Evasión

Marta Pazos, directora de 'Orlando': "Debemos tratar la palabra como tratamos el cuerpo"

El verde de las hojas del roble untará la piel de dos, siete, once cuerpos que bailarán, casi abrazados, por los ríos de espuma. Sin embargo, solo uno de ellos, el de Orlando, será capaz de romper los límites del género y del tiempo. En el siglo XVI, este joven aristócrata inglés será poeta, vivirá en la corte de Isabel I, se enamorará de una princesa rusa junto al Támesis, será embajador en Constantinopla y, un día cualquiera, despertará convertido en una mujer. El cambio de sexo afectará a su futuro, pero no a su identidad. En su regreso a Inglaterra, continuará escribiendo, deseará por igual a hombres y mujeres y será testigo del devenir de los años, el amor, la naturaleza, los sistemas políticos y los roles de género.

Same person. No difference at all. Just a different sex. Así retrataba una revolucionaria Virginia Woolf a Orlando, el protagonista de la novela que la escritora publicó en 1928 y que a día de hoy recibimos como una obra avanzada a su tiempo. La directora Marta Pazos, junto con Gabriel Calderón en la dramaturgia, la ha llevado al Centro Dramático Nacional, donde ha agotado las entradas de las 47 funciones que desde abril, y hasta el próximo 8 de junio, acoge el teatro María Guerrero de Madrid.

Durante las dos horas que dura la obra, once intérpretes —Nao Albet, Anna Climent, Alessandra García, Jorge Kent, Paula Losada, Laia Manzanares, Paco Ochoa, Mabel Olea, José Juan Rodríguez, Alberto Velasco y Abril Zamora— se entregan a una puesta en escena que corre a cargo de Blanca Añón, vestuario de Agustín Petronio, luces de Nuno Meira, espacio sonoro de Hugo Torres y coreografía de Mabel Olea. Hablamos con la directora gallega sobre su Orlando, una propuesta que, a través de un complejo montaje operístico, sirve como una sátira del sexismo de los años 20, pero también como una celebración del cuerpo como territorio político y de trasformación.

Elenco de 'Orlando'. Foto: Bárbara Sánchez Palomero

En esta última década has estado trabajando con obras firmadas entre 1928 y 1931. ¿Qué tiene esta época que te atrapa tanto?

Mirar al pasado supone para mí un aprendizaje muy grande. Hay un tiempo que es cíclico, los materiales vuelven. Transformados, pero vuelven. Aparecen las vanguardias, hay una conexión con lo mágico, lo surrealista, lo esotérico, Oriente… Hay otros mundos y formas de contar, y los artistas saben que sus obras están siendo vanguardistas, porque el contexto no está preparado para recibirlas. Es lo que pasa, por ejemplo, con el teatro irrepresentable de Lorca. Él sabía que no era para la gente. Sin embargo, ahora, 100 años después, se recibe como algo contemporáneo. Y con la obra de Virginia me pasa esto, igual que con otras que voy a hacer y que pertenecen a este tiempo en el que parece que me estoy especializando.

El texto de Virgina Woolf no es sencillo. ¿Cuál ha sido el mayor reto de llevarlo a escena?

Para mí el mayor reto fue que el texto no fue escrito para ser representado, sino para ser leído, para que el viaje lo hicieras en tu cabeza. Una adaptación es una traducción a otro mundo, y en el lenguaje de lo matérico, que es el de lo teatral, hay muchas cosas que no puedes representar; ingredientes y eventos de la propia novela se quedan atrás. Entonces, nos hemos relacionado con la novela casi desde un punto de vista contemplativo. Los materiales, la dramaturgia, se han escogido desde ahí, con esos destellos que nos interpelaban.

¿El tiempo reformula las propias obras?

Virginia igual no escribió esta historia con la intención de hablar de lo trans, pero eso ya estaba ahí, igual que la pérdida de derechos por ser mujer. Son cosas que todavía pasan. Es muy interesante no perder esa perspectiva para poder accionar algo que sigue pasando 100 años después.

Sueles hablar de acción, en lugar de reacción.

Accionar es tomar cartas en el asunto. Para construir tienes que accionar. Si no, se diluye el pensamiento crítico, te ves arrastrada por la marea. Para accionar tienes que darte la vuelta, ver de dónde vienes y averiguar hacia dónde vas. Es todo el tiempo un juego de cintura por el pasado y el futuro desde el presente.

