
La infrecuencia de las apariciones públicas del expresidente ha provocado la expectación: Zarzuela se ha congratulado del retorno, sus conmilitones andan desconcertados pensando qué trama el intemperante líder que designó a Rajoy; Rajoy, con la mosca tras de la oreja, ve nuevas confabulaciones en su contra a cada paso; y los miembros mas exóticos de la famita mediática especulan y conspiran como de costumbre. El Tsunami: Montoro y Aznar hacen las paces
En los últimos días, Aznar, muy retirado de la vida política y recluido en FAES y en los negocios que lo vinculan a importantes compañías, ha reaparecido en al menos dos ocasiones: en la recepción del Palacio Real el día de la Fiesta Nacional y poco después en San Sebastián, presentando como un clandestino un libro de víctimas del terrorismo con la heterodoxa María San Gil y otros simpatizantes, y sin la presencia de las fuerzas vivas del PP en Euskadi.
La portada de Pedro J. en la que podía leerse con tipografía muy destacada Un gran discurso de Aznar en un momento crucial ha sido de las más inefables de quien tiene la impagable habilidad de hundir indefectiblemente a todos aquellos a quienes presta su apoyo incondicional.
En esta ocasión, el mérito del prócer así elogiado se resumía en la construcción de una frase sagaz: "Hay que poner fin al desfalco de soberanía nacional por parte del nacionalismo", una severa admonición a Rajoy que probablemente ha quitado el sueño al Elegido, que mereció en su día recoger el testigo sucesorio.
La gran pregunta, ahora, es a qué ha vuelto Aznar. Ya se sabe que no a hacer política, dado que no tiene seguidores suficientes ?los partidos son así de ingratos-, por lo que habrá que pensar que su presencia recurrente tiene algún objetivo de carácter ético o, cuando menos, estético.
No parece que, pese a sus crípticas advertencias, pretenda reencaminar el problema vasco, que ya ha perdido fuelle una vez que en dos años no se ha reiterado la violencia por parte del Movimiento de Liberación Nacional del País Vasco. Tampoco es probable que Aznar aspire a orientar la solución del problema catalán influyendo de algún modo en aquellos nacionalistas conspicuos que le permitieron gobernar a cambio de grandes concesiones en 1996. Más bien diríase que su preocupación estriba en los negros presagios que envuelven al PP, que está ya electoralmente muy lejos de la mayoría absoluta de que disfruta.
Fin de etapa
Lo mismo que el PSOE, también sin fuelle, disminuido y bajando. Todo lo cual dibuja un panorama muy turbio, 'a la italiana' de la posguerra mundial y antes de la reforma. Y eso sí que debe preocupar a los venerables patriarcas que se consideran vinculados a los hitos fundamentales del sistema.
En algunos mentideros madrileños se dice que González, Aznar, y una cohorte de exministros y expersonajes de toda guisa se reúnen estos días en los más variados conciliábulos para pergeñar pactos, proyectos, renaceres y resurrecciones que, infortunadamente, van a ser muy difíciles de implementar.
Lo cierto es que hay un aire de fin de etapa colgado del éter que proviene de la mediocridad de los de hoy, aunque hunde sus raíces en la arrogancia impenitente y un tanto vacía de los de ayer.