
Bienvenidos a la historia de un hecho simbólico y raro. De esos que suelen ocurrir una vez cada mil, más si cabe si el hábitat del suceso es el FC Barcelona, un equipo que eleva a la categoría de piedra angular la excelencia de un modelo preociosista y el buen juego.
En equipos como el culé, lo jugadores secundarios suelen ser eso, secundarios. Hombres llamados a un papel clave, pero siempre en la sombra de los cracks. Cierto es que sin ellos, las figuras no brillan, pero su trabajo suele carecer de ese toque áureo que permite llenar estadios o vender millones de camisetas.
Hasta ahora. Hasta que Sergio Busquets decidió que quería ser el mejor del Barça y brillar más que la constelación que conforman los Messi, Xavi, Iniesta, Neymar y compañía.
Porque el canterano culé se ha transformado en los últimos partidos en un jugador superlativo, el verdadero sustento del mediocampo culé y, por lo tanto, del estilo de juego que ha hecho grande a este conjunto en las últimas temporadas.
Lo ha conseguido, eso sí, como a él le gusta. En silencio y sin apenas levantar ruido. A él, a Busquets, eso de las bicicletas, sombreros, caños, eslalon y demás filigranas le suena demasiado lejos. Su fútbol son las hazañas menos vistosas, que no menos brillantes.
Busquets distribuye juego, corta ataques rivales, sirve de ancla a su equipo, tapa espacios y genera huecos mientras cubre las espaldas de sus compañeros y frena las genialidades de los rivales. Lo suyo es un esfuerzo titánico que en partidos como el del miércoles ante el Milán tienen incluso premio en forma de gol de cabeza que, aunque en posible fuera de juego, demuestra que este chico de los recados también vale para ver portería. Todo un portento.
Lo sabe un Tata Martino que, por ahora, como el resto de sus antecesores, aún no sabe cómo darle descanso. Para el resto de posiciones tiene un clon o alguien que lo puede hacer similar.
¿Que se lesiona Messi? Pues ahí está Neymar para jugar de falso nueve. ¿Que Iniesta o Xavi necesitan descanso? Pues ahí emerge Cesc para coger sus galones. Sin embargo, con Busquets no es así.
El único hombre parecido a él en el Barça es Song y siempre que ha jugado lo ha hecho tantos peldaños por debajo del catalán, que nadie duda de que Sergio es el único verdaderamente insustituible del Barça junto con Valdés. Del Barça y de la selección española. Del Bosque tampoco le encuentra sustituto. Sergio es su pieza clave. Su llave maestra para articular el centro del campo de jugones necesario para que 'La Roja' carbure a un buen nivel.
Un puesto, mil funciones
En ambas escuadras su capacidad para sacar el esférico jugado es clave. No se suele poner nervioso y siempre busca las opciones más fáciles. Las transiciones defensa-ataque se hacen más llevaderas si la pelota pasa por sus pies. Además, abarca buena parte de la medular con una capacidad física inasequible al desaliento.
Tanto, que es de los primeros hombres en presionar al rival cuando trata de mover la pelota desde su propio campo o es de los pocos que siempre llega a tiempo cuando se organiza alguna contra a las espaldas del medio campo.
Los laterales lo adoran porque saben que con él, sus subidas siempre tendrán un guardaespalda que cubra sus defectos y en el caso de los centrales, con Busquets por delante también hay mayores facilidades. Sabe recibir de cara y espaldas y darse la vuelta como si no pasara nada.
Multitud de virtudes que el club ha valorado en una justa medida con una renovación de contrato jugosa y una elevada cláusula para evitar que clubes como el Real Madrid (Florentino Pérez es un fan de su forma de juego) intenten cazarlo.
Toda una declaración de intenciones ante un jugador de sólo 24 años que lleva ya casi cinco dándolo todo en la élite del fútbol español sin que apenas se le conozcan pájaras, al contrario que otros mediocampistas culés. Y ahora le ha tocado su momento.
El momento de ser el mejor jugador del Barça. Un hecho simbólico y raro. Pero es que su protagonista también lo es. Afortunadamente para su club y la 'Roja'.