
Los distintos bandazos ideológicos que ha ido experimentando el Partido Socialista Catalán, que pasó de ser un partido centrista, a una formación capaz de formar gobierno con ERC, han desembocado en un desencuentro interno que cuestiona sus siglas y plantea muchas dudas. El Parlament pide competencias para poder convocar consultas. Hoy, el PSC se podría convertir en la cuarta fuerza política si expulsa a sus críticos.
En Cataluña, la cuestión nacional forma parte del núcleo duro ideológico porque la autonomía fue un elemento esencial de la recuperación de las libertades con la Constitución de 1978. Y porque Cataluña ha tenido siempre noción de su identidad diferencial, aunque nunca haya sido un Estado independiente.
Desde este punto de vista, el PSC, que hasta la débacle de 2011 fue la primera fuerza catalana en las elecciones generales (no así en las autonómicas), ha sido un partido centrista desde su fundación en 1978 porque se definía a sí mismo como catalanista, es decir, celoso de la preservación de la identidad diferencial catalana aunque sin veleidades independentistas.
Todo esto fue así hasta 2003, cuando el PSC tomó la polémica decisión de aliarse con Esquerra Republicana de Cataluña para alumbrar el tripartito (la tercera fuerza era la anodina Iniciativa per Catalunya, heredera lejana del histórico PSUC). Maragall impulsó al PSC a posiciones cercanas al nacionalismo, lo que, lógicamente, ocasionó a medio plazo la defección de la clientela no nacionalista de centro-izquierda (la organización Ciutadans fue en realidad un escisión del PSC en sus orígenes). Creció el sector llamado ?catalanista? del PSC y, como era de prever, comenzó la rivalidad entre ese sector y el resto del partido. La convivencia entre ambas sensibilidades fue posible en tanto la independencia no se planteó con crudeza en Cataluña. A partir de este momento, la ruptura era tan previsible como inevitable.
Y esa ruptura acaba de producirse. Tres diputados han votado con los nacionalistas la proposición de ley que permitiría transferir a las comunidades autónomas la convocatoria de referéndums mediante el artículo 150.2 de la Constitución. Otro más ?el alcalde de Lérida- ha abandonado el escaño para no entrar en contradicción consigo mismo ni con su electorado. Otros más han dimitido de la ejecutiva en protesta por la alineación oficial del PSC. Una alineación que no es capricho de la actual dirección sino que fue acordada democráticamente con gran rotundidad.
Adopción de la vía federalista
En efecto, después de que el primer secretario, Pere Navarro, pactara con el PSOE la adopción de la vía federalista para contrarrestar la eclosión independentista, el Consell Nacional del PSC, máximo órgano entre congresos, tomó una postura unívoca y clara. El pasado 11 de noviembre y en votación secreta, el 83,5% de los asistentes -258 de 309 miembros- se manifestó contrario a que el Parlament catalán pidiese el traspaso de competencias para celebrar referendos. Quedó establecido que aquella decisión vinculaba a todos los miembros del PSC y que cualquier desviación tendría consecuencias.
La desviación se ha producido obviamente, y la solución será quirúrgica. Pero al fin el PSC, que es una formación socialdemócrata que en Cataluña representa al PSOE, saldrá de su esquizofrenia. Es posible que los disidentes monten otra organización ?ya lo han insinuado-, pero el intento resultará seguramente fallido: el independentismo ya tiene sus residencias bien establecidas. Y el centro-izquierda catalán no nacionalista superviviente de la escisión podrá recuperar su estabilidad y seguramente recuperará a parte de la clientela perdida.
Lo grave del caso es que la ruptura del PSC es un trasunto de la ruptura social que experimenta la sociedad catalana. Una vez que el independentismo, que fue una utopia durante mucho tiempo, se ha convertido en un objetivo, la fractura entre partidarios y adversarios se ha hecho profunda y ya no permite conciliar posiciones. Y la fractura del PSC es la misma que experimenta la sociedad catalana, donde hay aproximadamente un 50% de partidarios de la independencia y un 50% de partidarios de la continuidad de Cataluña en el Estado. Éste es el drama: se ha abierto el abismo cuando no es posible pasar al otro lado.