
El tiempo se acaba para Taiwán, insiste el Gobierno de la isla para defender que lleve meses tratando de cerrar a toda costa un Acuerdo Marco de Cooperación Económica (ECFA, en sus siglas en inglés) con China.
Desde un punto de vista estrictamente económico, sus urgencias parecen plenamente justificadas: en 2010 entrará en vigor un acuerdo de libre comercio entre el gigante asiático y la asociación de los 10 países del sudeste asiático, conocida como la Asean.
En ese nuevo escenario regional que contempla tarifas-cero para una gran variedad y cantidad de productos, Taiwán teme no poder competir porque sus exportaciones serán comparativamente más caras. Su única salida, advierte el Ejecutivo de Taipei, pasa por firmar acuerdos de libre comercio bilaterales con sus socios comerciales -como Estados Unidos, Japón y los países regionales-, pero para ello es condición previa que China y Taiwán firmen antes el citado ECFA.
Impedir la expansión
Requisito éste que Pekín estaría imponiendo entre bastidores para impedir que Taipei dé pasos en el ámbito internacional que, eventualmente, puedan ser considerados como actos de soberanía. "Los demás países no quieren tener con Taiwán una relación que vaya más lejos que la que Taiwán pueda tener con China", apunta a este periódico Chun-fang Hsu, vicedirectora del Buró de Comercio Exterior, dependiente del Ministerio de Economía. "Si no firmamos el acuerdo pronto, la economía taiwanesa se resentirá mucho. En todo caso, el ECFA beneficiará a ambas partes", añade.
El Gobierno que preside Ma Ying-jeou, líder del partido del Kuomintang que tras ocho años en la oposición recuperó el poder en 2008 al defender un acercamiento a Pekín, ve el ECFA como una oportunidad para un mayor fortalecimiento entre ambos en términos comerciales, de acceso al mercado, inversión y cooperación económica. "El Gobierno está bajo gran presión para cumplir su promesa de que traerían la recuperación económica", explica Chong-Pin Lin, académico del Instituto de Asuntos Internacionales y Estudios Estratégicos de Taipei.
Subsidiaria de China
Si el Ejecutivo taiwanés prefiere circunscribir el ámbito del ECFA a lo estrictamente económico, el opositor Partido Democrático Progresista (DPP) capitanea a quienes en la isla creen que las connotaciones políticas del citado acuerdo marco no sólo condenarán a Taiwán a una peligrosa dependencia de Pekín, sino que además supondrán en la práctica un atajo hacia la reunificación de facto.
"El principal riesgo es que Taiwán acabe siendo una subsidiaria de China, porque seríamos mucho más vulnerables a las presiones", advierte Bi-Khim Hsiao, directora del Departamento de Asuntos Internacionales del DPP.
Relaciones comerciales
Los lazos económicos a ambos lados del Estrecho de Taiwán son ya muy sólidos: dos tercios de los 92.900 millones de euros que mueve el comercio bilateral son exportaciones taiwanesas, mientras que el 70 por ciento de las inversiones de la llamada isla rebelde tiene como destino final el mercado chino, siendo por mucho el primer inversor extranjero en China, aunque las restricciones obligan a muchas de ellas a triangular con terceros países.
Con motivo de la cuarta ronda de negociaciones entre ambos, que podría ser la antesala del acuerdo y se celebra esta semana en Taichung, decenas de miles de personas se lanzaron a la calle para mostrar su oposición a un acuerdo que, según ellos, menoscabará la autonomía de la isla.
"China quiere forzarnos a canalizar nuestras relaciones con el mundo a través de ellos. Por ello, estamos siendo marginados en el proceso de integración económica en la región", insiste Hsiao. Sondeos realizados por organismos independientes y partidos políticos muestran una fuerte división en la sociedad taiwanesa: menos del 60 por ciento de la población apoya la negociación, mientras que más del 70 por ciento cree que el acuerdo lleva, inevitablemente, a la unificación.
Precio político
Al respecto, el presidente Ma Ying-jeou dejó claro en su día que las relaciones con Pekín se asentarían sobre tres negativas: no a la confrontación, no a la independencia, no a la reunificación. Sin embargo, los críticos creen que dicha declaración de intenciones no podrá impedir una paulatina asimilación de facto. Yu-ming Shaw, ex ministro de Información, admite a este diario que "probablemente Taiwán tendrá que pagar un precio político en términos de reunificación".
Muchos analistas consideran que, además de cambiar el status quo en el Estrecho de Taiwán, un escenario de cada vez mayores lazos económicos entre ambos puede cambiar la correlación de fuerzas en el Pacífico. Además de la integridad territorial, Taiwán es muy importante para Pekín por otras razones, señala Arthur Ding, secretario general del Consejo Chino para Estudios Políticos, un think-tank de Taipei. "Desde la óptica china, Taiwán supone un obstáculo para su expansión hacia el este y, por tanto, estorba en su desarrollo estratégico", añade.
Geopolíticamente, Pekín ve como una amenaza que las rutas marítimas en el Mar de China meridional, por donde circula gran parte de su suministro petrolífero desde Oriente Medio y a través del Estrecho de Malacca, estén bajo dominio militar estadounidense. Por ello, Pekín trata de ejercer -con indudable éxito- un poder blando en la región que, eventualmente, sirva a su propósito de acabar siendo una potencia hegemónica en la región.
Si bien Taiwán es una pieza clave en dicha partida geoestratégica, Ding cree sin embargo que no basta el músculo económico para lograr la asimilación. "China tiene mucho dinero, pero no tiene verdadero poder blando. Su poder es el dinero, pero los valores que ofrece no son suficientemente atractivos aún", concluye Ding.