucir uno de los grandes problemas de la UE. A saber, la tensión entre estructuras supraestatales poco afianzadas y realidades territoriales en busca de encaje. Entre estas dos fuerzas se encuentran unos estados que gozan aún de buena salud reticentes a desprenderse de sus competencias. No se ha dado todavía la esperada absorción por parte de la UE de facultades nacionales. La transferencia de poder a Bruselas es insuficiente, lo cual es una razón de peso por la que Escocia, Cataluña y regiones como el Véneto, Flandes, etc. quieren convertirse en estados.

Los gobiernos de los estados piensan cada vez menos en el proyecto común. Y es un hecho que el nivel supraestatal no está funcionando como debería. La creación de un nuevo Estado se considera, equivocadamente, como una gran oportunidad para hacer las cosas mejor. No obstante, es potenciando la eficacia de las esferas supraestatal y local como se supera la actual crisis de representatividad de los dirigentes.

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