
En las vidrieras más exclusivas del mundo, donde la luz juega a acariciar las curvas perfectas de un bolso o las líneas austeras de una chaqueta, Prada se despliega como un manifiesto de elegancia y rebeldía. No hay objeto intrascendente en este universo; cada artículo parece diseñado para ser admirado más que usado, para llenar de significado los gestos más mundanos. Así, un simple neceser de nylon o una gabardina negra se convierten en fetiches de quienes caminan sobre las aceras de mármol en Milán o Nueva York.
Desde su fundación en 1913 por Mario Prada, esta firma nació bajo la promesa del lujo. En un principio, no era más que un santuario de marroquinería fina y baúles que aspiraban al estatus de las grandes casas parisinas. Mario, hombre pragmático, nunca habría imaginado que su legado terminaría siendo no solo un imperio de 19.000 millones de dólares, sino también un paradigma cultural que define, desafía y rediseña el concepto de lo bello.
Miuccia Prada: la alquimista de lo feo y lo sublime
En esta epopeya de cuero y seda, Miuccia Prada es la protagonista. Nieta del fundador, ella no era la heredera evidente: su juventud se debatía entre la militancia en el partido comunista, el feminismo y el arte del mimo. Pero en 1978, tras la muerte de su madre, asumió el control de la empresa, y lo que parecía una marca anclada en el pasado se transformó en una revolución. Fue junto a su marido, Patrizio Bertelli, un empresario visionario con quien se casó en 1989, que Miuccia rompió con todo. Esa misma década presentó su primera colección de prêt-à-porter, un giro que la crítica calificó como un terremoto sartorial. La moda dejó de ser un capricho vacío; con Prada, adquirió un cariz intelectual, casi filosófico. Según Alexander Fury, la irrupción de Miuccia fue tan disruptiva como el New Look de Christian Dior en 1947. Prada ya no solo vestía cuerpos: proponía ideas.
Miu Miu y la democratización del lujo
En 1992, llegó Miu Miu, la hermana menor de Prada. Su nombre, un diminutivo cariñoso con el que llamaban a Miuccia en casa, escondía una apuesta más accesible y femenina. Pero bajo esa apariencia ligera, la firma seguía siendo un laboratorio de experimentación estética, donde los patrones de la juventud y el descaro se fundían con un respeto solemne por la artesanía. Mientras tanto, los intereses de Miuccia y Patrizio se extendían como tentáculos de creatividad: el arte, la arquitectura y la sostenibilidad se incorporaron al ADN de la marca. Prada dejó de ser una simple firma de moda; se convirtió en una galaxia donde todo podía ser bello si se miraba con el enfoque adecuado. Hoy, a los 75 años, Miuccia Prada y Patrizio Bertelli enfrentan la tarea más delicada en cualquier dinastía empresarial: la sucesión. La firma, valorada en 19.000 millones de dólares, no puede quedar en manos equivocadas, ni ser absorbida por gigantes como LVMH, que ya ha conquistado nombres como Fendi o Loro Piana. Lorenzo Bertelli, el hijo mayor del matrimonio, lleva tiempo preparándose para asumir el timón. Nacido en 1988, su carrera profesional comenzó en un circuito completamente diferente: el rally. Dicen que los coches y la velocidad enseñan una clase particular de estrategia y paciencia, virtudes que Lorenzo ahora aplica al universo de Prada. Como director de sostenibilidad y marketing, Lorenzo ha introducido una visión tecnológica y moderna en la firma. Su apuesta por algoritmos avanzados y herramientas digitales ha demostrado ser clave para mantener a Prada en la cima. Este mes, ha comenzado a adquirir participaciones clave del negocio, lo que asegura que el control permanezca en la familia. Mientras tanto, Giulio Bertelli, el menor, sigue los pasos de su padre en otra dirección. Apasionado de la vela, invierte en startups deportivas que, quizás algún día, encuentren su lugar en el entramado empresarial de Prada.
El futuro de Prada: tradición y modernidad
Miuccia, conocida en los círculos más exclusivos como "La Signora", ha tenido el buen juicio de reconocer cuándo ceder el control. Esta transición no significa solo un cambio de mando, sino un equilibrio entre tradición y modernidad. Los Bertelli tienen la tarea de mantener la independencia de Prada y continuar brillando en las millas de oro de ciudades como Milán, París y Shanghai. En Prada, cada pieza es una oda al detalle. Un bolso de nylon reciclado no es solo un accesorio; es una declaración de principios. Un zapato de diseño minimalista, hecho con la perfección de un artesano renacentista, invita a recorrer el mundo con un toque de arrogancia elegante.
El legado de Prada no es solo su valor en el mercado. Es la capacidad de transformar lo cotidiano en algo sublime, de encontrar belleza en lo inesperado y de recordar que, al final, la moda es un acto de resistencia contra la banalidad. Mientras la dinastía Bertelli toma el relevo, el mundo observa con la certeza de que Prada seguirá siendo mucho más que una marca: será un poema que se escribe con aguja y tela, temporada tras temporada.