Libros

Novelas que nos han enseñado a vivir

"En Egipto se llamaba a las bibliotecas el tesoro de los remedios del alma. En efecto, curábase en ellas de la ignorancia, la más peligrosa de las enfermedades y el origen de todas las demás". La frase de Bossuet enlaza a otra de Flaubert: "La literatura consuela de múltiples infortunios".

Las novelas no pretenden decir la verdad de lo que son las cosas, sino que buscan encontrar un sentido para lo que nos pasa. O como dice Richard Ford, nos dan la vida, nos acercan y nos encierran en ella. Libros, al fin y al cabo, en los que hemos aprendido acerca del prójimo, del amor, de la libertad, de la responsabilidad, del compromiso.

Proust se atrevió a decir que hay "ciertos casos patológicos de depresión espiritual en los que la lectura puede convertirse en una especie de disciplina terapéutica". Elena Poniatovska añade: "Al ayudarnos a tener una vida interior, el libro se convierte en un paliativo contra la soledad, la tristeza y las desgracias que a todos nos suceden".

Leer nos hace mejores

Bloom refiere que toda práctica de la lectura nos debe permitir encontrar, en aquello que sintamos próximo, aquello que podamos usar para sopesar y reflexionar. Por eso los grandes libros son los que no sólo permiten que los leamos, sino también nos leen ellos a nosotros. Ser leído por un libro es una de las experiencias más fascinantes que nos es dado alcanzar. Es decir, pensarnos a nosotros mismos.

La literatura de calidad juega un papel determinante no sólo como forma de conocimiento, sino como forma de construirse a sí mismo. Veamos: un roedor que metaboliza los libros que devora ha sido uno de los grandes éxitos de los últimos años. Parábola feliz sobre el amor a la lectura, 'Firmin', de Sam Savage, epitomiza el valor transformador de los libros y el papel demiúrgico del autor.

Justo Navarro dice de ella: "Una estupenda fábula sobre los poderes transformadores, prodigiosos, de la literatura, y sobre los efectos que produce el haber crecido devorando libros: sensibilidad, poder de observación, sentido del humor, inteligencia y humanidad".

Cambiar la conciencia del mundo

La idea de que la palabra tiene efecto en las personas está implícita en el empleo de fórmulas orales presente ya en gran parte de las culturas primitivas. Pero nunca, había sido un acto individual. No hay una masa que enardecer, y sí un único corazón pendiente de la lectura.

Peter Handke escribió en 1967 un pequeño y provocativo ensayo titulado 'Yo habito una torre de marfil' en el que señala que "habiéndome dado cuenta de que yo mismo he podido cambiar gracias a la literatura, que la literatura ha hecho de mí otro, espero sin cesar de la literatura una nueva posibilidad de cambiarme".

Y cita a Flaubert, Dostoievski, Kafka, Faulkner, Robbe-Grillet como responsables de "haber cambiado mi conciencia del mundo". Aunque eso no es lo importante, sino que son autores cuyo mérito esencial, dice Handke, es que ofrecen "una posibilidad de la realidad todavía no pensada y todavía no consciente: una nueva posibilidad de ver, de hablar, de pensar, de existir".

Esperanza

La esperanza, como la lectura, quita tragedia a la existencia. La francesa Anna Gavalda es exponente de esta corriente que, con personajes que parten del conflicto, encuentran un final donde confluyen felicidad, comprensión y fraternidad. Lo hizo en un maravilloso libro de relatos: 'Quisiera que alguien me esperara en algún lugar' y, sobre todo, en su tercera novela: 'El consuelo'. Libros contra la desesperanza, como el de Muriel Barbery, 'La elegancia del erizo', pese a la tragedia que la ensombrece.

Más allá del Zuckermann de Philip Roth o Harry 'Conejo' Angstrom de John Updike, Bascombe es un hito de la literatura mundial, un referente, un símbolo, un canto. Pero Bascombe, rutilante y amargo, cómico a veces, acaba desprendiéndose de la desesperanza para mirar adelante, al corto trecho que precede al fin, para sembrar su propia semilla de felicidad. Una felicidad responsable.

