
Cesc Fàbregas acumula ya tres temporadas en el Barça. Tres temporadas, se entiende, desde que regresar al Camp Nou procedente del Arsenal inglés, donde acabó tras buscar oportunidades lejos de la Masía.
En Londres aprendió a hacer muchas cosas. Una de ellas, además de sentirse importante en un club como el 'gunners', era entender el valor de la palabra sacrificio. Arsene Wenger le pedía en cada pelota que se dejara la vida con una movilidad por toda la zona ancha del campo que acabó convirtiéndose en una de sus señas de identidad.
Pero todo eso cambió cuando Cesc aterrizó en Barcelona. En el Camp Nou tuvo que mutar su rol. Dejó de ser un hombre todo campista para ser una suerte de segundo delantero en ocasiones o interior en otras. Mezcla que le produjo algún problema con sus compañeros y el público culé.
Cuenta el propio futbolista del Barça en una entrevista en el diario As que en sus primeros duelos como culé, intentó hacer lo mismo que hacía en el Arsenal, es decir, llegar a todas las pelotas y moverse por todos los frentes.
Sin embargo, en cuanto empezó a hacerlo, se dio cuenta de que allá donde iba, había otro compañero. Así pues, se dio cuenta de que en el Barça tenía que mutar su estilo de fútbol.
Y tardó en conseguirlo, algo que terminó provocándole un problema con la grada del Camp Nou, cuando sus propios aficionados le llamaban indolente e incluso cosas peores.
"En el Barça sé que tengo fama de vago, y me da rabia porque yo no paro de moverme por todo el campo. Quizás demasiado porque al moverme tanto parece que no estoy en ningún sitio", explica.
"Cuando llegué, Tito y Pep me dijeron que mi problema es que corría demasiado. Yo quería ir siempre donde estaba al pelota y acaparara el juego, pero claro, aquí miras a la derecha y está Xavi, miras a la izquierda y está Iniesta y delante Messi y entonces pareció que me quedaba parado", completa como explicación el de Arenys.
Sin embargo, y pese a que sigue, campaña tras campaña, acumulando buenos datos con el Barça, la fama que acompaña a Fàbregas parece no tener punto y final, pese al fastidio que provoca a su principal protagonista.