
Algo huele a podrido en Reino Unido. Cinco siglos después de que su más ilustre literato describiera las intrigas palaciegas de Dinamarca, las tretas de la política británica en este inicio de milenio representan el papel del fantasma del padre de Hamlet.
La mayor controversia del mandato de Cameron
La supuesta compra de influencia aflora para atormentar, una vez más, al protagonista de esta versión moderna localizada en Downing Street. Si tres meses antes de asumir el poder en 2010 David Cameron había predicho que los lobbies en política serían el nuevo escándalo por estallar en Westminster, tan sólo dos años después su profecía se hace realidad con la mayor controversia relacionada con la financiación de su mandato.
Aquí, el villano de la historia ha huido ya. Al menos, al que el Partido Conservador culpa de una controversia que refresca en la memoria del votante los elementos más tóxicos de la marca tory. La semana en la que el ministro del Tesoro había presentado un Presupuesto que suaviza la presión sobre las rentas altas acabó con la peor campaña publicitaria para el principal socio de la coalición.
La grabación por parte de periodistas encubiertos del tesorero del partido ofreciendo influencia a cambio de donaciones a la causa conservadora ha abierto la caja de los truenos en torno a la fórmula a partir de la que la política británica se nutre de fondos. Millonario y exresidente en Mónaco, el oficial dimitió, pero la polémica permanece.
Asistentes a las cenas
El presidente de la Comisión Independiente de Estándares en la Vida Pública ha advertido ya de que no es un caso aislado. Los compromisos de investigar se sucedieron y, en un intento de detener la onda expansiva, el número 10 cedió a la presión y publicó un listado con los asistentes a las cenas que Cameron había acogido en su piso privado de Downing Street, así como en el área institucional del complejo y en Chequers, la residencia de verano del primer ministro.
Además, anunció que, a partir de ahora, la relación de donantes que acudan a un evento se dará a conocer periódicamente. Una batería de compromisos incapaz de eclipsar las interrogaciones generadas por los 30 millones donados a las arcas conservadoras por parte de invitados de Cameron que, desde que éste asumiese el liderazgo en 2005, han venido presionando por los intereses de la City.
Sin embargo, a pesar de la mancha, el premier no es el único. Ni siquiera el primer inquilino de Downing Street en sufrir este escarnio. Antes que él Tony Blair vio cómo el escándalo "dinero por honores", por el cual millonarios que otorgaron notables sumas al Laborismo supuestamente recibían títulos de lord, precipitaba su salida del poder, con la inestimable ayuda de su vecino e enemigo íntimo Gordon Brown. También diputados fueron grabados por admitir dinero a cambio de ejercer presión en materias de interés de sus donantes y ha habido hasta casos en los que las preguntas en el Parlamento habían sido escritas por el magnate Mohamed Al Fayed, expropietario de Harrods.
El problema para Cameron es que su caso abre una profunda herida que cuestiona, en esencia, quién mueve las cuerdas del poder. Con 250.000 libras, el extesorero conservador prometía la Liga de Campeones: acceso directo al primer ministro, libertad para preguntar y sus inquietudes incorporadas a una supuesta comisión de política del número 10. En definitiva, influencia en las esferas de Gobierno y acceso especial, incluso impropio, a figuras clave, como el titular del Tesoro. Todo ello, a pesar de saltarse normas básicas de la legislación británica, como la imposibilidad de recibir dinero si el donante no está en el registro electoral.
En este sentido, el oscuro entramado de la financiación de partidos se mezcla con el más intrincado ámbito de la presión política, un negocio que se considera podría estar valorado en unos 2.000 millones de libras. Un alcance que explica el estancamiento de las negociaciones entre los principales grupos, que llevan seis años intentando llegar a un acuerdo para intentar cambiar un sistema que, aunque cuestionado, permanece. Los puntos de fricción clave están en la financiación estatal y los límites necesarios para las donaciones. Sin embargo, en un contexto en que dinero significa votos, las formaciones lo aceptan no con el objetivo de favorecer los intereses de quien trata de comprar influencia, sino para asegurarse posibilidades en las urnas.