Cien días para hacerlo todo. El nuevo primer ministro italiano, Matteo Renzi, todavía no se ha presentado delante del Parlamento para recibir el voto de confianza -previsto para hoy- y ya tiene que correr: cerrar la crisis política en tan solo siete días (un pispas con respeto a los dos meses de ingobernabilidad que el país vivió tras las elecciones generales del año pasado) no es suficiente.
Renzi, durante su presentación el pasado sábado del equipo de ministros -16 en total, entre ellos muchos jóvenes primerizos-, reafirmó su intención de hacer una reforma al mes enfrentándose a las cuestiones más urgentes para Italia.
Empezando con la reforma electoral y continuando con medidas sobre el mercado laboral y la administración publica, el nuevo primer ministro tendrá que conseguir resultados importantes dentro de los primeros 100 días de Gobierno.
Esta es la señal requerida por los inversores internacionales que hasta ahora parecen haber dado confianza al cambio de mando que se ha celebrado en Roma. "Renzi es un líder joven, con motivación y energía. Es capaz de dar un empujón de optimismo a Italia.Pero ¡ay de él si no tuviera que cumplir las expectativas!" explicó al margen de un encuentro celebrado en la capital transalpina, el economista N. Roubini. La realidad es que los inversores han vuelto a dar confianza a Italia, a pesar de la enésima crisis de Gobierno. Pero las expectativas sobre Renzi son altísimas y la desilusión podría tener repercusiones muy graves sobre la deuda, cuya prima de riesgo ahora se sigue manteniendo por los suelos. Y con 400.000 millones de bonos que Roma tiene que subastar cada año, Renzi no puede equivocarse.
Las medidas más esperadas por Bruselas y por los inversores son la reforma del mercado laboral y la reducción de impuestos sobre los trabajadores y las empresas. En el primer caso Renzi parece tener las ideas claras: piensa lanzar un nuevo contrato único de inserción que tengas garantías progresivas, agilizando el despido en los primeros años de trabajo para incentivar las empresas a contratar jóvenes y desempleados. Al mismo tiempo el nuevo primer ministro intentará racionalizar los llamados "contratos basura", reduciendo sus números y promoviendo un modelo parecido al de los minijobs alemanes.
Esta intervención será acompañada por una reforma de las garantías y de los subsidios que hoy cubren solo a una parte de los trabajadores: la idea es moverse hacia un subsidio universal para todos los desempleados, cuya erogación sea subordinada a cursos de formación y a una búsqueda activa de trabajo. Se trata de una reforma muy compleja que no parece fácil de realizar sólo en marzo, como Renzi ha prometido. De hecho ya el Gobierno tecnócrata de Mario Monti había tentado meter mano al tema, pero con resultados muy por debajo de las espectativas; y Renzi además tendrá en contra una parte del sindicato mayoritario de Italia, CGIL y de su partido, el PD.
Por esto pensó nombrar un titular de Trabajo con clara ascendencia de izquierdas: Giuliano Poletti, directivo procedente del mundo de las "cooperativas rojas" (una fuerza económica de Italia que siempre ha tenido cierta cercanía con los partidos de izquierda), será quien tendrá que lidiar con los sindicatos, haciendo al mismo tiempo de contrapeso politico a la ministra de Industria, Federica Guidi, antigua lider de los jóvenes empresarios italianos.
Reformas económicas
Otro tema sobre la mesa del primer ministro y de su titular de Economia, el economista jefe de OECD, Piercarlo Padoan es la reducción del llamado "cuneo fiscal", es decir, la diferencia entre el salario bruto y la nomina neta de cada trabajador: la opinión de Renzi es que en Italia la carga fiscal sobre el trabajo es demasiado alta y frena las inversiones. Es más, aumentando el salario neto aumentarían los consumos, fomentando así la recuperación de una economía que intenta salir de la recesión (+0,1 por ciento el PIB en el tercer trimestre de 2013).
El problema sin embargo es él de siempre: los recursos. Renzi promete reformar la administración pública y recortar los costes de la burocracia para buscar fondos, junto a otros recursos frescos que vienen de los fondos europeos, hoy en día mal utilizados. Sin embargo cuadrar las cuentas no es un trabajo fácil, aún menos para el Tesoro italiano: el Tribunal de Cuentas transalpino acaba de denunciar que las previsiones demasiados optimistas sobre el crecimiento del anterior Gobierno de Letta, podrían causar un descubierto de casi 17.000 millones dentro del fin de la legislatura.
El ministro de Finanzas saliente, Fabrizio Saccomanni, desmiente ese riesgo, pero el anuncio de los jueces fiscales da la idea del camino estrecho que Renzi tendrá que recorrer: de un lado la urgencia de hacer reformas en tiempos rápidos, del otro la necesidad de mantener bajo control las finanzas públicas.
El primer banco de pruebas será el déficit público, con Italia que peligra superar aquel nivel por debajo del 3% que tanto le ha costado conseguir. Renzi quería pedir a Bruselas el permiso par exceder ese límite e impulsar el crecimiento. Pero sus coloquios, antes con el presidente del BCE, Mario Draghi, y luego con el gobernador del Banco de Italia, Ignazio Visco, le han hecho bajar de las nubes: antes de cosechar concesiones en Europa, el nuevo primer ministro tendrá que demostrar su capacidad de cumplir con la agenda de reformas. Una tarea quizás demasiado ambiciosa, incluso para un político con una inmensa confianza en sí mismo.