Política

Análisis | El suspense de Rajoy: ¿estrategia o arrogancia?

Mariano Rajoy, presidente del Gobierno español.

La recién celebrada intermunicipal del PP, una amplia reunión de alcaldes populares, ha pasado por alto las discrepancias y el malestar de fondo que ha suscitado en amplias capas de la sociedad y del partido la reforma del régimen local mediante la controvertida ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local; de hecho, hay preocupación en Génova por la reforma local que está preparando la Xunta gallega, con el fin de desactivar la norma estatal que prohíbe a las corporaciones prestar servicios sociales, educativos y sanitarios? Y que está siendo prácticamente inaplicada en Cataluña. La proximidad de las elecciones europeas del 25 de mayo ha obligado a centrar la reunión popular en este asunto, aunque con una peculiaridad desconcertante.

En efecto, cuando faltan menos de cincuenta días para esa consulta, los populares están ya abiertamente en campaña electoral? aunque sin candidato todavía que oponer a la socialista Elena Valenciano y a los de los restantes partidos. Y, sin embargo, ya no hablan de otra cosa, y exhiben todo un aparato estratégico-publicitario para tratar de vencer a sus contendientes.

Rajoy ha sido enfático en su apelación a la relevancia de estas elecciones: "A veces no nos damos cuenta de lo que significa Europa en nuestras vidas, pero el setenta por ciento de la legislación española es legislación europea", ha dicho en Valencia el jefe del Ejecutivo antes de recordar que el déficit depende de Bruselas y el control de las entidades dependerá del Banco Central Europeo.

"Vamos a ganar las elecciones europeas. Las vamos a ganar", ha declarado Rajoy antes de puntualizar: "Aquí y en toda España". La importancia de las elecciones contrasta con la desidia a la hora de cubrir las plazas de la lista electoral.

Sin explicaciones

La inexistencia de candidato no se ha explicado. Y los analistas hacemos cábalas sobre la verdadera razón por la que Rajoy demora la designación del cabeza de lista. Algunos afirman que se trata de una estrategia premeditada, aunque ninguna de las que se describen parece tener sentido (se dice, por ejemplo, que este retraso desorienta a los contendientes y retrasa el debate, lo cual, según los asesores áulicos de Rajoy, beneficiaría al PP).

Entre las filas populares, hay división de opiniones, aunque el silencio es sepulcral (nunca fue más cierto aquello de Alfonso Guerra de que "el que se mueva no sale en la foto"): una parte de la militancia acepta sin rechistar esta demora pero otra parte de ella ha comenzado a irritarse, toda vez que interpreta el silencio como un gesto de arrogancia de Rajoy, que no sólo se reserva para sí todo el poder interno sin la menor concesión sino que juega con sus seguidores, a los que mantiene inútilmente en vilo, como si quisiera demostrar que es dueño hasta de la arbitrariedad. Sus declaraciones del jueves en Bruselas en las que dijo que él no está encima de este asunto sonaron a burla en la propia cara de los populares.

En realidad, es lamentable que los dos grandes partidos, PP y PSOE, hayan seleccionado al candidato europeo del mismo modo: mediante la designación directa del líder. No sólo no ha habido alguna forma de participación de las bases: tampoco se ha debatido la cuestión mínimamente en la cúpula. No es extraño que la afiliación decaiga, la abstención suba y la desafección de los ciudadanos hacia las organizaciones partidarias se dispare. Y si a ello se añade esta irritante parsimonia, quizá el PP termine llevándose una desagradable sorpresa.

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