
La ejecutiva socialista ha realizado hoy algunos ajustes nominativos para salir al paso del garrafal error de Ponferrada, que, como ya es habitual en los grandes partidos españoles, se ha saldado sin dimisiones, sin verdaderas asunciones de responsabilidad, sin que nadie aceptara el error como propio ante una ciudadanía que pasa sin solución de continuidad de la indignación al estupor.
Óscar Lopez recibe una testimonial y tácita reprimenda, Elena Valenciano queda encargada de la coordinación, Jáuregui es llamado para que desarrolle sus supuestas dotes de conciliación, y Griñán, de nuevo contra las cuerdas en Andalucía, reconoce que no es el momento de grandes mudanzas y acepta a regañadientes la conveniencia de que Rubalcaba siga para que el PSOE no entre en barrena...
Sin acabar de ver que el verdadero riesgo de crisis irreversible acontece ahora, cuando la sociedad desolada no percibe respuestas del principal partido de la oposición, ni el menor indicio de que pueda llegar a haberlas en el futuro inmediato.
Lo de Ponferrada es un prueba elocuente de falta de reflejos que resulta inhabilitante para todo el aparato, que hubiera podido abordar el problema con fundamento y acierto tan sólo leyendo la prensa de los días inmediatamente anteriores a la moción de censura, que alertó cumplidamente del disparate que se estaba tramando con la aquiescencia incomprensible del aparato.
Pero lo de Cataluña -la rebelión del PSC- y lo de Galicia -la imposición de primarias contra los estatutos del partido- son ya pruebas de que en las bases se ha empezado a entender que han pasado los tiempos de los viejos partidos esclerotizados y oligárquicos en que una secuencia de políticos profesionales elegida por cooptación iba marcando pautas y estrategias, guiando al rebaño partidario, actuando con plena autonomía con la sola condición de someterse cada varios años -tres o cuatro- al engorroso trámite de los congresos que nunca deparaban sorpresas.
En el futuro, tras el fracaso de la política ante la gravísima crisis económica y financiera, los partidos deberán abrirse a toda la sociedad, organizarse de puertas afuera, celebrar primarias entre militantes, electores y simpatizantes tanto para proveer los cargos internos cuanto para elaborar listas, confeccionar programas y elegir candidatos.
La actual introspección de PP y PSOE es terminal, agónica. Y la ciudadanía toma nota de las sucesivas y constantes dejaciones de estas fuerzas necrosadas: una vez más, la aséptica UPyD ha tenido que tomar la iniciativa frente a Caja Madrid y si ya presentó la primera querella que judicializó el caso, ahora se ha querellado nuevamente contra los altos cargos que se adueñaron de más de 71 millones de euros en cuatro años. PP y PSOE, que mangoneaban la institución, han debido soportar el sonrojo en silencio.
De momento, PP y PSOE reúnen en términos de intención de voto poco más del 45% de los electores según encuestas fiables. El PSOE, que ya obtuvo el peor resultado de su historia en este régimen el pasado noviembre de 2011, andaría ahora por los 80 escaños. Y la cúpula socialista se empeña en "preservar la estabilidad" para evitar males mayores. ¿De qué estabilidad se habla si tras el aparato no quedan ya ni fuerza, ni ideas ni energía?