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La huella de un Mubarak al borde de la muerte persigue a Egipto

Hosni Mubarak, expresidente egipcio.

El expresidente Hosni Mubarak, de 84 años, al borde de la muerte, dirigió Egipto con mano de hierro durante tres décadas y tuvo una caída veloz: en febrero del 2011 fue derrocado por una rebelión de 18 días y en junio de este año fue condenado a prisión perpetua.

El pasado martes el exlíder estaba clínicamente muerto, pero una fuente médica aseguró luego que se hallaba en coma y que los galenos trataban de reanimarlo en un hospital.

La salud de Mubarak se degradó desde su condena a cadena perpetua el 2 de junio, por la muerte de 850 manifestantes en la revuelta del 2011. Compareció en camilla a las audiencias de su juicio, en un cubículo con rejas, una imagen en las antípodas del gobernante cortejado en la escena internacional que impuso sus voluntades por 30 años en el país árabe.

Los retratos de Mubarak, en los que lucía rejuvenecido, fueron descolgados de los edificios oficiales tras su derrocamiento y los vendedores de recuerdos de la Plaza Tahrir, epicentro de las protestas en El Cairo, venden caricaturas de Mubarak con la expresión azorada.

Pocos se atrevían a apostar por la permanencia en el poder de este hombre sin gran carisma, que en 1981 sucedió a Anuar el Sadat, asesinado por islamistas. Supo, sin embargo, mostrarse pragmático, aunque cada vez más separado del pueblo y que sustentó su poder en un temible aparato policial y en un partido a su servicio.

También se opuso férreamente al islamismo radical inspirado por Al Qaeda, aunque no logró impedir el fortalecimiento de un islam tradicionalista inspirado por el influyente movimiento de los Hermanos Musulmanes, que es la primera fuerza política de Egipto.

Su liberalismo económico, que se acentuó en los últimos años, permitió desarrollar sectores como las telecomunicaciones y la construcción, pero casi el 40% de los 80 millones de egipcios seguía viviendo al final de su régimen con menos de dos dólares diarios, según estadísticas internacionales.

Las elecciones no pudieron resolver el tema del traspaso del gobierno de los militares a los civiles, dejando al pueblo, inversionistas extranjeros y aliados del país en EE.UU. y Europa con inseguridad sobre el tipo de Estado en que se convertirá.

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