
los españoles poco patriotas usan las sociedades gibraltareñas para sus negocios y los gibraltareños más adinerados viven tranquilamente en España largas temporadas disfrutando del privilegio fiscal que les concede el pasaporte británico. En este país, los abscesos patrióticos son imprevisibles, pero ya es casualidad que este arrebato llegue en medio del 'caso Bárcenas'. Margallo introduce el debate de la soberanía de Gibraltar en el 'The Wall Street Journal'
Todo empezó, parece, con la decisión gibraltareña de arrojar al mar, en la orilla occidental junto a la pista del aeropuerto, de setenta bloques de hormigón en una zona frecuentada por los pescadores españoles.
En teoría, el Gobierno de Picardo ?un personaje que es, a fin de cuentas, el gestor de un puerto franco- pretendía crear un arrecife para regenerar la fauna de la Bahía de Algeciras e impedir de paso el uso de arrastreros.
España ha denunciado el hecho con trazo grueso: "violación del derecho internacional en aguas españolas", "violación del derecho de la UE y sus normas medioambientales", "delito medioambiental" y "delito penal". España no ha mencionado la palabra 'arrecife': en las quejas oficiales, Gibraltar lanza al mar bloques de hormigón "con pinchos de acero" para impedir que faenen los pescadores españoles que lo han hecho en el lugar desde tiempo inmemorial.
La realidad es más matizada: por una parte, la Junta de Andalucía ha sido la primera (empezó en 1989) en ver la necesidad de crear arrecifes artificiales a lo largo de la costa andaluza para regenerar caladeros agotados; y no hace falta decir que el movimiento ecologista está en contra de la pesca de arrastre. Por otro lado, el arrecife de Gibraltar no fue una ocurrencia clandestina: se debatió largo tiempo antes de su puesta en ejecución. Y no se comunicó a España porque no hay canales abiertos de comunicación.
La caja de los truenos
Había interés en caldear el conflicto. Y esta medida unilateral, sin duda inamistosa, de Gibraltar, ha abierto la caja de los truenos: hemos caído súbitamente en la cuenta de que Gibraltar vive de su singularidad geográfica y económica, ha sido hasta hace poco un paraíso fiscal ?ya está borrado de la lista comunitaria- y aún mantiene bastantes de sus características, y es un foco de contrabando. Además, los españoles poco patriotas usan las sociedades gibraltareñas para sus negocios y los gibraltareños más adinerados viven tranquilamente en España largas temporadas disfrutando del privilegio fiscal que les concede el pasaporte británico y su condición de no residentes.
En este país, los abscesos patrióticos son imprevisibles, pero ya es casualidad que este arrebato llegue en medio del 'caso Bárcenas', con el presidente del Gobierno contra las cuerdas por unos hechos gravísimos que afectan a su partido y que resultan especialmente hirientes por tener lugar cuando la situación económica del país es catastrófica. En cualquier caso, nuestra diplomacia ha optado por enfrentarse a Londres, sin pararse a pensar, quizá, que los británicos tienen la mejor diplomacia del mundo, además de una influencia envidiable en todas partes.
La mediación de la UE
Bruselas he entrado en el asunto con evidente desagrado, tratando de ser equidistante pero sin ocultar, de primera intención, que la idea de un peaje a las puertas de Gibraltar sería a todas luces ilegal. Con seguridad, las instituciones europeas intentarán una mediación racional en el conflicto, que desde luego ha de tener en cuenta que Gibraltar es un territorio comunitario aunque no esté en Shengen. Pero si Bruselas llega a sospechar que España pretende mantener abierto artificialmente el conflicto como maniobra de distracción, su reacción puede llegar a ser implacable, hasta el punto de dejar en ridículo la posición desaforada de Madrid.
La solidez del Reino Unido debería habernos convencido hace tiempo de que España no logrará cambios en el estatus de Gibraltar si no se avienen a ellos los habitantes del Peñón. La idea de la soberanía compartida, que pareció posible cuando la negociaron Blair y Aznar, ni se llegó a plantear en cuanto se atisbó la hostilidad de los 'llanitos'. De modo que lo inteligente no es mantener a toda la costa la conflictividad en torno a la anómala situación colonial sino sacar el mayor rendimiento posible, dentro de los límites legales, a la irregularidad gibraltareña, que proporciona pingües ingresos a toda la zona. Y fiar a un futuro en común el desenlace de un contencioso que no se resolverá mediante pataletas, algaradas o reconcentraciones nacionalistas.