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La tormenta de la deuda ha decapitado en la UE a una decena de dirigentes...

Cuatro años de crisis global dan para mucho. Y el abultado número de cabezas de primeros ministros que han rodado desde el inicio de la hecatombe financiera y económica bien pudiera unirse a la larga lista de indicadores macroeconómicos -contracción del producto interior bruto, del empleo, del crédito, del comercio, etcétera- que muestran la gravedad de una coyuntura de la que no acabamos de salir.

La decapitación de José Luis Rodríguez Zapatero alarga una lista que, al menos en el Viejo Continente, todavía amenaza con ampliarse a múltiples y notables dirigentes.

Hasta que este fin de semana Zapatero confirmara que es un jefe de Gobierno amortizado, el último integrante del censo de dirigentes europeos atropellados por la crisis era su homólogo y correligionario José Sócrates, primer ministro en funciones de Portugal hasta que las elecciones anticipadas de junio le encuentren nuevo destino.

Sócrates ha sido incapaz de solucionar el crónico estancamiento económicos de su país. Y el jarabe de palo, dosificado con cuatro planes de recortes presupuestarios, que ha suministrado a su país desde el año pasado para evitar la quiebra del Estado, ha condenado a Portugal a recaer en la recesión este año.

Lisboa contagia a Madrid

Sócrates se defiende aún como gato panza arriba contra toda presión para que, en calidad de primer ministro en funciones, solicite el rescate del resto de Estados de la zona euro y del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Entre otras razones porque sus gestiones, como las de su compatriota conservador José Manuel Durao Barroso, presidente de la Comisión Europea, y las de su correligionario Zapatero, no han servido para convencer a Alemania para que flexibilice el rigor del mecanismo europeo de rescate hasta el punto de que las intervenciones puedan desdramatizarse y ser presentadas como una ayuda entre socios y amigos, no como la colonización de la política económica del país rescatado.

La reciente dimisión de Sócrates en marzo vino precedida por la caída ese mismo mes del centro-derechista Brian Cohen, exprimer ministro o taoiseach de Irlanda. Cohen estaba inevitablemente condenado a muerte desde que en noviembre de 2010 se plegó a las presiones de los mercados y aceptó el criterio del resto de capitales de la zona euro.

Criterio según el cual el rescate de Dublín calmaría a los mercados y evitaría que el contagio se extendiera a España e Italia: economías demasiado grandes como para dejarlas caer, pero también demasiado grandes como para poder rescatarlas.

La coalición que formaba con verdes e independientes se resquebrajó, y la opinión pública irlandesa no le perdonó la humillación de un rescate con unos tipos de interés impuestos por Alemania que los irlandeses consideran usurarios al rondar el 5,8 por ciento, frente al 3 por ciento ofrecido por el FMI. Cohen convocó elecciones anticipadas, y su rival Enda Kenny le destronó como estaba cantado.

Antes de la caída de Cohen, Irlanda ya había vivido en 2008 la de su antecesor Bertie Ahern. El principal detonante del fin de Ahern fue un escándalo sobre las contribuciones de empresarios a las finanzas personales del entonces primer ministro.

El agravante fue que justo en aquel momento se desvanecía el milagro económico del tigre celta, la burbuja inmobiliaria comenzaba a perder fuelle, y los activos tóxicos de la banca nacional empezaban a amenazar con lo que a finales de 2010 terminó por ocurrir: la ruina de los bancos arrastró al Estado al filo de la bancarrota.

Mentiras griegas y húngaras

Los problemas en Grecia estallaron cuando Irlanda ya había comenzado su descenso a los infiernos, pero sus socios de la UE y los mercados todavía confiaban en la capacidad y la seriedad de Dublín para ajustar sus cuentas y salir del atolladero. Kostas Karamanlis, primer ministro conservador, perdió las elecciones en octubre de 2009. Su política de reformas económicas y liberalizaciones chocó desde el inicio de su mandato con la resistencia de la opinión pública.

Y el electorado griego no le perdonó que no enderezara la mala marcha endémica de la economía de la República Helénica. Aunque quizás pesaran aún más en el rechazo de las urnas diversas polémicas de política nacional griega y la mala gestión de los trágicos incendios que asolaron buena parte del país en 2007.

El conservador Karamanlis se había aupado al poder, entre otras razones, gracias a que la UE destapó en 2004 que los socialistas griegos habían falseado las cuentas públicas para maquillar el déficit y la deuda pública y posibilitar así la entrada del país en el euro. El ministro de Asuntos Exteriores de aquel Gobierno socialista que había engañado a sus socios europeos fue George Papandreu.

Precisamente Papandreu, apenas derrotó en las urnas a Karamanlis en octubre de 2009, desveló que éste también había ocultado la magnitud real de los agujeros negros en las arcas públicas. Fue el pistoletazo de salida para la crisis de la deuda pública en la zona euro, y del inicio de las negociaciones que culminaron en primavera de 2010 con el rescate de Atenas.

La clase política de Grecia comparte con la de Hungría el desdoro de haber mentido sobre el estado real de sus cuentas públicas para disimular el alarmante estado de su deuda y su déficit. Tras ser reelegido primer ministro en 2006, el socialista Ferenc Gyurcsány admitió haber maquillado las cifras.

Esa mentira, la sombra de la intervención del FMI para rescatar al país y el duro programa de ajustes que tuvo que emprender lastraron su mandato y terminaron por tumbarle en 2009. Su sucesor, el independiente Gordon Bajnai, apenas retuvo el poder un año.

El más notable derrotado por la crisis es sin duda el laborista británico Gordon Brown. Su país, supuestamente el que más know how sobre finanzas acumula en Europa, fue uno de los más contaminados por las hipotecas basura y otras innovaciones financieras estadounidenses.

Brown fue uno de los líderes internacionales que llevó la batuta en la gestión de la crisis pilotada desde la UE y desde el G-20. De Londres llegaron buena parte de las iniciativas para sanear la banca y promover planes de estímulo de la actividad económica. De nada le sirvió frente a su electorado.

En Bélgica, el primer ministro Yves Leterme dimitió en diciembre de 2008, en el momento más candente de la crisis bancaria mundial, porque su entorno presionó, supuestamente, a la Justicia belga para agilizar la fusión de Fortis y BNP Paribas.

Leterme ha dimitido en media docena de ocasiones y en la actualidad es primer ministro en funciones, porque los vencedores de las elecciones de hace nueve meses aún no han sido capaces de formar Gobierno.

El holandés Jan Peter Balkenende y el checho Mirek Topolánek también cayeron durante la crisis, aunque fueron otros los factores que más pesaron en sus caídas como primeros ministros. En el caso de Topolánek, uno de ellos fue su fotografía desnudo en una de las orgías organizadas en la villa de ocio de su homólogo italiano Silvio Berlusconi.

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