
Las revueltas en Turquía han terminado con un período de diez años de tranquilidad y progreso económico traído por el primer ministro, Recep Tayyip Erdogan. El país ha hecho grandes progresos en los últimos años, logrando un crecimiento medio anual del 5% del PIB. En 2012 creció un 2,2%. Se ha mantenido en paz pese a las guerras regionales que le rodean.
En diez años, el Ejecutivo liderado por Erdogan ha sabido triplicar la capacidad adquisitiva del ciudadano medio. Hay un auténtico milagro económico turco. En ciudades como Estambul hay jóvenes emprendedores en un contexto de gran dinamismo económico. Son las élites del país. Mas hay todavía mucho desempleo y pobreza de los no beneficiados por el despegue. Lo peor es que el modelo económico de Erdogan favorece a sus simpatizantes y castiga a sus opositores, lo que solivianta a la antigua élite laica y republicana.
Las desigualdades disminuyen poco a poco y las razones de las protestas no son primariamente por motivos económicos. Esto las diferencia asimismo del movimiento de los indignados en países de la UE. El hombre fuerte de Turquía ha ganado de manera indiscutible tres elecciones parlamentarias seguidas.
En el lustro 2002-2007 las reformas democratizadoras indicadas por Bruselas iban por buen camino. Casi se podía hablar de una reconciliación entre liberales y conservadores de raíces islamistas. En las últimas elecciones en 2011 - tras nueve años en el poder - obtuvo la mitad de los votos emitidos. Desde entonces empezó a ejercer mal ese poder imponiendo su voluntad y dejando de ser el primer ministro de todos los ciudadanos. Bajo su gobierno dominante e islamizador la sociedad se fue polarizando.
La causa inmediata de las manifestaciones ha sido un proyecto para convertir el parque Gezi colindante con la plaza Taksim en centro comercial ultramoderno.
Sin embargo, la causa remota es el malestar de los turcos por el creciente autoritarismo del gobierno. Otra razón es el paulatino aumento de la influencia religiosa en el Estado, proclamado laico y republicano por Mustafá Kemal Atatürk en 1922, poniendo fin a más de seis siglos de imperio otomano.
La chispa que encendió la mecha
El parque Gezi y la plaza Taksim fueron la chispa que encendió la mecha aunque hubo en las últimas semanas episodios de represión policial. Hay, no obstante, otras causas que explican la ola de disturbios: las limitaciones en las leyes que rigen la publicidad, venta y consumo de bebidas alcohólicas; las intolerables presiones a periodistas, las restricciones a la ley del aborto.
Ante todo es controvertida la reforma prevista de la Constitución con una preocupante tendencia islamizadora: el intento de redefinición exclusiva del ser turco como de ideología suní, piadosa y conservadora. Solo un 12% de los turcos se muestra a favor de la ley islámica. El 82% desea los principios y revoluciones de Atatürk.
Erdogan pretende, también, transformar el sistema parlamentario en una república más presidencialista, para lo que planea reforzar el hasta ahora protocolario papel del presidente. Las elecciones son en 2014 y el actual primer ministro ya ha anunciado que aspira a suceder a Abdullah Gul, con el que fundó el AKP, el Partido de la Justicia y el Desarrollo, pero con quien no mantiene las mejores relaciones.
Muy pronto la protesta adquirió un contenido político: anti-autoritario y pro-libertad de prensa. El grupo de asistentes rápidamente incluyó a conocidos dirigentes de la activa minoría kurda local. Entre la segunda ola de manifestantes hubo intelectuales, artistas, políticos, profesores universitarios y estudiantes. Quien se manifiesta es la clase media urbana, laica y liberal.
La defensa del Parque Gezi se transformó en una suerte de salvaguarda de la democracia, percibida como amenazada. El estallido de la impaciencia popular se ha producido ante la soberbia de un gobierno que tras una década en el poder ha empezado a recortar las libertades civiles y políticas.
La brutal represión policial en la plaza Taksim provocó revueltas en otros puntos de Estambul y en la capital, Ankara. En total se extendió a otras 66 ciudades, entre ellas Izmir y Bodrum. Los enfrentamientos dejan ya dos muertos, más de 100 heridos y 1.800 detenidos. La UE, EEUU y organizaciones de derechos humanos han criticado la excesiva represión.
¿Qué puede ocurrir ahora?
Erdogan acusa a extremistas y opositores de los desórdenes. Con toda probabilidad logrará superar la ola de protestas. El problema es que su reacción confirma su peligroso desdén y el rumbo autocrático de su mandato. Haría bien en ver lo ocurrido como un oportuno aviso para enmendar errores.
Si Erdogan no cambia su estilo de gobierno puede poner en peligro el proyecto de democratización del islam político. Con su deriva autoritaria tras el apoyo electoral mayoritario confirmaría la tesis de que los islamistas solo defienden la tolerancia si no tienen el poder.
Por primera vez en la larga historia de protestas sociales en Turquía, la izquierda organizada -aunque participa en él- no representa el soporte del actual movimiento. Y a diferencia de las revueltas de primavera de 2007, no están detrás los militares. En esta ocasión el motor es la sociedad civil. Una señal de madurez democrática. En Túnez y Egipto la generación Facebook se alió con los pobres y desposeídos. Taksim no es Tahrir. La lucha no es por pan sino por la libertad.