El objetivo de la literatura de Richard Ford acaba por ser un intento de ennoblecer el sentido de la vida y de la muerte. Su magna obra alrededor del personaje de Frank Bascombe en tres volúmenes -'El periodista deportivo', 'El día de la Independencia' y 'Acción de gracias'- retrata las peripecias de un "common man" cuya única ambición es sobrevivir a una América vacua e indolente.

Sabiduría

Ford sostiene que "el arte es orden, la vida incertidumbre". Eso explica cómo el arte actúa en nosotros: ordena nuestra vida. Hay novelas que apaciguan, que nos alegran, que nos transmite amor, generosidad, valentía, compasión, del mismo modo, que otras nos alteran, nos seducen, nos enervan, nos ofuscan. 'Don Quijote', acaso como ningún otro libro, nos ha enseñado que leer nos da vida.

La literatura no tiene más función que la de proporcionarnos unas instrucciones de uso para la vida. Eso es: educación de la mirada, un desafío a nuestra indiferencia. Ayuda, si se puede llamar así, se encuentra frecuentemente en libros que conforman verdaderos compendios de sabiduría: 'Las mil y una noches', 'Los viajes de Gulliver' o 'Jane Eyre'.

También libros pequeños, de poca amplitud pero intensos, como 'Nieve' y 'El apicultor', novelas para soñar de Maxine Fermine; 'El alquimista', de Paulo Coelho; 'La tregua', de Mario Benedetti; 'Seda', de Alessandro Baricco. Pero los libros no siempre hablan con la claridad que quisiéramos. En ocasiones, contienen la ambigua belleza de la poesía, su insólita confusión, el asalto de la sorpresa, cuando sin saber por qué, nos invade una mezcla de asombro y gozo.

Lealtad

Sin olvidar al hijo, el padre, Alexandre Dumas, creó, con la ayuda inestimable de Auguste Maquet, una novela monumental sobre la lealtad, la venganza y la redención en la que hay un homenaje sugerente a 'Las mil y una noches' y mucho más. Referencia clásica en ese habitáculo conocido como 'novelas de aventuras', sin embargo no lo es: porque en la percepción de Dumas -y en la de Edmond Dantès- persiste una voluntad inquebrantable de conocer las verdaderas motivaciones de nuestros actos, no siempre evidentes ni para nosotros mismos.

Los viajes, las aventuras de 'El conde de Montecristo', no transcurren tan sólo por la Francia posnapoleónica y el Mediterráneo, sino sobre todo por la conciencia humana. Una pequeña joya, 'El secreto', de Dona Tartt, no tiene nada que ver pero en ella también se puede examinar que la lealtad también contiene, como lo dionisiaco, potencia destructora. Con 'La isla del tesoro', de Stevenson, avanzamos en los territorios de la inquietud y ese poder inabordable de la lealtad.

Compasión

"La compasión es el segundo latido del corazón", escribe Stefan Zweig en 'La impaciencia del corazón', se puede encontrar también en 'Elizabeth Costello', la novela y el personaje impostado de J.M. Coeetze, que habla de esta misma compasión como "la capacidad de compartir al ser ajeno". El fenómeno Giovanni Stuparich remite al de Sándor Marai de 'El último encuentro'. Ambos autores, tienen mucho en común, básicamente en lo que les une de rescate por parte de los lectores.

En 'La isla', un hombre al borde de la muerte le pide a su hijo que le acompañe a pasar unos días en la isla del Adriático donde nació. A partir de este momento, se construye un relato conmovedor acerca de ese fragmento de vida y de tiempo en el que ambos, padre e hijo, se enfrentan al final. Incertidumbre, miedo, amor, generosidad, ternura van desplegándose en el propio corazón del lector.

Humor

Es terapia indudable y también un aliciente para seguir adelante. Gonçalo M. Tavares lo explica: "Si una naranja no se pela con una sonrisa sabrá mal". Naranja, novela. Lo mismo da. El escritor portugués cree que hay "libros blancos" y "libros negros", al punto que él mismo divide así su obra. Los "blancos" son hilarantes, filosóficos y encantadores: como los habitantes del barrio que ha creado el autor que tratan de resolver sus dilemas e inquietudes.

