Evasión

Yuval Noah Harari y las redes de información: una historia ambiciosa que no termina de convencer

Desde la publicación de Sapiens: De animales a dioses, Yuval Noah Harari se convirtió en un fenómeno editorial global. Su capacidad para narrar en clave divulgativa los grandes procesos históricos, desde la evolución biológica hasta las transformaciones culturales y tecnológicas, lo ha situado entre los intelectuales más leídos e influyentes del siglo XXI. A Sapiens le siguió Homo Deus: Breve historia del mañana, centrado en las promesas y amenazas del futuro y 21 lecciones para el siglo XXI, donde abordaba los desafíos del presente. Con Nexus. Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la inteligencia artificial, Harari vuelve a su especialidad: ofrecer una panorámica total de la historia humana a través de un concepto aglutinador. Esta vez, las protagonistas son las redes de información.

El punto de partida del libro es simple y poderoso: la historia humana puede entenderse como la evolución de las redes que hemos construido para almacenar, transmitir y procesar información. Desde los relatos orales en las tribus prehistóricas hasta los algoritmos de la inteligencia artificial que organizan la sociedad digital contemporánea, Harari traza una línea continua de transformación. A lo largo de esta historia, sostiene, las redes de información no solo han reflejado el mundo, sino que lo han modelado: han creado realidades compartidas, permitido la coordinación a gran escala y determinado quién ostenta el poder.

El libro recorre, de forma cronológica, las distintas etapas de esta evolución. En las comunidades tribales, la red de información era oral, basada en el relato, el mito y la memoria. No había escritura, pero sí reglas sociales transmitidas con eficacia gracias a la repetición y la emoción colectiva. Con la aparición de los primeros Estados y la invención de la escritura, las redes se formalizan. La información puede almacenarse, replicarse y auditarse. Aparecen registros, censos, leyes escritas y burocracias.

En un tercer momento, Harari analiza el papel de las religiones universales como redes de gran escala. El cristianismo, el islam o el budismo no fueron solo creencias espirituales, sino también poderosas redes de información que conectaban sociedades dispares bajo reglas y narrativas compartidas. Más adelante, con la imprenta, se produce un salto cualitativo: el acceso a los textos religiosos, filosóficos y científicos se multiplica, permitiendo fenómenos como la Reforma protestante o el nacimiento del pensamiento ilustrado.

El siglo XIX ilustra cómo ciertas tecnologías —como el vapor, el ferrocarril o el telégrafo— favorecieron redes imperialistas sostenidas por la información. Las potencias coloniales europeas no solo se imponían por la fuerza militar, sino también gracias a censos, mapas, estadísticas y sistemas de comunicación centralizados. La red sostenía al imperio.

Hoy, la inteligencia artificial representa un nuevo punto de inflexión. Harari advierte que las redes actuales ya no solo comunican, sino que procesan y toman decisiones. Algoritmos invisibles, gestionados por grandes corporaciones tecnológicas, filtran nuestra información, modelan nuestras opiniones y anticipan nuestros comportamientos. Esto altera profundamente las relaciones de poder, con consecuencias que aún no entendemos del todo. Las redes digitales ya no son herramientas del Estado, ni del mercado sino estructuras autónomas que redefinen lo público, lo privado y lo político.

La tesis es coherente y relevante, pero el desarrollo del libro no está a la altura de la ambición inicial. Nexus repite fórmulas ya conocidas de Harari: capítulos breves, tono divulgativo, ejemplos históricos vistosos. Sin embargo, esta vez el conjunto resulta desigual. En muchos tramos, el concepto red de información se utiliza de forma tan amplia que pierde precisión. Todo parece encajar, desde un ritual chamánico hasta el funcionamiento de Google, pero las conexiones no siempre son convincentes.

Además, Harari abusa del ejemplo como recurso narrativo. En lugar de apoyar sus argumentos con casos ilustrativos, a veces se extiende en anécdotas que aportan poco al hilo principal, lo que alarga innecesariamente el libro. No habría perdido fuerza si tuviera la mitad de extensión. Tampoco ayuda la traducción al español, que peca de literalidad en los pasajes más técnicos. La terminología sobre redes, procesamiento de datos o sistemas de información requiere un manejo preciso y aquí el lenguaje a menudo se vuelve confuso o impropio.

En su análisis de la actualidad, Harari mantiene su estilo directo y su tono de advertencia. Repite que la concentración del poder informativo en manos de unas pocas plataformas tecnológicas representa un riesgo para las democracias y nuestras formas de vida. Sin embargo, no ofrece muchas ideas nuevas respecto a lo que ya había expuesto en libros y entrevistas anteriores. El diagnóstico es conocido: algoritmos que polarizan, vigilancia omnipresente, desinformación viral. Lo que falta es una propuesta clara, una mirada renovada o al menos una profundización más crítica del fenómeno.

En conjunto, Nexus es una lectura interesante, especialmente para quienes no están familiarizados con la obra previa de Harari. Ofrece una perspectiva amplia, accesible y con momentos sugerentes. Pero para quienes esperaban un nuevo Sapiens, el libro puede resultar decepcionante. La fórmula empieza a mostrar signos de agotamiento. Harari sigue siendo un narrador eficaz, pero esta vez no consigue sorprender.

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