Europa

Syriza, o el renacer de la izquierda radical

Tsipras celebra su victoria en una conocida plaza de Atenas. Imagen: Archivo

Como estaba previsto, Syriza ganó ayer las elecciones en Grecia. El partido de izquierda radical encabezado por Alexis Tsipras se ha beneficiado de las peculiaridades del sistema griego y ha logrado los 50 parlamentarios que se conceden al vencedor de la consulta.

La sociedad griega, que ha pagado con creces los pecados de sus elites políticas (como es conocido, al llegar en 2009 al gobierno el socialista Yorgos Papandreu se encontró con que el déficit público se acercaba al 13%, y no era del 3,7 como había asegurado su predecesor, el conservador Karamanlis), ha decidido al fin rebelarse.

El argumento exhibido por la derecha de Nueva Democracia de que el esfuerzo principal está realizado, por lo que cambiar de caballo supone ahora arrojar por la borda todo lo conseguido, ya no ha hecho mella en la maltrecha ciudadanía, que ha soportado todos los recortes imaginables, se ha sumido en la miseria más alarmante (el 55% de los griegos está en riesgo de pobreza y una de cada tres familias gana menos de 10.000 euros al año) y ve con consternación cómo sus sacrificios no se corresponden con un cambio de actitud de los más pudientes, que siguen teniendo sus dineros en Suiza (más de 250.000 millones de euros están en Ginebra a nombre de acaudalados compatriotas que continúan sin pagar impuestos).

Por todo ello han prestado oídos al joven líder de Syriza, que les asegura que Europa transigirá, que será posible renegociar la deuda, que ya no habrá que hacer más ajustes, que la ansiada prosperidad está más cerca de lo que les prometen sus gestores.

La disciplina europea, basada en la ortodoxia monetarista, impuesta a partir de 2011 por Merkel y Sarkozy, adoptada como estrategia inflexible por la troika, ha puesto de manifiesto la inconsistencia y la falta de cohesión de una Unión Europea y de una eurozona que necesitaban un potente presupuesto federal que mitigase las astronómicas diferencias e hiciera soportable la fase descendente de los ciclos económicos a los menos favorecidos.

Fue irresponsable, en definitiva, admitir a la moneda única a países que no estaban en condiciones de soportarla y que, con la crisis,se han visto obligados a realizar un ajuste inhumano, insoportable.

En este despropósito, ha tenido un papel importante la izquierda europea, que, lejos de modular la rigidez del Pacto de Estabilidad, de apostar por un sector público más fuerte y capaz de amortiguar las tensiones, se abandonó y pasó por el aro de los neoliberales, e incluso pactó con ellos. El SPD alemán, en una clara abdicación de su misión histórica, se ha desentendido de los viejos valores que representó y hoy gobierna amablemente con la señora Merkel y contempla la cuestión griega con distancia. Y el Pasok, la socialdemocracia griega hoy en la irrelevancia, ha gobernado igualmente con la derecha sin la menor reserva mental, en lugar de desarrollar una labor tendente a mitigar/aplazar las exigencias de los mercados sobre sus compatriotas.

Este comportamiento de la socialdemocracia explica el surgimiento de otra izquierda más radical, dispuesta primero a poner fin al insoportable proceso de rescate, decidida después a jugar en el mismo tablero de juego europeo pero en condiciones más suaves, que permitan respirar a los griegos.

El límite de la resistencia

La victoria de Tsipras ha sido, en fin, un grito de '¡basta!' lanzado por una colectividad que ha llegado al limite de su resistencia. Tsipras ("Más Obama que Lenin", según acertada definición del periodista Andy Robinson) ha descartado el grexit, la salida del euro, y desea negociar una fórmula de pago de la exorbitante deuda, más del 180% del PIB, que probablemente sea impagable, por lo que habrá que considerar la posibilidad de una quita.

Además, exige que se demore la devolución hasta que el país recupere el crecimiento económico (el presidente saliente de Nueva Democracia, Samarás, asegura que ya se ha producido esta circunstancia). El PIB de Grecia (182.054 millones de euros en 2013) es prácticamente igual al de la Comunidad de Madrid y algo inferior al de Cataluña y representa apenas el 1,38% del de la Unión Europea (13 billones de euros) y el 1,84% del de la eurozona (9,9 billones).

Quiere decirse que solo la mala fe permitiría decir que Grecia pone en riesgo la estabilidad de Europa o la supervivencia del euro. La Unión Europea tiene margen para actuar con cierta generosidad en este caso, lo que aplacará la irritación creciente que reina en la periferia de Europa y contribuirá a reconstruir el muy deteriorado consenso continental sobre la construcción de esta gozosa realidad cuasi federal.

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