El austríaco de 73 años que durante 24 años mantuvo secuestrada a su hija en el zulo de su propia casa y con la que tuvo siete hijos ha confesado hoy los hechos denunciados ayer por la mujer, que ahora tiene 42 años.
Junto con ella, salieron también del zulo tres de sus hijos, quienes no habían visto nunca la luz del sol, por lo que están siendo atendidos en el hospital. Estos tres hijos -de 19, 18 y 5 años- presentan tanto problemas físicos, sobre todo en la piel y los ojos debido al aislamiento, como psicológicos a causa del confinamiento al que les sometió toda su vida su abuelo y padre.
En declaraciones a la agencia Reuters, el psiquiátra Max Friedrich, que trabaja en el hospital donde están siendo tratados, ha explicado que los hijos de Elisabeth Fritzl, quien ha permanecido secuestrada desde los 18 años, están siendo sometidos a varias pruebas, sobre todo en los ojos y su piel. En el aspecto psicológico, Friedrich ha subrayado que los tres hijos de Fritzl -de 19, 18 y 5 años- no han podido "desarrollar ningún tipo del sentido de la comunidad que podrían haber obtenido yendo la escuela o jugando" con otros niños.
Friedrich fue el psicólogo que también atendió hace casi dos años a Natascha Kampusch, la joven que en agosto de 2006 se escapó de su secuestrador tras más de ocho años de cautiverio. Tras conocer la noticia, la propia Kampusch ofreció su ayuda a las víctimas y en declaraciones a la emisora ORF dijo que podría hablar con la familia. "Puedo imaginar lo difícil que es tanto para la madre de los niños como para la mujer del secuestrador", señaló.
Confesión del secuestrador
Josef Fritzl, de 73 años, ha confesado hoy a la Policía el secuestro de su hija cuando ésta tenía 18 años y los 24 años que la ha mantenido retenida en un zulo bajo la casa que compartía con su mujer, Rosemarie, donde se repitieron las violaciones. Fruto de la relación incestuosa nacieron siete niños, tres de los cuales vivían con los abuelos.
Fritzl contó a su mujer que su hija había huido con una secta religiosa, lo que apoyó con cartas que obligó a escribir a su hija para justificar esta versión. Los tres hijos que vivían con sus abuelos habían sido, según contó Fritzl a Rosemarie, abandonados por Elisabeth al no poder ocuparse de ellos.
Los hechos, ocurridos en Amstetten, una localidad de 23.000 habitantes a 130 kilómetros al oeste de Viena, salieron a la luz ayer, tras descubrirse por casualidad que una de las hijas de Josef y Elisabeth, de 19 años, había sido internada en un hospital a raíz de una enfermedad genética típica del incesto. La joven, Kerstin, fue llevada al centro sanitario por su abuelo y cuando los médicos quisieron ver a su madre, el caso llegó a manos de la Policía, ya que Fritzl sacó a Elisabeth y a los dos niños que se habían quedado con ella en el zulo, diciendo a su mujer que la hija había decidido abandonar la secta y volver a casa.
Elisabeth, que fue conducida junto al resto de sus hijos y su madre al hospital, se hallaba en un estado psíquico deplorable y daba la impresión de tener 20 años más, según contó Franz Polzer, jefe de la unidad de investigación criminal de la Policía de la provincia de Baja Austria. A cambio de no volver a tener contacto con su padre, Elisabeth se mostró dispuesta a hacer un "relato detallado" de lo ocurrido a lo largo de estos 24 años de cautiverio. Fue ayer, en el hospital, cuando Elisabeth Fritzl explicó a las autoridades que su padre había abusado de ella por primera vez cuando tenía 11 años y a los 18 la encerró en el zulo. Y esta mañana, el secuestrador ha confesado: "(Fritzl) nos ha dicho ahora que encerró a su hija durante 24 años y que él es el padre de sus siete hijos", añadió Polzer.
Fritzl también ha admitido ante los investigadores, tal y como contó ayer su hija Elisabeth, que uno de los gemelos que tuvo ésta en 1996 falleció poco después de nacer y él mismo quemó los restos en una caldera.
Cajas llenas de pruebas
Desde que la Policía ha conocido esta espeluznante historia, los investigadores forenses trabajan en la recogida de pruebas en el domicilio de Fritzl y en el zulo donde éste mantenía retenida a su hija. A lo largo del día de hoy se podían ver saliendo y entrando de la casa con cajas repletas de evidencias que han ido recopilando.
Al zulo, una especie de segunda vivienda de unos 70 metros cuadrados, ventilada con aire forzado, con una pequeña cocina, una ducha, un televisor y espacio para dormir, se entraba por una puerta de acero que se deslizaba por raíles y que estaba disimulada por estanterías en el sótano. Sólo podía abrirse mediante un código electrónico, que finalmente el secuestrador entregó a la Policía. En los mismos bajos también se descubrió una habitación acolchada, posiblemente para impedir que las voces salieran al exterior en esa zona residencial de Amstetten.
Caso vergonzoso
El caso recuerda al de la austriaca Natascha Kampusch, que pasó ocho años encerrada en una celda sin ventanas antes de escapar en agosto de 2006. "La comunidad de Amstetten, incluida su población, debería avergonzarse. Los vecinos miraron, muy a conciencia, hacia otro lado", dijo el periódico Oesterreich en un editorial.
El diario Der Standard añadió: "Todo el país debe preguntarse qué está haciendo, esencialmente, mal".
La esposa de Josef, Rosemarie, no estaba al tanto de lo que le ocurrió a su hija, que desapareció en 1984, y asumió que se había marchado voluntariamente tras recibir una carta de ella en la que pedía que no la buscaran. Pero todo este tiempo Elisabeth fue confinada en lo que Polzer describió como una red sofisticada de cámaras con instalaciones para dormir, cocinar y lavar.
Tres de los niños más pequeños fueron criados por Josef y su esposa tras aparecer abandonados en el edificio donde vivía la pareja. El primero de ellos llevaba una nota de Elisabeth en la que decía que no podía cuidar del bebé.