
La visión más lúcida de la cuestión gibraltareña la dio Manu Leguineche en su libro 'Gibraltar: la roca en el zapato de España', que apareció en octubre de 2002, pocos días antes del referéndum con que los llanitos condenaron al fracaso el llamado proceso de Bruselas, que había arrancado en 1985, en el marco de las negociaciones españolas de ingreso en la CEE, que contemplaba un diálogo permanente entre Londres y Madrid para hablar de todo, incluida la soberanía.
En 2001, ambos países anunciaron un principio de acuerdo que se basaba precisamente en la soberanía compartida, y que nunca llegaría a ser firmado, precisamente a causa de la mencionada consulta, que arrojó un resultado arrollador a favor del mantenimiento del statu quo.
La realidad es que el franquismo, con su exigencia legítima de devolución de la colonia -inició el procedimiento en Naciones Unidas al principio de los sesenta del pasado siglo-, había generado un rechazo frontal de la población gibraltareña, que cobró conciencia de su importancia estratégica con la Segunda Guerra Mundial.
El ministro Castiella, que ideó incluso establecer una barrera de globos aerostáticos fijos para impedir el uso del aeropuerto de Gibraltar (peregrina ocurrencia rechazada por Franco), cerró la frontera terrestre en 1969, y no se volvió a abrir hasta que González ganó las elecciones en 1982.
Las ventajas de ser Gibraltareño
Para entonces, los gibraltareños ya habían entendido que sus ventajas con respecto al entorno su renta era varias veces superior a la del Campo de Gibraltar- se basaba precisamente en su singularidad aunque dejasen de habitar un paraíso fiscal. De hecho, Gibraltar ya ha sido borrado recientemente de la ominosa lista de tales refugios fiscales.
Los intentos de Moratinos de seducir a los llanitos no llegaron a buen puerto. El ministro de Exteriores de Zapatero auspició la creación del 'Foro Tripartito de Diálogo sobre Gibraltar', formado por los gobiernos de España, Reino Unido y Gibraltar, de cuyos trabajos resultó el anuncio el 25 de julio de 2006 de un acuerdo sobre el uso conjunto del aeropuerto, pensiones, telecomunicaciones y tránsito del puesto fronterizo; las buenas intenciones no llegaron a plasmarse.
Moratinos llegó a viajar al Peñón en julio de 2009, en medio de grandes protestas de la oposición española y gibraltareña pero nada se consiguió: continuaron las fricciones y los incidentes, casi siempre a causa de la disputa por las aguas territoriales, cuya cesión no consta en el Tratado de Utrecht de 1713 por el que España cedía la soberanía sobre la Roca, que le había sido arrebatada en 1704, en plena Guerra de Secesión.
El último incidente ha estado provocado, como se sabe, por el lanzamiento al mar por los gibraltareños de bloques de hormigón con los que generar un arrecife artificial, de los muchos que hay ya en la costa andaluza. Pero los pescadores españoles han interpretado que se trata de un impedimento para que sigan tendiendo sus redes en la proximidad de la colonia. Y el ministro de Exteriores español ha reaccionado airadamente, echando leña al fuego.
El ministro García Margallo ha tenido una fijación con Gibraltar desde que, minutos después de conocerse su nombramiento, saludó al eurodiputado británico Charles Tannock con un "Gibraltar español". Poco después dijo aquello de "se acabó la broma de Gibraltar", y remachó más tarde el clavo con un "jamás pisaré el Peñón hasta que ondee allí una bandera española".
La amenaza de Margallo
Ahora, ha lanzado a los guardias para que pongan impedimentos que dificulten el paso de la frontera ?hasta siete horas de cola han tenido que padecer los transeúntes- y ha amenazado con un peaje de 50 euros para quienes crucen la frontera. Lógicamente, el ministro principal de Gibraltar ha hablado de "ruido de sables" y ha evocado al franquismo.
No hace falta decir que este clima no beneficia nadie. Los equilibrios socioeconómicos del Campo de Gibraltar se basan en la fluidez de las relaciones con la Roca. Y no sólo los pescadores sufren con la tensión: toda la población española de la zona depende económicamente de la colonia británica. Con la que habría que mantener hábilmente las mejores relaciones posibles.
No es en fin el momento de alardes patrióticos sino de inteligencia negociadora y de habilidad diplomática. Y en cualquier caso, antes de tensar la cuerda convendría recordar que El Reino Unido y España son socios en la Unión Europea y en la OTAN; por lo que hay que evitar la puerilidad de esos conflictos menores que nos dejan materialmente en ridículo.