
Ana Botella, la alcaldesa de Madrid, una política tardía que por razones evidentes tiene una dificultad especial a la hora de medir su propio nivel de incompetencia (todos los tenemos, y a la mayoría de mortales la vida nos lo suele mostrar con rudeza), ha dado unos pasos más en su viaje circular hacia ninguna parte, creyendo que se alejaba de la tragedia del Madrid Arena, que ha marcado de forma indeleble su carrera política y que terminará expulsándola de la vida pública.
La jugada estratégica, dos meses después de aquel siniestro macabro que costó cinco vidas, la alcaldesa de Madrid ha destituido al vicealcalde, al parecer íntimo amigo del empresario que organizó la infausta fiesta de Halloween en que se produjo la tragedia (en realidad, Botella le ha permitido disfrazar la destitución de dimisión).
Villanueva, de guardia aquel día, salió con prontitud a los medios a manifestar que el local no había excedido el aforo y mostró para atestiguarlo un mensaje del propio empresario. Con independencia del extraño afán de exculpar prematuramente a quien en principio parecía que tenía todas las culpas, la demostración palmaria de que sí se excedió el aforo, y en mucha cantidad, forzaba la dimisión de aquel munícipe. Además, en la remodelación Ana Botella ha retirado las competencias en seguridad a quien las ostentaba aquel día, Antonio De Guindos.
Lo que sucedió es conocido, pero una mínima glosa ayuda a enclavar los hechos y las responsabilidades. Aquella dependencia municipal, el Madrid Arena, pensada para acoger eventos deportivos, no reunía las condiciones de seguridad precisas para albergar una macrofiesta juvenil.
Además, no se controló la entrada había menores- ni el aforo, y las investigaciones judiciales sugieren que éste se duplicó como mínimo, lo cual, además de ser un peligro, sugiere una estafa del empresario al Ayuntamiento y a los contribuyentes (el aforo no contabilizado no tributa, obviamente). Por añadidura, la policía municipal no impidió un gran botellón en los alrededores del Madrid Arena, los servicios médicos instalados no guardaban proporción con el evento, el Samur no llegó a tiempo, etc. etc. Todo funcionó mal. El Ayuntamiento fracasó en su conjunto. Y eso no se arregla con una remodelación cosmética del Gobierno municipal.
Lógicamente, Ana Botella, quien marchó de fin de semana al extranjero con aquellos cadáveres de cuerpo presente, quiere salvarse de la quema. Pero será difícil que lo consiga. De entrada, su reelección es inviable, como lo proclama el propio Partido Popular a sus espaldas.
Su pretensión de ascender al liderazgo popular de Madrid cuando Esperanza Aguirre decida marcharse (si es que lo decide) es totalmente vana. Y no debería confiar en que este malhadado asunto se olvide con facilidad. Porque después de un naufragio tan estrepitoso sólo la dimisión resuelve el problema. Ya se sabe que muchos de los defectos del Ayuntamiento de Madrid que ahora han salido a la luz vienen de atrás, pero Gallardón siempre ha sido un tipo con suerte. Ana Botella, a lo que parece, no tanto.