Con Orlando, por primera vez montas un elenco que no audicionas. ¿Por qué te dejaste guiar esta vez por la intuición? ¿La obra lo requería?

Sí, es cierto. No suelo hacerlo así, necesito audicionar. Las audiciones son complejas, un encaje de bolillos, pero esta vez, bueno, pensé en esta relación con la naturaleza que tiene la obra. Y en la contemplación, la conexión con otros estados… Decidí empaparme de eso, como Virginia.

Abril Zamora en 'Orlando'. Foto: Bárbara Sánchez Palomero

¿Cómo trabajaste el texto con el equipo? Cuando Paul B Preciado lanzó Orlando, Mi biografía política, contaba que hizo talleres de lectura en los que participaron los 25 Orlandos de la película y el equipo técnico. Decía que eso servía "para empoderar a la gente en el proceso".

El trabajo fue muy orgánico, porque en el texto fue apareciendo poco a poco el propio de Virginia. Fue algo que se fue transformando con el trabajo de Gabriel Calderón, que estuvo muy implicado en la adaptación y la dramaturgia. Él trabajó mucho el monólogo. En la obra, no solo el biógrafo habla sobre Orlando: los personajes también lo hacen, rompen la cuarta pared. Después llegaron los diálogos y los monólogos producidos. Algunas personas nos han comentado: 'Oye, que el monólogo de la reina no está en el libro' (risas). Claro, porque pensamos en algunas cosas que nos gustaría que pasaran. Extraemos temas que atraviesan la novela y se los aplicamos a un personaje, como sucede con el paso del tiempo en el monólogo de Alberto Velasco.

¿Es posible trabajar en una obra así, tan potente, sin que te atraviese?

La obra te atraviesa. Te atraviesa siempre. Si no, no te metes a hacer arte. Para mí es muy bonito abordar escuelas de pensamiento en los espacios de trabajo para generar un discurso sobre lo que estamos haciendo y su porqué. Lo que me interesa del oficio al que me dedico es la persona en la que me transforma.

¿Quién eres ahora?

Creo que mis límites se han ampliado. Orlando me ha llevado a espacios de mayor libertad y de reconciliación con mi propio cuerpo. Voy hacia la madurez, mi cuerpo está cambiando… pero me miro de una forma más amable en este ciclo de mi vida.

"Orlando me ha llevado a espacios de mayor libertad y de reconciliación con mi propio cuerpo"

¿Cuán necesario es esto ahora mismo? Estamos experimentando una regresión en torno a los cánones de belleza. Parece imposible amar el cuerpo propio tal y como lo hace Orlando, desde esa autoconciencia libre de miedos.

Es muy bello percibir a Orlando así porque, precisamente, lo que buscaba era abogar por la libertad. Nadie tiene derecho a opinar sobre tu cuerpo. Tu cuerpo es tu país, tú lo cuidas. ¡Ni siquiera tu cuerpo es tuyo! Te viene entregado. Es como un chasis que tienes que cuidar. Pero es muy difícil hacerlo si la sociedad no se implica.

Cuánto miedo puede dar un cuerpo…

Es que, si a todas las personas que tienes enfrente les desaparece la ropa, lo que ves es lo mismo, un cuerpo. Hay algo que nos unifica y que es muy profundo. Investigo la identidad desde hace muchos años y soy muy sensible a este tema. Hay quienes no pueden acceder a determinados derechos por su cuerpo, como está pasando en Norteamérica con el ascenso de Trump. Hay gente que sigue siendo asesinada…

En conversación con la comisaria de arte Blanca Arias, ella contaba que, precisamente, la acción desde el cuerpo es necesaria para combatir el sistema que lo oprime. El cuerpo es político.

Sí, completamente. Pensaba en lo que me decías antes sobre Paul B. Preciado sobre sus 25 Orlandos. Su postura es muy clara y estoy muy de acuerdo con ella. La transformación no se hace desde una sola persona, sino desde la red. Hablamos de una transformación sostenida, que viene del colectivo, la comunidad. Es muy importante atender a las personas que no son tan privilegiadas.

Una imagen del arranque de 'Orlando'. FOTO: Bárbara Sánchez Palomero

Cuando Orlando amanece en Constantinopla con genitales femeninos, dice: "La misma persona. No hay ninguna diferencia. Solo el sexo es diferente". Sin embargo, la sociedad no lo entiende de la misma forma. ¿La solución pasa por abolir el binarismo?

