
Valeriano Gómez es el séptimo ministro de Trabajo del PSOE, y su nombramiento, largo tiempo anunciado porque su predecesor, Corbacho, anunció con mucho tiempo su retorno a la política catalana, estuvo precedido por una pequeña batalla sucesoria.
En efecto, fueron bastantes los nombres que sonaron para ocupar una cartera muy devaluada por la crisis, que Corbacho padeció con estoicismo hasta arrojar la toalla tras la huelga general de septiembre.
Como en principio no se pensaba que este relevo estuviera inserto en una crisis más amplia, se habló de la posibilidad de que Chaves acumulara Trabajo a la tercera vicepresidencia (Chaves ya fue ministro de Trabajo en los ochenta). Además, se barajó intensamente el nombre de Octavio Granado -secretario de Estado para la Seguridad Social y el de Ramón Jáuregui, quien finalmente ha ocupado Presidencia.
Y, según fuentes de Moncloa, Jesús Caldera se ofreció para regresar a un Departamento que abandonó con gran pesar (y de manera injusta, según el entorno del ex ministro). No ha regresado Caldera a Trabajo pero sí ha sido nombrado uno de sus más estrechos colaboradores (fue su secretario general de empleo desde 2004), quien, además, revindica el estilo y la ejecutoria de aquella etapa.
Los ministros de González
González tuvo cuatro ministros de Trabajo: Almunia (1982-1986), Chaves (1986-1990, año en que marchó a la política andaluza), Martínez Noval (1990-1993) y Griñán (1993-1996). Zapatero anda por el tercero: Caldera, en un tiempo el alter ego de Zapatero, lo fue durante la primera legislatura (2004-2008) y Corbacho ocupó la cartera, una de las del 'cupo catalán', en 2008. Todos ellos han tenido buena sintonía con los sindicatos o -caso de Chaves- han procedido directamente de la UGT.
Evidentemente, el papel del ministro de Trabajo ha ido evolucionando al mismo tiempo que los sindicatos: si Almunia todavía tuvo que tener como interlocutores a sindicalistas que entendían su organización como una correa de transmisión de los partidos de masas -Marcelino Camacho, Nicolás Redondo-, que desencadenaron la gran huelga general de 1985, sus sucesores ya se encontraron con sindicatos más profesionalizados y despolitizados, aunque en todo caso reacios a cualquier modernización del sistema de relaciones laborales, en muchos aspectos teñido del paternalismo autoritario de la dictadura.