
Una página difícil de arrancar. Así se subtitula el libro de memorias de Alfonso Guerra. El hombre que, junto a Felipe González, fue el artífice de la Transición desde el PSOE. El vicepresidente que tuvo en sus manos el máximo poder del Gobierno y del partido, y que en la tarde del pasado martes, durante la reunión del Grupo Parlamentario Socialista volvió a escribir otra página difícil de arrancar para atrapar el "sí" casi unánime de la oposición mayoritaria a la Ley de Abdicación, y con ella a la Monarquía y al nuevo Rey Felipe VI.
Porque fue la voz de este socialista sin fisuras la que, a tenor de los comentarios de la mayoría de asistentes, resultó finalmente decisiva para evitar que las fisuras abiertas tras el naufragio de Rodríguez Zapatero, terminarán por desguazar la nave comandada por Alfredo Pérez Rubalcaba en una de las votaciones más trascendentes de la reciente historia de nuestro parlamentarismo.
"El PSOE no puede orientar sus actuaciones por razones coyunturales. El PSOE no es así", se oyó decir a Alfonso Guerra cuando algunos en la bancada socialista empezaban a calentarse de republicanismo y a pedir una libertad de voto que nunca reclamaron para cuestiones más perentorias y de mayor repercusión social.
Y fue esa misma voz firme, la "mas libre del socialismo español", como la definieran sus afines, la que tuvo que recordar a sus señorías socialistas el sentido de la votación que iba a producirse al día siguiente, explicarles que "hay que ceñirse al orden día" y que el debate entre monarquía y república en ese momento no era sino "oportunismo" y un sin sentido, porque "la Mesa (del Congreso) no puede admitir a trámite esto cuando el objeto es otro".
Pero no sólo apeló al reglamento Alfonso Guerra, también a la historia, que algunos dan la impresión que desconocen, y a la razón de Estado que otros parecen olvidar. "El PSOE de Pablo Iglesias con su programa de máximos no incluyó a la República. Sólo colaboraron con los republicanos cuando no hubo otra forma de asegurar la soberanía popular", les recordó antes de invitarles a analizar "las diferentes etapas de la Segunda República: burguesa, obrera, derecha, guerra", para concluir aseverando que "yo no me identifico con casi ninguna".
Una expresión reveladora que acompañó de una declaración tajante respecto al acuerdo constitucional: "El PSOE no se ha planteado cambiar el pacto ni en el Congreso ni en el Senado". Convicción que argumentó asegurando que "sin ocultar nuestra opción de Gobierno, la Monarquía es más estable, más serena", aunque eso sí, advirtiendo que "si en un momento determinado la Monarquía dejase de respetar la democracia nos lo replantearíamos".
Sin pelos en la lengua, como siempre ha sido, volvió a referirse al relevo de don Juan Carlos, para hacer ver a sus compañeros de partido y de grupo parlamentario el "absurdo" del voto negativo a la Ley Orgánica de Abdicación: "Y si no estuviera en sus cabales, le decimos que siga", preguntó.
"El último proyecto serio"
En cuanto a la razón de Estado, Alfonso Guerra se pronunció con idéntica contundencia y desde el mismo e inequívoco respeto a la Constitución.
Los socialistas "apoyamos el conjunto de aquella Constitución Española, salvo que cambien las premisas de actuación de la Monarquía", dijo, antes de retrotraerse hasta aquel año 1978, durante los meses en los que el propio Guerra era la cabeza del PSOE en la negociación política del consenso constitucional con UCD, para resaltar que entonces el PSOE presentó un voto particular sobre la forma de Estado "y lo perdimos, pero lo respetamos".
Finalmente, no faltaron alusiones al interés de España y del PSOE en su alegato. "No podemos dejarle al PP la defensa de la Constitución Española, que no es la suya. No podemos perder la coherencia de los principios, porque estaríamos derribando el último proyecto serio". Son palabras de Alfonso Guerra y son palabras de coherencia.