El propio Tavares aconseja al lector acudir al barrio si uno atraviesa una fase de tristeza o melancolía, pues de este lugar se sale con la sonrisa asegurada. Son barrios por entregas, barrios homenajes: Valéry, Michaux, Brecht, Calvino, Kraus, Walser... barrios que son lugares de resistencia donde no entra la barbarie.

Y hay otros muchos, desde 'Estupor y temblores', de Amélie Nothomb a 'Las ovejas de Glennkill', de Leonie Swann, de 'La pesca del salmón en Yemen', de Paul Torday, a 'El último viaje de Pomponio Flato' o 'Sin noticas de Gurb', de Eduardo Mendoza. En todo caso, ahí está la frase de William Somerset Maugham en 'Diez grandes novelas y sus autores' (Tusquets): "Las personas sensatas no leen una novela como si fuera una obligación. Las leen para divertirse".

El mal

La barbarie y la ceguera quedan en 'Un hombre: Klaus Klump' o 'La máquina de Joseph Walser', "libros negros" de Tavares que se deslizan hacia el oprobio, hacia el ámbito de la extrañeza y el enajenamiento humano, que encontramos en 'El proceso' de Kafka o en 'Ensayo sobre la ceguera', de José Saramago. Y, sobre todo, en '451', de Ray Bradbury, una de las más célebres distopías contemporáneas, heredera de '1984' de G. Orwell y de 'Un mundo feliz' de Adolf Huxley.

La obra es un alegato a favor del pensamiento (encarnado por el libro, y el amor a los libros) y contra la enajenación de la población o pensamiento único. Hoy, más de medio siglo después, se puede interpretar que es también una reacción a la cultura de masas. El mal está también en los libros, pero, sobre todo, está en cómo los hombres nos enfrentamos a ese mal.

Travesías que atraviesan Conrad, Céline, Bolaño, es decir: 'El corazón de las tinieblas', 'Viaje al fin de la noche' y '2666'. Ricardo Menéndez Salmón ha creado su obra en torno al horror con una novela, 'La ofensa', en donde su protagonista, Kurt Crüwell, se pregunta ¿cuánto hay de azar y cuánto de voluntad en lo que refiere al curso que toma nuestra vida?

Todos los antihéroes de la literatura, incluido el Kurt de Martínez Salmón y el Kurtz de Conrad en el que se mira, que están de vuelta de todo son hijos de Meursault, el inocente hastiado, 'El extranjero'. Con él nos dice Camus: "Cuanto menos sentido tiene la vida, más vale la pena vivirla". Camus. El mismo que sostenía que el secreto de la felicidad consiste en resignarse a todas las catástrofes.

Al él se le podría oponer 'Jardín, cenizas', de Danilo Kis, cuyo protagonista atraviesa una Europa Central a punto de abandonarse a la muerte y Eduard Zam, el inspector de ferrocarriles le explica al niño Andreas: "Recuerda para siempre: no es posible representar el papel de víctima durante toda la vida sin volverse efectivamente una víctima".

El pasado

Philip Kobal, el narrador de Peter Handke en 'La repetición', viaja por Eslovenia, desde su pueblo natal, en Corintia, hasta el desierto del Karst, en Istria, junto al golfo de Trieste. Y ahí, rememorando otro viaje semejante emprendido 25 años antes, comprende el valor de "la herencia de los antepasados".

En cierto modo, es una sensación semejante a la que José Luis Sampedro provoca en el lector en 'La vieja sirena'. La lectura también es eso: un volver atrás sobre las huellas del pasado. Calderón ya escribió que en los libros vivimos la herencia de los muertos y es la mejor manera de escuchar a los vivos.

