Fútbol

El Barça y la dictadura del vestuario culé que lastró la revolución de Martino

Martino bebe agua durante el Valladolid - Barça | Reuters

El FC Barcelona camina por una de sus peores crisis en los últimos años. Los últimos resultados, la falta de un fútbol brillante como sucedía antaño o la futura marcha de alguna de sus estrellas (amén de los problemas institucionales), deja al cuadro culé en una posición complicada y con una duda que ronda la Ciudad Condal en los últimos días. ¿Quién es el culpable?

El éxito, como dijo en su día Mourinho, tiene muchos padres, pero el fracaso, sólo uno: el entrenador. Hoy todas las miradas se posan en Tata Martino como el máximo responsable del fiasco presente (y del que puede llegar si no se vence ningún título) que asola el Camp Nou.

Sin embargo, decir que toda la culpa de lo que le ocurre al Barça es del argentino puede ser arriesgado, entre otras cuestiones porque el propio preparador de Rosario ha estado atado de pies y manos desde que el primer día en que aterrizó en España.

Cosas de ser un entrenador de emergencia, el técnico apenas pudo influir en ninguno de los aspectos básicos que todo preparador ansía para amoldar el equipo a su gusto. A saber, ni influencia en la pretemporada, ni capacidad para sugerir fichajes (más allá del central que él mismo se negó a contratar), ni poder para subir a chavales del filial a la primera plantilla... ninguna de esas áreas pudo mutar un Martino que, sin embargo, sí que quiso cambiar algo clave para el Barça: su estilo.

Porque, aunque en su presentación repitiera constantemente aquello de que no había llegado a Barcelona para alterar el estilo culé, Martino sí que quiso introducir algunos aspectos que, como el mismo anunció aquella mañana, permitieran mejorar y complementar lo que ya se había hecho hasta la fecha.

Amén de recuperar la presión en campo rival (a Martino le bombardearon señalándole que ése había sido el principal pecado de la era Vilanova-Roura), el ex de Newell's se presentó en la ciudad deportiva de Sant Joan Despí con la intención de hacer del Barça un conjunto pluridisciplinar. Esto es, que si era necesario jugar al tiqui taca, se jugase al tiqui taca y si era necesario jugar al contragolpe, se jugase al contragolpe.

Ésta última opción, siempre repudiada por buena parte de la opinión pública blaugrana, era, según alguno de los directivos culé, una de las mejoras necesarias para la evolución del Barça. En días como los de las semifinales de Champions contra el Bayern de Múnich o los últimos duelos directos contra el Real Madrid, el típico estilo de tener la pelota se había revelado insuficiente. Había que hacer algo más y la contra era un buen método para sorprender al rival.

El Barça, además, tenía jugadores para ello. Messi, Alexis, Pedro, Neymar, Alves o Jordi Alba, por poner algunos ejemplos, eran futbolistas capaces de recorrer en pocos segundos grandes distancias. Para colmo, la presencia de grandes pasadores como Xavi, Cesc o Iniesta garantizaba que el plan B era factible. Había mimbres para ello.

Sin embargo, a Martino poco le duró la ilusión de introducir cambios en la forma de juego blaugrana. A los pocos días de tomar el mando del equipo, los capitanes del equipo (incluido Messi) mantuvieron una reunión en el vestuario en la que le sugirieron al preparador que descartase ese planteamiento.

Fue entonces cuando el técnico se dio cuenta de que el verdadero problema para instaurar sus ideas no estaba en las cualidades de sus jugadores, sino en su actitud. Ninguno de ellos parecía dispuesto a aceptar la evolución. Ninguno quería hacer aquello que habían criticado públicamente hacía no mucho tiempo.

Pese a ello, Martino intentó, poco a poco, ir convenciendo a los Xavi, Cesc, Iniesta, Busquets, Piqué, Pedro y compañía de que el método del contragolpe era una fórmula viable en algunas ocasiones.

A otros cracks como Alexis o Neymar no era necesario convencerles de ello. Los dos venían de equipos que jugaban a la contra y que se aprovechaban precisamente de su velocidad para matar a los rivales.

Por eso ambos empezaron la temporada ganándose el puesto en la delantera. El 'Tata' cambió el dibujo y abandonó la opción de poner a cuatro centrocampistas para colocar tres delanteros puros, esto es, dos extremos (habitualmente Alexis y Neymar) además de Messi.

También intentó otras fórmulas con las que crear y sorprender con espacios por delante, como tirar a Cesc a la banda izquierda o usar al propio Messi a la derecha. En su pizarra se dibujó por momentos la alternativa de ubicar dos medioscentros de corte defensivo (Song y Busquets) para desplegar un muro que facilitase el robo rápido en la zona de creación propia y la contra como estilo de ataque.

Pues bien, nada o casi nada de esto le ha funcionado. Aunque el Barça es el equipo que más goles ha hecho a la contra del campeonato, el equipo y sus protagonistas se mostraron reticentes desde el primer minuto a asumir este nuevo método de juego.

Tanto, que a lo largo de la temporada, las fricciones entre el entrenador y el equipo han sido variadas. Tras jugar en Vallecas (el Rayo le ganó la posesión al Barça), Xavi le pidió a su técnico que se volviera a hacer de la posesión el estilo único.

Después de caer ante Ajas y Athletic, los futbolistas solicitaron al técnico que se entrenase como antaño a cambio de defenderle ante la opinión pública. Después siguieron los casos Valencia o Anoeta, duelos en los que, otra vez, los cracks blaugranas insistieron a su técnico en lo inadecuado de sus planteamientos.

Un suma y sigue que ha terminado minando la confianza del técnico hasta hacer casi insalvable la distancia entre él y sus chicos. Tanto, que tras caer este sábado en Valladolid, el preparador no ha protagonizado ninguna bronca o reprimenda.

Apagado y taciturno, el técnico se presentó frente al vestuario con un mensaje de tono medio y sin duros reproches. Fuentes cercanas al club creen que se siente derrotado y que ésa es la sensación que transmite a un grupo que le ve más fuera que dentro.

El mismo grupo al que no se supo imponer y cuya insistencia por desatender sus peticiones ha acabado por explotar en la peor crisis culé de los últimos años.

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