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La negociación del tratado de libre comercio, marcada por las dudas

  • Cameron tiene en el acuerdo una baza para defender la continuidad en la UE
Los mandatarios de EEUU y Gran Bretaña, reunidos en junio para el G-8. Foto: Reuters.

El mayor acuerdo comercial de la historia comenzó a cocerse ayer en Washington en un momento en que la relación entre Estados Unidos y la Unión Europea sufre las consecuencias de las actividades de espionaje lideradas por la primera economía del mundo. Sin embargo, el ambicioso pacto, que elimina tarifas y reduce barreras regulatorias, podría impulsar el crecimiento económico de ambas potencias en más de 100.000 millones de dólares anuales.

Pese a la tensión inicial, especialmente fomentada por los diplomáticos galos, que pidieron el retraso de las negociaciones, la denominada Sociedad Transatlántica de Comercio e Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés) se convertirá, si llega a buen puerto, en el acuerdo de libre comercio más grande del mundo: cubriría casi el 50% de la producción económica global, el 30% del comercio internacional y el 20% de la inversión extranjera directa.

Los aranceles entre EEUU y la UE ya son relativamente bajos, pero debido a la magnitud del comercio entre ambos mercados, que representa la mitad de la producción económica mundial, los que defienden el acuerdo dicen que sería una importante fórmula para fomentar el crecimiento y el empleo, sobre todo en el viejo continente, donde la crisis de deuda soberana ha disparado el desempleo hasta niveles históricos del 12,2%. Tampoco podemos olvidar que las dos potencias invierten ya cerca de 4 billones de dólares en las economías de cada uno, según los datos estadísticos que se manejan a este lado del Atlántico.

"Iniciamos estas negociaciones con el objetivo de lograr el acuerdo más amplio y exhaustivo que podamos", dijo a Reuters el representante comercial de Estados Unidos, Mike Froman.

Regalo del G-8

Londres observa el arranque de las negociaciones con especial atención. Como socio de referencia de Estados Unidos en Europa, su papel estratégico es clave para un proceso que el propio David Cameron se había encargado de envolver en papel de regalo para mostrarlo como el presente más preciado del G-8 que presidió el mes pasado en Irlanda del Norte.

No en vano, beneficios económicos aparte, del éxito de la travesía dependerá mucho el futuro de Reino Unido. Cameron se ha presentado ante su audiencia como el arquitecto del acuerdo, las ventajas de éste se dejarán notar significativamente a lo ancho de la UE y, de seguir en el poder los conservadores, los británicos decidirán en referéndum si quieren mantener la sociedad con Bruselas.

En este particular silogismo, el primer ministro espera emplear los beneficios del tratado como argumento a favor de continuar en la Unión. Es más, puede incluirlo en la batería que prepara para la reforma que aspira a imponer en el armazón comunitario. Incluso el calendario se adapta a sus necesidades: si las negociaciones que acaban de comenzar deberían concluir hacia finales de 2014, el plebiscito comprometido se celebraría en 2017. El plazo es suficiente, pero aún así, surgen interrogantes. El primer ministro prevé plantear la permanencia en Europa sólo si logra reescribir el acuerdo de pertenencia.

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