Creo que la tendencia va a ser esa. Al final, el género es una construcción social que cada vez tiene menos sentido. Debemos evolucionar, fluir y editar la película de nuestra vida. Creo que los límites se van a diluir.

Entonces, ¿eres optimista?

Bueno, tengo un deseo de que así pase. Más que optimista, soy optimalista. Tal y como estamos en este momento, con la sociedad mirando para otro lado mientras hay un genocidio, es difícil. Pero confío en que no se pierda esta marea, que continúe, que se peleen los derechos.

"El género es una construcción social que cada vez tiene menos sentido"

Más allá del cuerpo, la palabra también es clave en la obra. Hay un momento en el que se reflexiona que, cuando leemos la palabra 'rosa', podemos imaginar su imagen en nuestra cabeza, pero no oler la flor.

¡Sí, sí! O la palabra tigre. Tienes miedo al tigre, pero no a la palabra 'tigre'.

Esto lleva a pensar que la palabra no es capaz de encapsular todas las complejidades de aquello que nombra. Ahora que tantos discursos circulan sin que apenas sean cuestionados, me gustaría saber qué piensas sobre el uso que se está haciendo de algunos conceptos que hoy moldean nuestra sociedad. ¿Subestimamos las trampas del lenguaje?

Yo creo firmemente en el poder de la palabra, igual que creo que debemos tratar la palabra como tratamos el cuerpo. A veces la lanzamos sin ton ni son, como si fuera una flecha, pero en otros momentos sirve como caricia. Creo que hay que revisar el uso que hacemos del lenguaje, sí. Esto se aprecia mucho en las traducciones, cuando trasladas un texto a tu idioma, prestas mucha atención a las palabras que escoges, porque estas pueden cambiar completamente el significado de las cosas. Es una forma de comunicación que hay que atender porque afecta a nuestro pensamiento.

Laia Manzanares en 'Orlando'. Foto: Bárbara Sánchez Palomero

La novela se censuró durante el franquismo, y en 2023 pasó lo mismo con el primer montaje teatral que se hizo de Orlando en nuestro país, de la mano de Teatro de Fondo. ¿Temiste que tu obra también se paralizara?

La verdad es que no. Lo que me dio miedo fue que durante el trabajo de la obra descuartizaran a una persona trans y la tiraran a un río. Lo que pueda pasar con al obra siempre es inesperado, no tenemos una bola de cristal. Pero me siento muy afortunada con lo que nos está pasando. La temporada son 47 funciones, y han estado llenas desde la primera hasta la última. Ha ido muchísima gente del colectivo que está transicionando y que se ve representada en el teatro público. Para mí eso es muy importante. También que haya personas que se acerquen a esta temática desde lugares que no comprenden. Estamos ofreciendo espacios de posibilidad.

"No temí que censuraran mi obra. Lo que me dio miedo fue que, mientras trabajábamos en ella, descuartizaran a una persona trans y la tiraran a un río"

Ahora que Orlando ya tiene un recorrido, ¿cuál ha sido la recepción general?

Me gusta que haya personas que se vean representadas en Orlando, o que otras, de repente, quieran comprar la novela. La gente sale con un estado de catarsis. A veces les falta el habla, tienen el cuerpo en otro lugar. Yo trabajo para eso, así que estoy llena de gratitud.

Leí que estabas sumergida en una treintena de proyectos. ¿Qué es lo próximo que viene?

Acabo de estrenar con El niño de Elche y Raül Refree cru+es, en Conde Duque. Llega ahí este sábado, y el día 13 de junio estará en el Sonar. Y luego estaré también como artista visual en la Bienal de Pontevedra, que inaugura el 21 de julio. Estoy preparando una ópera para el Gran Teatro del Liceo, Las bodas de Fígaro, y en Países Bajos estoy haciendo una escenografía del nuevo espectáculo de Introdans, que es muy bonito e interesante. Se llama Less is More, y el reto es hacer un espectáculo desde la suavidad de los impulsos.

¿Es sencillo trabajar en tantas propuestas artísticas sin que se entremezclen?

Puedo hacerlo porque estoy muy sostenida en la esfera íntima y profesional. Solo así puedo hacer muchas cosas a la vez sin que la marea arrase conmigo. Entonces, doy gracias.

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