Hoy se cumple un año de las últimas elecciones generales, ganadas por el PSOE y que constataron una tendencia relevante: el retroceso de las minorías. PP y PSOE consiguieron cinco escaños más cada uno -169 el PSOE y 153 el PP-, acaparando las dos grandes fuerzas un total de 322 diputados de los 350 del Congreso. Valore aquí: ¿Qué le ha parecido el primer año de Gobierno de Zapatero?
De los 28 escaños restantes, 11 fueron para CiU y 6 para el PNV. Esquerra Republicana padeció un gran varapalo: pasó de 8 a 3 escaños. La tendencia es magnífica porque reduce el influjo del particularismo en el Parlamento español. PP y PSOE tienen la obligación de alentarla.
Cuando la crisis era "desaceleración"
Las elecciones se celebraron en un ambiente de precrisis económica y de abierta incertidumbre. El debate sobre la magnitud de la "desaceleración" dejó pronto paso al creciente pesimismo. Cuando ya abundaban los negros presagios, los dos grandes partidos hicieron sin embargo abundante demagogia con sus previsiones, y ambos erraron estrepitosamente.
El PSOE ofreció en su programa electoral la creación de dos millones de empleos en la legislatura pero el PP fue aún más allá: 2,2 millones. Las acusaciones cruzadas de haber intentado engañar a los electores carecen, pues, de sentido: nadie intuyó la verdadera magnitud de la catástrofe que se avecinaba.
La recesión es oficial
En los primeros meses de la legislatura, el Gobierno ha pretendido infundir una sensación de normalidad y ha tratado de desarrollar algunos aspectos de su programa -la reforma del aborto, por ejemplo-, pero, tras el pasado verano, cuando la tormenta financiera internacional adquirió todo su fragor, fue haciéndose evidente que el único objetivo de la actual legislatura sería la lucha contra la recesión, en la que entrábamos oficialmente a finales de año -los dos últimos trimestres registraron ya crecimientos negativos-.
En lo estrictamente político, la legislatura está siendo pacífica por el cambio de actitud del PP. En efecto, Rajoy, personalmente convencido de que la derrota en 2008 se debió a la pérdida del voto centrista por la radicalización popular durante la legislatura anterior -toda ella cargada de crispación, instada desde ciertos medios, que arrastraron al PP-, decidió dar un relevante viraje en el Congreso de Valencia del pasado junio. Amortizados Acebes y Zaplana, Rajoy se rodeó de jóvenes colaboradores templados y el PP, con una imagen muy mejorada, ha regresado ostensiblemente al centro. De momento, Rajoy está ganando la batalla a los sectores sociales y mediáticos que aún tratan de arrastrarlo a extramuros de la moderación.
Las sombras del PP
La tranquilidad política se ha alterado sin embargo con el estallido casi simultáneo del 'caso Gürtel' y del asunto del espionaje en la Comunidad de Madrid, que afectan directamente al Partido Popular. Los escándalos son serios pero no alcanzan al propio Rajoy, sino más bien a los barones madrileño y valenciano, Aguirre y Camps, quienes han perdido prácticamente cualquier posibilidad de disputar el liderazgo al actual presidente del PP.
A medio plazo, la corrupción producirá previsiblemente escaso desgaste al PP por una razón dramática: la opinión pública tiene la convicción de que está muy extendida en los niveles autonómico y local, tanto en los feudos del PP como en los del PSOE. Así las cosas, y paradójicamente, estos escándalos podrían fortalecer internamente a Rajoy, quien además se ha beneficiado personalmente del éxito gallego.
En las actuales circunstancias, Rajoy resistiría incluso sin tambalearse una hipotética derrota del PP en las elecciones europeas de junio. Además, el hecho de que el cabeza de lista sea Jaime Mayor Oreja, aliado de los críticos, aliviaría aún más la carga del fracaso ya que éste, de tener lugar, sería fácilmente imputable a quien lo habría protagonizado.
Horas bajas para el Gobierno
A pesar de las contrariedades del PP, el Gobierno está manifiestamente en horas bajas, como si hubieran discurrido siglos de desgaste en lugar de un año apenas de la victoria socialista. La crisis, que ha dejado ya en la cuneta a tres millones y medio de trabajadores, pasa factura, aunque la ciudadanía sepa que estamos ante una depresión global y que el Gobierno no tiene herramientas para resolverla por sí solo.
Además, el gurú económico Solbes, artífice con Rato de los pasados años de bonanza, está visiblemente agotado y deprimido, y ello contribuye a acentuar la sensación de impotencia que trasmite el Gobierno. Es claro que el presidente Zapatero se dispone a relevarlo, en un cambio profundo del Gabinete que podría tener lugar de inmediato, aunque quizá el jefe del Ejecutivo decida aplazarlo hasta después de las europeas.
En todos los foros políticos y sociales se insiste en la idea de que, ante la gravedad de la crisis, es necesario un pacto de Estado que reduzca el grado de confrontación y ponga todas las energías políticas y sociales a trabajar conjuntamente y en la misma dirección. De momento, no parecen darse las condiciones para un entendimiento PP-PSOE en este asunto tan arduo, pero no es descartable que el pacto que sí suscribirán ambas formaciones en Euskadi allane el camino hacia una colaboración leal en esta cuestión que es vital para todos. Hay consenso acerca de que la confianza, que es uno de los ingredientes esenciales de la reactivación, surgirá antes si el PP y el PSOE tiran juntos del carro. Hay que trabajar para que el pacto llegue después de las europeas.