
El flechazo entre Obama y Europa, como toda relación de pareja, debe demostrar su capacidad de sobrevivir a la dura convivencia. Y la prueba de fuego llega esta semana. El líder norteamericano convivirá con sus homólogos europeos durante la cumbre del G-20 prevista el 2 de abril en Londres; la cumbre de la OTAN, los días 3 y 4, en la localidad francesa de Estrasburgo, y en la aleman de Kehl; la cumbre de de los 27 jefes de Estado y Gobierno de la UE con el presidente de Estados Unidos el domingo 5 en Praga; y la cumbre en Turquía de la Alianza de las Civilizaciones al inicio de la semana siguiente, de la que la Casa Blanca ya ha avanzado, que el presidente norteamericano no participará.
El primer conato de malentendido en el noviazgo entre la nueva América y el Viejo continente se ha producido cuando, en las últimas semanas, la Administración estadounidense reclamó que la prioridad de la cumbre del G-20 (los países más ricos del mundo más las economías emergentes más prometedoras) fuera ampliar los programas de gasto público para estimular la economía y evitar que la recesión actual degenere en una depresión larga y dura.
La propuesta contó con el apoyo de Gordon Brown, al anfitrión de la cumbre que, como todo primer ministro británico tiene un conflicto de lealtades entre el arraigado atlantismo de Reino Unido y su europeísmo en permanente estado embrionario.
Planes públicos
Pero la ortodoxa Alemania, a la que ya costó arrancarle que participara en los planes públicos de relanzamiento de la Economía, lideró la posición de la Europa continental: la UE ya se ha comprometido a inyectar más de 400.000 millones de euros entre este año y el que viene, el equivalente al 3,3% del producto interior bruto de la UE. Y ahora lo que toca es aplicar y evaluar.
Los resultados de la evaluación deberían conocerse en junio y, hasta entonces, no toca especular ni sobre el éxito, ni sobre el fracaso, ni sobre la conveniencia de volver a abrir el grifo del gasto público. La prioridad de cara al G-20 para Francia y Alemania, los Estados más influyentes del club comunitario, debía ser la reforma del sistema financiero mundial: básicamente, refozar la reglamentación y la supervisión para prevenir nuevas crisis financieras y recesiones económicas de la gravedad de la actual.
¿Quién tiene el paquete más grande?
El debate entre ambas orillas transatlánticas estaba degenerando en una tertulia machista en la que los parroquianos de cualquier taberna discuten sobre quien tiene el paquete más grande: el paquete de estímulo, por supuesto.
El presidente de la Comisión Europea, el portugués José Manuel Durao Barroso, fue uno de los dirigentes europeos que dijo que Washington, en lugar de criticar el estímulo presupuestario europeo, debería aprender del Estado del Bienestar del Viejo continente.
La Administración Obama reprochó a Europa que sólo inyectara recursos públicos por un monto equivalente al 1,5% del producto interior bruto europeo. Y los europeos le recordaron que eso eran sólo las decisiones de gasto discrecional adoptadas para hacer frente a la crisis.
Más reglas financieras
Pero que sin necesidad de ninguna decisión, los sistemas de seguridad social europeos habían disparado otro tanto vía los denominados estabilizadores automáticos. Dicho de otra manera: cuando un americano se queda en el paro apenas puede contar con su Estado. Mientras que un europeo recibe prestaciones que le ayudan a seguir consumiendo con la esperanza de que no se hunda en la pobreza ni la economía se paralice.
El tono comenzó a rebajarse. La muestra es que el pasado jueves Timothy Geithner, secretario del Tesoro estadounidense, presentó un amplio dispositivo de revisión de la reglamentación financiera. Washington puso en su punto de mira, como ya había hecho la UE, a los especulativos hedge funds o fondos de inversión libre, y a los productos derivados.
En esta orilla del Atlántico, José Luis Rodríguez Zapatero, en una entrevista publicada el viernes por elEconomista, dejaba la puerta abierta a nuevos planes de estímulo fiscal si la economía no resucitaba en los próximos meses.
El infierno está en el Este
Las posiciones se acercaban hasta que se le calentó la boca al primer ministro checho Mirek Topolanek y dijo la semana pasada que el plan de gasto público de Obama era una "carretera hacia el infierno".
Unas semanas antes, había firmado un artículo de opinión en el rotativo británico Financial Times donde sostenía que la inyección de dinero público en la economía y las empresas que estaban realizando los países de la Europa rica y occidental eran "el beso de la muerte".
