El BCE, entre fantasmas, opta por la inflación del 2%
Francisco de la Torre Díaz
"Ten cuidado con lo que quieres, porque a lo mejor lo consigues" (Charles Chaplin). El Banco Central Europeo (BCE) quiere una inflación en la Eurozona del 2%, ése pasa a ser su objetivo de estabilidad de precios, y, además, está dispuesto a tolerar que, durante un tiempo, la inflación esté por encima. Esta determinación del Banco Central Europeo supone un cambio histórico en la política monetaria europea, que acabará afectando a la actividad económica y a la vida de los ciudadanos mucho más que otras decisiones muchísimo más comentadas.
La primera reflexión es que esta decisión viene motivada por dos fantasmas, uno actual y otro histórico. El fantasma actual es el regreso de la inflación en todo el mundo, como comentábamos en elEconomista la semana pasada. Si el índice de inflación armonizado en la zona euro ya está en el 2% y es previsible que siga subiendo, con la anterior definición de estabilidad de precios, que, según los Tratados Europeos es el objetivo de la política monetaria del BCE, había que empezar a retirar estímulos a corto plazo. Sin entrar en otras consideraciones, esto iba a suponer mayor carga de intereses y, sobre todo, más dificultad para colocar la deuda pública de los Estados. Esto iba a afectar de forma más evidente a los Estados más endeudados, especialmente Italia y España.
No está de más recordar que el actual primer ministro italiano, Mario Draghi, fue el anterior presidente del BCE, el que se encontró con la herencia de Jean Claude Trichet, el segundo fantasma del BCE. La política de subidas de tipos de Trichet en la anterior crisis segmentó financieramente la zona euro y estuvo a punto, incluso, de acabar con la moneda única. En una nueva situación de crisis, la nueva presidenta Christine Lagarde no quiere volver a cometer el mismo error de Trichet y no está dispuesta ni a retirar los estímulos, ni mucho menos a subir los tipos de interés. Entre el fantasma de la inflación, o mejor dicho que la inflación se haga persistente y el fantasma de Trichet, es decir el riesgo de agravamiento de la crisis e incluso de ruptura de la moneda única, el consejo del BCE ha optado por la inflación.
Ahora bien, ninguna decisión de calado es gratis, ni se toma sin riesgos en la economía. El primer problema de esta decisión es que condiciona las decisiones de todos los agentes económicos. Si todos los agentes económicos piensan que va a haber una inflación persistente del 2% se adaptarán a ella. Pensemos que en un entorno de inflación cero, una inversión en esa moneda no pierde valor. Sin embargo, si tras 20 años, la inflación media es del 0,5%, la moneda habrá perdido un 10% de su valor. Si esta inflación es de un 2%, después de 20 años, la moneda habrá perdido un tercio de su valor. Y llevamos 20 años con un objetivo de inflación inferior al 2% que no influya en las decisiones de los agentes económicos. Por supuesto, a partir de ahora es previsible que todos los agentes económicos persigan que sus rentas no pierdan valor, intentando incrementarlas un mínimo del 2% anual.
Esto nos puede llevar, de forma casi inevitable a volver a la indexación en la economía. "Sin embargo, tal mecanismo genera efectos perversos. La indexación está en el origen de los denominados efectos de segunda ronda. Cuando el precio de un bien o servicio aumenta, los índices de precios como el IPC suben, y esto supone un aumento automático en el precio de otros bienes simplemente porque están indexados a este índice. Ocurre así que un aumento del precio del petróleo o de un alimento encarece, debido a su impacto en el IPC, el precio de bienes cuyos costes de producción no tienen una conexión directa con esos dos bienes. La indexación, por tanto, tiende a generar una inflación más elevada y favorece su persistencia en el tiempo, aun cuando desaparece la causa inicial que generó el incremento de precios. Una inflación elevada y persistente genera costes económicos: entre otros, desvirtúa la información que deben transmitir los precios, dificulta la concertación de contratos a largo plazo y deteriora la competitividad." Este párrafo no es mío, aunque no puedo estar más de acuerdo, sino del preámbulo de la vigente ley 2/2015 de desindexación de la economía que promovió el entonces ministro de economía y actual vicepresidente del BCE, Luis de Guindos.
El propio Luis de Guindos señalaba recientemente que "Para que este repunte de la inflación sea de naturaleza temporal es muy importante que no haya efectos de segunda ronda en el mercado laboral y por la indexación de determinadas partidas presupuestarias que podría hacerlo más permanente".
Evidentemente, el acuerdo del BCE impulsa no ya efectos de segunda ronda sino de ronda indefinida: se ha creado la expectativa de inflación de incremento de al menos el 2% cada año. Con todo, esperemos que el BCE acierte porque los riesgos de esta estrategia son por partida doble, tanto si se queda corto como si no se llega. Si la inflación cae por debajo del 2%, podemos caer en una "japonización" de la economía, en la que se mantienen indefinidamente los estímulos monetarios sin efecto real en la economía, y sin incentivo ninguno para hacer reformas. Y eso para España, que no tiene ni el nivel de desempleo, ni la industrialización ni la inversión en I+D de Japón, no es precisamente un escenario deseable. Si, por el contrario, la inflación se dispara, el coste para la economía será mayor, pudiendo volver al escenario de los 70 con paro elevado e inflación descontrolada.
A corto plazo, está claro que el BCE ni debía de dejar de comprar deuda, ni mucho menos subir los tipos de interés: los riesgos de complicar la recuperación son evidentes, e incluso de volver a segmentar financieramente la zona euro, pudiendo huir el capital de la periferia para ir a los países nórdicos y, sobre todo, a Alemania. Evidentemente, mantener los estímulos con la inflación por encima del 2% afectaba a la credibilidad del BCE. Sin embargo, redefinir el objetivo de la política monetaria a largo plazo también tiene unos riesgos considerables, y no sólo de credibilidad de la institución.
El BCE se ha enfrentado a un dilema entre recesión e inflación y se ha decidido por intentar conseguir una inflación moderada del 2%, pero de carácter permanente. Más allá de los riesgos, esto ya es un coste para la economía de Europa en su conjunto: los estímulos monetarios no son gratis y mantenerlos durante un tiempo, que es probablemente la opción menos mala, tampoco lo es.