Europa

La incertidumbre económica frena la indepencia escocesa

Las banderas británica y escocesa. Imagen: Archivo

El pasado viernes Escocia fue testigo de un evento que simboliza como pocos el debate sobre la independencia. A poco más de dos meses del referéndum, la Reina de Inglaterra y la plana mayor de Westminster cruzaron la frontera para oficiar el bautismo del mayor buque de guerra jamás construido en Reino Unido. Para conferir un carácter local, el lugar de champán, Isabel II empleó una botella de whisky escocés ante la atenta mirada de David Cameron y de Alex Salmond, que no necesitaron de mucha imaginación para identificar el mastodóntico barco con los más de 300 años de historia común a los que el Partido Nacionalista Escocés (SNP, en sus siglas en inglés) quiere desafiar el 18 de septiembre.

El problema para Salmond es que en ese ejercicio de simbolismo en el que el buque de guerra personifica a Reino Unido, la representación escocesa está encarnada por una botella que acaba hecha añicos contra el gigante británico. Una simple metáfora que resume la tendencia actual de un plebiscito analizado internacionalmente como un precedente para las ansias separatistas y codiciado en Cataluña como espejo donde reflejarse. El apoyo a la independencia, que históricamente ha fluctuado entre el 25 y el 35%, parece perder fuerza en estas claves últimas semanas, en las que el SNP necesita más que nunca un catalizador para desafiar a una demoscopia que nunca le ha sido favorable.

La encuesta más reciente, de la semana pasada, no trajo buenas noticias para Salmond. Promovida por la firma YouGov, una de las compañías de sondaje más reputadas en Reino Unido, la actualización de sus habituales estudios de opinión sobre el plebiscito revela que, en relación a marzo, el respaldo a la ruptura ha caído tres puntos, los mismos que ha subido las opciones del 'no'. Eliminados de la ecuación los indecisos y los que no prevén votar, la separación recabaría un 39% de los votos, frente al 61 que la rechazaría. La evolución es preocupante para el bando 'Yes Scotland' ('Sí Escocia') puesto que, según los expertos, para tener alguna opción real el 18 de septiembre las encuestas deberían atribuirles como mínimo cuatro de cada diez votos, una posibilidad que había hace tres meses, cuando la proporción era 42-58. El SNP, con todo, asegura haber detectado una tendencia que elevaría el 'sí' al 47%.

A 70 días del referéndum, la única arma con potencia suficiente para decantar la balanza a su favor pasa por persuadir a los escoceses de que sus bolsillos y las arcas públicas estarían mejor por libre. Sin embargo, meses de campaña han demostrado las dificultades para demostrar fehacientemente que el divorcio llevaría a un futuro más próspero. Alex Salmond apoya sus aspiraciones en la convicción de que el control sobre los recursos energéticos permitiría a Escocia convertirse en uno de los países más ricos del mundo. Sin embargo, el ministro principal no tiene respuesta cuando se le plantea la inevitable consumición de las reservas de petróleo y gas. Y si su plan se apoya en la explotación en el Mar del Norte como fuente de ingresos, ni siquiera está claro qué divisa mediría la riqueza del nuevo Estado.

Dudas sobre la moneda

Las dudas sobre la moneda serán una de las incertidumbres que el votante escocés tendrá que tener en cuenta cuando decida la papeleta. El SNP insiste en que habrá una unión esterlina, pero el rechazo de plano, no sólo de los tres principales partidos británicos, sino del aparato institucional administrativo y del propio Banco de Inglaterra, convierte las opciones en mínimas. La crisis del euro invitaría a desconfiar de integrarse en la divisa comunitaria, pero el más difícil todavía radica en las dificultades que una Escocia independiente afrontaría para entrar en la Unión Europea. Bruselas ya ha advertido a Edimburgo de que pasaría a la cola de países que aspiran a incorporarse, a pesar de la insistencia de Salmond en que la adhesión sería inmediata. La única opción viable, aunque la más arriesgada, sería introducir su propia divisa, un movimiento que acarrea una inevitable inestabilidad interna tanto en términos de exportaciones, como de ahorro de los ciudadanos.

Otro de los caballos de batalla con los que el SNP debe combatir es el agujero con el que, según estudios independientes contrastados, nacería el nuevo país. Poniendo el año pasado como referencia y dependiendo del porcentaje que Escocia se llevase de los recursos energéticos, el déficit fluctuaría entre el 14 y el 8,3% y las perspectivas de futuro no mejorarían ante la caída segura de unas reservas de petróleo y gas cada vez más difíciles de alcanzar. Es más, según el prestigioso Instituto de Estudios Fiscales, las políticas previstas por los nacionalistas requerirían de severos recortes de gasto y subidas de impuestos que podrían provocar un éxodo empresarial al sur de la frontera.

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