Topolanek dirige un país de escasa relevancia en la toma de decisiones europeas, pero este semestre disfruta del protagonismo de desempeñar la presidencia de turno de la UE. Su irrelevancia se multiplicó la semana pasada al perder una moción de censura en su parlamento nacional, y probablemente permanecerá en su silla hasta este verano pero sólo como primer ministro en funciones.
Liberalismo y nacionalismo
Topolanek es uno de los numerosos ejemplos que muestran que los antiguos satélites de la Unión Soviética, ahora miembros de la UE, salieron despechados de medio siglo de yugo comunista, y se entregaron sin reservas al liberalismo y al nacionalismo.
Su liberalismo es por devoción y por obligación: sus arcas públicas carecen de los recursos necesarios para intervenir en la economía a favor de sus empresas. Así que temen que la intervención pública de sus vecinos franceses o alemanes a favor de sus bancos y multinacionales deje a sus rivales checos fuera del mercado.
De momento, quienes están fuera de juego son Letonia, Hungría, Rumanía y Serbia, que han tenido que recurrir a la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del la UE para evitar la bancarrota de sus finanzas públicas.
El nacionalismo de los países del Este de la UE, empeñados en disfrutar exageradamente en esta era global de su sobranía recién recobrada, les hace recelar de las directivas de Bruselas casi tanto como de los extintos dictados de Moscú. Sólo se sentían cómodos bajo el paraguas de Estados Unidos. Pero el demócrata Obama no termina de decidirse a, por ejemplo, desplegar el escudo anti misiles que el repúblicano George Bush pensaba instalar en Polonia y República Checa. Así que incluso ante Washington se sienten con el paso cambiado.
La OTAN pierde la brújula
La semana internacional comenzará el martes en la localidad holandesa de La Haya, con una conferencia internacional sobre Afganistán. Un tema prioritario para Estados Unidos que también será abordado en la cumbre de la OTAN dos días después, y en la cumbre entre la UE y EE UU del domingo.
La cumbre de la OTAN en Francia y Alemania será la puesta en escena de la vuelta de Francia al núcleo duro de la Alianza Atlántica tras el desplante muy pretérito a los americanos del general De Gaulle. La OTAN debería dar la bievenida a Albania y Croacia.
Y largas a Ucrania y a Georgia para retomar las relaciones semi armoniosas con Rusia. Moscú es fundamental para relanzar las negociaciones internacionales de desarme y no proliferación de armas nucleares. Aquí se llega a las tensiones con Irán, donde Rusia también podría ejercer un importante papel de mediación.
Crisis de identidad
La OTAN cumple 60 años y, como cuando cumplió 50, está en plena crisis de identidad. Con la caída del muro de Berlín, el desplome del Pacto de Varsovia y el derrumbe de la Unión Soviética, la Alianza Atlántica perdió a su mejor y más íntimo enemigo. Y desde entonces busca una nueva razón de ser que, desde luego, no ha encontrado en su atribulada intervención de Afganistán.
En su nueva concepción estratégica, militares y diplomáticos hacen complicadas construcciones intelectuales para incluir desafíos para la estabilidad y la paz mundial como el cambio climático, y la necesidad de garantizar el aprovisionamiento de energía.
La principal aportación de la delegación española a la cumbre de la OTAN será el miedo que lleva Zapatero a que la cita se vea contaminada por la espantada española de Kosovo. Y sobre todo por el temor de que el posible debate a puerta cerrada trascienda a la opinión pública.
Energía y cambio climático
El domingo 5 de abril en Praga, Irán y Afganistán estarán en el orden del día de la cumbre UE-EE UU. El contenido económico de la cita serán la lucha contra el cambio climático y necesidad de asegurar el suministro energético. Obama ha dado claras muestras de querer implicar a su país en el acuerdo internacional que se debería alcanzar a finales de año en Dinamarca para dar continuidad y profundizar el protocolo de Kioto más allá de 2012. Y eso conlleva una amplia reestruturación de la industria global.
Ahora que nadie espera que el sector financiero sea el motor de la futura expansión económica, muchos responables económicos y políticos buscan en la economía verde una nueva fuente de riqueza y actividad. La UE ha liderado el debate mundial con la esperanza de que su industria se ponga a la vanguardia y saque tajada. Pero si Estados Unidos entra realmente con fuerza en las negociaciones internacionales y apoya esta vía en su mercado nacional, su industria también rivalizará con pujanza en el mercado global.
La economía verde también debería ser una alternativa para reducir la dependencia del petróleo. Nadie confía en que los actuales precios de saldo del crudo se vayan a mantener. Al contrario, se generaliza el temor de que el desplome del petróleo reduzca las inversiones en el sector. Y que la producción no sea capaz de responder a la demanda cuando la actividad económica se recupere, lo que provocará una nueva explosión de los precios.