La retractación del alcalde de Boadilla, Arturo González Panero -cuya dimisión ha sido anunciada por Rajoy horas antes tras publicarse informaciones sumamente comprometedoras para el regidor-, "ha puesto en ridículo al presidente del PP", quien ha comparecido por primera vez ante los periodistas para pronunciarse sobre la operación dirigida por Garzón contra empresarios vinculados al partido.
Los hechos acreditan dolorosamente la catadura moral de algunos personajes de esta fuerza política, que se han aprovechado de las siglas que los han amparado, y del descontrol reinante, en el que ni siquiera su máximo líder es capaz de tomar decisiones rotundas y adecuadas.
Es evidente que Rajoy, una persona honorable, no es responsable ni del ominoso caso del espionaje en la comunidad de Madrid, ni del escándalo de los municipios ricos del Noroeste de Madrid, ni de que un candidato gallego haga negocios en las Islas Caimán.
Impedir estos excesos
Pero, como ya le ocurriera al PSOE en otra etapa, todo esto es consecuencia de un cierto estilo de hacer política nada filantrópico en que acuden a lo público personas poco escrupulosas, decididas a enriquecerse por cualquier medio. Había que haberlo detectado antes, cuando aún era tiempo de impedir estos excesos.
El embrollo es grave porque González Panero, quien al parecer había convenido los términos de su dimisión con el secretario general del PP madrileño, Francisco Granados -también en el ojo del huracán por el espionaje- se ha vuelto atrás secundado por catorce de los dieciséis ediles del PP en el municipio. Si ésta es la situación, es claro que difícilmente el PP podrá descabalgar a González mediante una moción de censura.
En estas circunstancias, Rajoy tiene escaso margen: o impone su autoridad en la medida de sus fuerzas, o el PP seguirá desangrándose antes de recorrer otra larga travesía del desierto.