Dimitri Medvedev, a quien los primeros resultados oficiales parciales de las elecciones presidenciales rusas de este domingo convertían en el sucesor de Vladimir Putin, encarnará una versión más sutil y liberal que su predecesor en el Kremlin.
De reputación liberal, Medvedev, que no pertenece a la escuela del KGB a diferencia de su mentor, fue más o menos bien considerado en Occidente cuando en diciembre Putin lo designó como su delfín.
A sus 42 años es descrito como un "tecnócrata" pragmático, que declaró en una ocasión que "la ideología es algo peligroso".
Hijo de profesores, Medvedev reivindica el haber crecido a la sombra de Vladimir Putin, a quien conoció al comienzo de los años 90 en San Petersburgo.
Tras ser por poco tiempo profesor en la Facultad de Derecho de San Petersburgo, este jurista discreto y eficaz entró en el "Comité de relaciones exteriores" del ayuntamiento de esa ciudad, entonces dirigido por Putin, y que serviría de cuna de la futura élite política rusa.
Allí trabajó cinco años, donde destacó por dar soluciones jurídicas en casos de malversaciones que podían haber salpicado a Vladimir Putin, según la prensa rusa y antiguos responsables políticos locales.
En el año 1999, Medvedev se trasladó a Moscú, donde Putin lo hizo director de campaña para la elección presidencial de marzo de 2000.
Rápidamente tomó el mando de la administración presidencial, así como del consejo de administración del gigante gasístico estatal Gazprom, subiendo los escalones del poder con la mayor discreción.
En sus diferentes funciones, asistió a la toma de control de los medios de comunicación y al sofoco de la oposición, sin que esté claro su papel en todo ello.
Sin embargo, fue la decisión de Putin de nombrarlo primer viceprimer ministro en noviembre de 2005, a cargo de proyectos nacionales en temas sanitarios, educativos y de vivienda, lo que desató los rumores sobre su probable elección como sucesor.
Desde entonces, Medvedev sólo tiene un programa: la fidelidad a Vladimir Putin y la continuación de su obra "sin estropear nada".
Discreto, Medvedev ofrece una imagen tranquilizadora, en las antípodas de las diatribas antioccidentales del presidente saliente.
"Con Medvedev, Rusia parece ir en la buena dirección, la de la modernización. La elección de Medvedev es una señal para los rusos y para Occidente", considera un diplomático europeo en Moscú.
Pero Occidente se equivocaría si da por hecha una gran apertura por parte de Rusia o si subestima sus ambiciones, advierte Alexander Rahr, especialista de Rusia en la Sociedad Alemana para la Política Exterior, con sede en Berlín.
"Si queremos volver a hacer de Rusia un 'socio junior', como en los años 90, llegaremos rápidamente a un conflicto. Medvedev ofrece quizá una cara simpática, pero quiere que lo respeten", dice Rahr.
El candidato del Kremlin ya advirtió en enero que Rusia no será "el alumno bueno o el figurante" que los occidentales veían en Moscú en los 90.
Las relaciones con Occidente dependerán también del futuro presidente estadounidense, ya se trate del republicano John MacCain, ferozmente antirruso, o de alguno de los demócratas, tradicionalmente poco proclives a Moscú.
"Estados Unidos y Rusia tendrán que cooperar, sean cuales sean sus dirigentes. Es inevitable", replica Medvedev.
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