Fútbol

El Bernabéu odia y ama a Isco a partes iguales

  • Jugó de inicio bajo el yugo de una temporada irregular, con sombras
  • El público lo criticó por una 1ª parte de imprecisiones
  • Acabó ovacionado y piropeado como uno de los héroes de la noche
Isco trata de marcharse de Sagna, lateral del Manchester City. Imagen: Reuters

El Bernabéu es un territorio extraño. Tierra de sentimientos yermos. Templo de emociones exaltadas. Todo a la vez. Bipolaridad extrema que en noches especiales es capaz de regalar espectáculos inconcebibles en cualquier otro estadio. Anoche, en el Real Madrid - Manchester City, lo ecléctico de sus gradas se hicieron carne en Isco Alarcón, ese hombre al que su gente es capaz de odiar y amar con tremenda pasión y a partes iguales.

El malagueño saltó al pasto de Chamartín como titular. Una anomalía que disolvió su rutina de banquillos, ésa que le ha impuesto Zidane y que solo ha evitado en la Liga por culpa de las rotaciones o de las lesiones. Éste fue uno de esos casos.

Con Casemiro tocado, le tocó apostarse en la medular escoltando a Kroos en el medio y apoyando a Marcelo en la banda. Entre tanto, también debía controlar la pelota, buscar espacios para Cristiano y Bale y presionar la salida del esférico rival para robar y generar contras. Todo un pluriempleado.

Fragor de actividades en las que comenzó fino, cumpliendo con sus deberes y con la grada entregada. La excitación de las noches europeas hace que el público del Bernabéu se encuentre predispuesto al halago... y a la crítica.

Porque según fueron transcurriendo los minutos, lo que estaba llamado a ser un vibrante encuentro de semifinales de la Champions League mutó en tedio casi estival. El calor de la noche madrileña y el planteamiento de Pellegrini no ayudaron a mejorar el ritmo de un duelo que bajó pronto a la categoría de tostón. Y en esas nuestro protagonista, Isco, se contagió del virus de la desidia.

Comenzó errando pases sencillos, siguió precipitándose en exceso y acabó arriesgando con filigranas innecesarias al borde del área que crisparon a un público que, además, le reprochó su carencia de mordiente a la hora de defender el ataque inglés.

Fue entonces cuando creció ese runrún tan característico por Concha Espina, ése que llega a oídos del futbolista y que se transforma rápidamente en pitos aislados y nervios para el jugador.

Anoche la sangre no llegó al río. Los pitos no emergieron, pero sí la tensión en un Isco que acabó entonado la primera mitad. En la segunda todo fue más sencillo.

Isco jugó más centrado y con una regularidad que, si bien no le permitió hacer jugadas impactantes, sí que lo sumieron en un rol más trascendente y regular. Fue así como, en el minuto 67, 7.505 metros más tarde (eso fue lo que corrió durante el encuentro) el malagueño fue sustituido para dejar su espacio a James.

Y ahí sí, la parroquia olvidó el enfado de la primera mitad y se levantó para ovacionar a un jugador que dejó el césped cabizbajo y meditabundo, quizá aún fastidiado por lo sufrido en los primeros 45 minutos, soprendido, tal vez, por la enésima demostración de como su propio público era capaz de amarlo y odiarlo a la vez con una fuerza inusitada. Así es el Bernabéu. Un territorio extraño.

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