Política

El análisis |La tercera muerte de Adolfo Suárez

Adolfo Suárez. Imagen de EFE

Esta tercera muerte de Adolfo Suárez, tan reciente todavía, es la última y definitiva. Atrás quedan, en perspectiva histórica, las otras dos muertes anteriores que quizá hayan sido solo dos ensayos previos para este telón final. Fueran muertes previas o ensayos para esta despedida, lo cierto es que marcaron tres tiempos muy distintos en su vida. EN DIRECTO | Todas las reacciones a su muerte.

Un político de pura raza y con un estilo de nuevo cuño, transitó primero por las estructuras del poder tardofranquista que él mismo llegaría después a liquidar. Es demasiado fácil señalar ahora en pocas líneas algunos hechos de importancia capital que se sucedieron a ritmo vertiginoso desde que asumió la presidencia del gobierno en julio de 1976.

Pero hacerlo en aquel clima de desconfianza general, bajo la atentísima mirada internacional, con la enemistad de la derecha y la izquierda radicales, con el Ejército en posición de tutela, como guardián armado de las esencias guerracivilistas y con un terrorismo de máxima intensidad, fue una labor heroica de primer orden, que hoy, en la distancia, parece desdibujar sus áridos perfiles.

En menos de un año, en once meses, se proclamaron dos leyes de amnistía, la primera a los pocos días de llegar al poder, y, la segunda, que solo excluyó delitos de sangre, unos meses más tarde. Se aprobó la Ley de Reforma Política, la llave que permitió desmontar el franquismo pieza a pieza, poder a poder, para ir de la ley a la ley, pasando por la ley; una reforma sometida luego a referéndum para que ganara toda la legitimidad posible; se suprimió el Tribunal de Orden Público, de infausto recuerdo y expresión máxima de una dictadura que todavía jugaba con la pena de muerte en los estrados; se reguló el derecho de huelga; se hizo cenizas y se aventó para siempre el Movimiento Nacional; se legisló la defensa de la libertad de expresión; se ratificó el convenio de la OIT sobre libertad sindical y se celebraron elecciones generales libres por primera vez en casi medio siglo. En menos de un año, en once meses. Por primera vez, España no fue un país cainita de vencedores y vencidos, de exilios interiores y exteriores, de buenos y de malos.

Las dos primeras muertes

El 29 de enero de 1981 dimite rodeado de tiburones que quieren despedazarlo. Funda el Centro Democrático Social y es elegido diputado en varias legislaturas hasta que en 1991 abandona la política al confirmar los pobres resultados electorales de su formación. Y esa fue su primera muerte, una muerte política injusta porque tenía que seguir vivo después de las traiciones, de los acosos, de la ingratitud, de la incomprensión y del daltonismo moral de muchos de sus colaboradores y de sus enemigos.

La segunda muerte vendría en 2003, en Albacete. Allí apareció por última vez en un acto público. Después, el silencio y la muerte intelectual, también terrible, arbitraria como todas las muertes, cuando dejó de saber quién era, quiénes eran los que estaban a su lado, quién había sido él mismo. Esa muerte interior fue como ir desconociéndose, desentendiéndose de sí mismo cada día, echando al olvido cuanto había ocurrido antes. La enfermedad neurodegenerativa se apoderó de él para echar un velo de olvido sobre el pasado, para dejar en blanco su memoria. Quizá fue un antídoto, un sistema de protección que le sirvió para acabar con el recuerdo de las deslealtades, de las traiciones, de la muerte de su esposa y que le evitó conocer la terrible noticia de la muerte de su hija Marian.

Muerte física

Después de esos dos ensayos previos, esta tercera muerte, la física, la de ahora mismo, es ya definitiva. Al rito funerario de hoy se suma un coro de voces probablemente unánime. En el centro (ese lugar que le fue tan propio) un nutrido grupo de amigos viene a despedirle. Pero no solo algunos, sino todos sus amigos, los buenos y los malos. Malos amigos que le dicen adiós. Pero Suárez sabía también que a los malos amigos hay que despedirlos en vida. Como él hizo. Apartándose de todos y de todo, renunciando a apadrinar la historia reciente de España, escapándose de los homenajes que tanto tienen de impostura y falsedad, dejando en blanco sus memorias.

Ahora, sea lo que sea lo que haya al otro lado, quizá en menos de un año, en once meses, todo vaya a ser reformado. Así que, para cuando nosotros lleguemos, Suárez habrá cambiado también allí las estructuras de siempre por otras más amables, más libres, más democráticas. Sea lo que sea lo que haya al otro lado, en once meses será más libre y mejor. Ahora sí, ahora sí, quizá sea posible confiar en la eternidad como en un buen proyecto para cuando tengamos que salir de aquí.

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