Fútbol

Pep Guardiola o cómo ser más feliz en el Bayern de Múnich que en el Barça

Guardiola celebra con Mandzukic el título logrado ayer | Reuters

Hubo un día en el que a Hugo Sánchez, el mito del madridismo, le preguntaron quién creí que era mejor, si José Mourinho o Pep Guardiola. Eran los tiempos en los que Pep lo ganaba todo y Mourinho sufría. Hugo, sin embargo, respondió que 'The Special One' porque él lo había ganado todo y en muchas ligas distintas. "Todavía está por ver que Pep lo haga", dijo.

Tiempo después de aquellas palabras, Guardiola ha respondido con su primera Bundesliga, que no su primer título en Alemania. El de Santpedor suma ya tres títulos desde que llegó al Bayern de Múnich, a saber, una Supercopa de Europa (precisamente ante el Chelsea de Mourinho), un Mundial de clubes y el ya citado título de la liga germana. Por eso Pep es feliz.

Por eso y por mucho más. Alemania le ha devuelto la sonrisa y lo ha hecho dentro y fuera de los terrenos de juego. Tanto, que su entorno no lo duda. Guardiola es más feliz en tierras bávaras que en su Cataluña natal. Es más feliz en el Bayern de Múnich que en el Barça.

Es una felicidad que tiene muchos frentes abiertos, sí. Familiares, profesionales, personales... la lista es interminable y comienza, como no podía ser de otra forma, en la pelota, en el fútbol.

Desde que Guardiola ha llegado al Bayern de Múnich se ha sentido querido hasta alcanzar cotas jamás sentidas en el Camp Nou. Cierto es que en la Ciudad Condal lo adoraban, pero compartía cartel con esas estrellas que él ensalzaba. Messi, Xavi, Iniesta, Puyol... la lista es larga. En la Bundesliga no sucede igual.

Allí, por mucho que lo intente, por mucho que su discurso se centre en sus jugadores, él es la estrella del Bayern de Múnich. El público germano lo adora y su directiva, también. Más allá de casos aislados (como las recientes críticas de Beckenbauer), los mandamases del vigente campeón de Europa le otorgaron el bastón de mando sin pedirle apenas contrapartidas.

"El Bayern es tuyo, haz lo que quieras con él", le vinieron a decir. Y él obedeció creando un equipo a su gusto, con altas y bajas, métodos de trabajo y sistemas adaptados a su estilo. Lo que Pep decía, era ley. En Barcelona nunca tuvo semejante grado de sumisión desde el palco.

O mejor dicho, dejó de tenerlo cuando Rosell llegó a la presidencia. Guardiola nunca congenió con él como lo había hecho con Laporta y, desde luego, nunca llegó a hacerlo con ambos como lo ha conseguido con un Uli Hoeness al que defendió a capa de espada tras su acusación por fraude fiscal. "Es mi amigo y creo en él", comentó al poco de saberse los problemas que tenía con la justicia.

Es la contrapartida del entrenador al cariño que antes le habían dado Hoeness a él. Un cariño que se manifiesta en las calles de Múnich por las que suele pasear con su familia, aunque, eso sí, el calor del público del Bayern es distinto al del Barça. Es, por así decirlo, muy a la alemana.

Y es que una de las cosas que ha fascinado a Guardiola en su nueva etapa bávara es la calma con la que puede pasear por la ciudad con su familia, ir al cine o acudir a las diversas galerías de arte que trufan su centro histórico sin que nadie le grite, moleste o detenga para hacerse la foto de rigor.

El agobio de los fans (e incluso de la prensa) es mucho menor del que él esperaba, algo que le ha permitido combinar su vida personal y profesional como nunca antes, en silencio y sin molestias.

De hecho, ha encontrado una calma que ni siquiera logró en Nueva York, cuando los aficionados españoles convirtieron el edificio en el que vivía en una suerte de lugar de peregrinaje, con las consecuentes molestias que solían trufar sus salidas a Central Park a pasear o sus intentos de hacer compras por las calles más famosas de la Gran Manzana.

En Alemania no es así. Allí come en sus restaurantes favoritos o visita los jardines que más gustan a su familia sin presiones. Los suyos lo agradecen y eso permite que Pep pueda vivir (y trabajar) de manera más placentera.

Se ve en los entrenamientos, donde participa de las bromas de sus jugadores como uno más. También incluso en aquellos sitos en los que jamás pensó visitar con gozo. Por ejemplo, la Oktoberfest, donde acudió por primera vez el pasado otoño convencido de que aquella orgía de cerveza no sería de su agrado. Lo suyo no son las fiestas.

Pero su visita le cambió la mentalidad. El entrenador disfrutó de la celebración con pasión. Tanta como la que mostró cuando apareció por el festejo vestido como manda la tradición, con pantalones cortos de cuero y unos llamativos tirantes, amén del típico sombrero tirolés. Se había enamorado de Múnich.

Tanto es así, que Guardiola vive en el centro de ciudad sin que eso parezca molestarle en su día a día, aunque hablan desde tierras bávaras de sus intenciones por hacerse con una gigantesca finca (con caballos incluidos) en las verdes afueras.

¿Y la distancia con su tierra? Pues parece que tampoco le importe demasiado. Las conexiones aéreas entre Barcelona y Múnich son tan frecuentes, que Pep se permite el lujo de viajar con frecuencia a Cataluña y regresar en el mismo día. También sus familiares y amigos toman con frecuencia el recorrido que lleva hasta el aeropuerto Johann Strauss.

Una mezcla de factores que le permiten vivir tranquilo y sin la ansiedad que solía atenazarle en Barcelona y que le hizo declarar, incluso, que si por él fuera "renovaría cada seis meses y no de año en año". En Múnich no tiene ese problema.

Sus tres temporadas de contrato le permitirán vivir relajado en su nueva tierra de adopción sin pensar en nada más que en ser feliz. Lo que por ahora está consiguiendo, y por encima de lo que lo fue en Barcelona.

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