No está mal mirar de vez en cuando, por ejemplo, a Flaubert y su farsa sobre la mansedumbre, 'Bouvard y Pécuchet'. Dos oficinistas, dos copistas, que se encuentran en un banco de un bulevar, se aburren y deciden, bien tarde, leerlo todo, aprenderlo todo, saberlo todo. No es posible. Son fantoches aquejados de bulimia cultural.

Ese es uno de los grandes aciertos de 'Tren nocturno', una falsa novela policiaca, tan perturbadora, bella e inteligente: el modo en que nos hace ver cómo la verdad a veces es justo lo contrario de lo que aparenta. Así parece comprender la vida Martin Amis, como un tren que se oye en la noche y del que no sabemos mucho, ni de dónde viene ni si va a alguna parte.

Interior de uno mismo

Haruki Murakami, el gran escritor japonés contemporáneo, en cierto modo lo escribe en cada una de sus novelas, como 'Crónicas del pájaro que da cuerda al mundo'-absoluta obra maestra-, 'Tokio Blues' o 'Kafka en la Orilla', con su aprensión por protagonistas que experimentan con desasosiego su desconexión con lo que les rodea y se lanzan en busca del horizonte. Es decir, de ellos mismos.

Walter Scott -ídolo de Balzac y Stendhal- y R. L. Stevenson lo hicieron del mismo modo, con grandes epopeyas. Pero siempre nos podemos quedar, como Frédéric Beigbeder, con 'El principito', de Saint-Exupéry, "el único cuento de hadas del siglo XX". Es decir: Perrault, Grimm, Andensen y Saunt-Exupéry. Todos los cuentos que nos enseñan que nunca debemos dejar de ser niños, que la "melancolía" se supera viviendo. Sí, como 'Alicia en el País de las Maravillas'.

'El guardián entre el centeno', la novela del misterioso J. D. Salinger, enseña mucho sobre la ternura, pero también sobre la honestidad. Dando un salto mortal, es posible vislumbrar lo mismo en 'La sonrisa etrusca', de José Luis Sampedro.

Por último, para explorar lo que implica tener talento y la responsabilidad que exige, escoge 'El malogrado', de Thomas Bernhard, una historia sobre dos prometedores pianistas que abandonan su vocación cuando conocen a Glen Gould, que tiene esa cualidad natural, el talento, que ellos jamás conseguirán.

Supervivencia

El doctor Albert J. Jovell ha experimentado el valor terapéutico de la literatura: Anton Chejov, J.M. Coeetze, Stefan Zweig, Imre Kertész, Primo Levi, Viktor Frankl, Joseph Roth, Milan Kundera, Paul Auster, reconociéndose, sobre todo, como enfermo de cáncer en el dolor de los autores del genocidio nazi.

"Hay muchas similitudes entre la fragilidad de los prisioneros en los campos de concentración nazis y la de los enfermos de cáncer. La lectura de las experiencias vitales en los campos de concentración nazi me ha sido muy útil -dice Jovell-. Quizá la incertidumbre sea más dañina para los seres humanos que la injusticia".

Leer a Imre Kertész, a Primo Levi, a Viktor Frankl ayuda a entender y convivir mejor con el concepto de supervivencia. Por ejemplo, el éxito reciente de un libro -juvenil, pero que los adultos han acogido como si fuera suyo-, 'El niño del pijama de rayas', de John Boyne, representa este carácter pedagógico que debe tener la buena literatura. No se trata de enseñar, sino de hacer vivir una experiencia ajena. Para bien, y hasta para mal, nos pone en la piel de los demás.

Epílogo

Hay un pasaje definitivo de 'Orlando', la novela de Virgina Woolf, hermoso como es el libro: "A veces he soñado que cuando llegue el Día del Juicio y los grandes conquistadores, abogados y estadistas vayan a recibir sus recompensas -sus coronas, sus laureles, sus nombres grabados indeleble en mármol imperecedero-, el Todopoderoso se volverá hacia Pedro y le dirá, no sin cierta envidia, cuando nos vea llegar con nuestros libros bajo el brazo: 'Mira, ésos no necesitan recompensa. No tenemos nada que darles, han amado la lectura'."

WhatsAppFacebookTwitterLinkedinBeloudBluesky