
Pocas veces un mandato presidencial muestra como el actual un balance tan ambivalente, en el que se pueden deslindar con un bisturí los aciertos y los desaciertos de planteamiento y de gestión. ¿Podrá sobrevivir Rajoy a otros dos años de ambivalencia? El PP se olvida de sus promesas y se reparte con el PSOE el CGPJ
En efecto, sin duda se puede y se debe atribuir a Rajoy el mérito de haber encarado con decisión la crisis y de haber aplicado la terapia que, aunque impuesta por nuestra pertenencia europea, requería afrontar la impopularidad que siempre generan las medidas radicales de ahorro público o de sobrecarga fiscal.
Sortear el rescate
Las políticas aplicadas, aunque opinables en sus distintos matices ?no se ha acallado la polémica sobre la gradación de subidas fiscales, que probablemente se pudo hacer de otra manera-, ha permitido con claridad sortear el rescate y superar la crisis de deuda. Y ésta era la misión que a buen seguro encomendaron a Rajoy los atribulados ciudadanos que le votaron hace dos años, viendo cómo se hundía el suelo bajo sus pies en la peor crisis que hemos padecido en democracia.
En este marco, se pueden incluso entender ciertas reformas, como la Laboral, que pecan de excesivas porque laminan demasiados derechos irrenunciables pero que han servido para restituir la confianza de los inversores y para facilitar en momentos excepcionales el esfuerzo de los empresarios y los emprendedores. Lo que no significa que no haya que volver en parte atrás cuando pase el turbión.
Dudosa gestión de la mayoría
Pero frente a estos aciertos, capaces de justificar la tarea de toda la legislatura (sobre todo si se atina a consolidar la recuperación a partir de ahora), el Gobierno y el PP han gestionado de forma bastante más dudosa la mayoría absoluta de que disponen, y que, en lugar de servir para modernizar y estabilizar el país, introducen elementos sectarios de naturaleza ideológica que no sobrevivirán a los primeros vaivenes de la alternancia, cuando ésta se produzca antes o después.
El ejemplo probablemente más claro es el de la Educación, ese servicio público precario que requiere una revisión a fondo de los procedimientos más que la aplicación de más recursos ?estamos sobre la media europea en gasto por alumno-, y que sin embargo acaba de entrar de nuevo en la vorágine de la confrontación ideológica. Es posible que los cambios conceptuales que se han incorporado vayan a mejorar el aprendizaje y a reducir las tasas de fracaso y abandono que son insoportables, pero el proyecto se ha teñido tanto de ideología que es evidente que proseguirán las mudanzas a cada cambio de mayoría política en el Parlamento. Y algo semejante sucederá con la reforma de la Justicia y con la reforma de la Seguridad Social si el Gobierno se obstina en reformar las pensiones al margen del Pacto de Toledo.
En definitiva, Rajoy ha cumplido con el encargo que el electorado le encomendó en 2011. Pero no va bien encaminado en la modernización de este país en un clima de consenso que haga perdurables las reformas y conceda estabilidad estructural al futuro a medio y largo plazo.