
En la jerarquía eclesiástica, cuanto más cerca se está del Vaticano, mayor es el misterio y el hermetismo de lo que allí acontece. Los 'jeroglíficos' y simbología religiosa se remontan hasta la misma fundación de la Iglesia católica, y constituyen una parte importante de su propia leyenda y atractivo. Así, no es difícil leer signos ocultos en los últimos gestos del papa Benedicto XVI, en una despedida de facto que, sin embargo, podría convertirse en un nuevo estado a la sombra del nuevo santo padre de la Iglesia.
Las decisiones, gestos y últimas palabras de Ratzinger distan mucho del cierre definitivo y sorprendente de un ciclo, y a lo largo de los días han ido abandonando el tono adoptado en el anuncio de su renuncia al papado, dirigido a un retiro real.
Las pistas de que el papa emérito planea transitar por otro camino se han ido diseminando en los últimos días. Como destaca el diario El País, Ratzinger ha elegido seguir llamándose Benedicto XVI, y ser nombrado como "Papa Romano Pontífice emérito", en lugar de cardenal Ratzinger. Tampoco vestirá de negro, como sería lo propio en los cardenales, sino que seguirá luciendo el blanco, al igual que su sucesor.
Además, el anillo del Pescador que es elaborado para cada papa y que es destruido a su muerte, no será aniquilado, sino sólo "anulado". El religioso alemán conservará la sortija que le fue realizada por un orfebre italiano.
Benedicto XVI pisa los talones al nuevo papa
Hasta aquí, estos signos pueden contemplarse meramente como anécdotas propias de un proceso que no tiene referentes -sólo ha existido un caso de renuncia- ni regulaciones en la Santa Sede. Pero la cosa se complica. En primer lugar, Benedicto XVI ha elegido pasar sus primeros meses como expapa en el castillo Castel Gandolfo.
Pero tras estos dos meses de 'vacaciones', el papa emérito se ha decantado por establecer su residencia habitual en un convento de monjas situado en el interior de los jardines vaticanos, a 100 metros de la residencia del nuevo papa. La elección es sorprendente, ya que Ratzinger podría haber elegido cualquier parte del mundo en la que residir y, no obstante, apuesta por la máxima cercanía con su sucesor.
Y luego están las últimas palabras del cabeza de la Iglesia emérito, las pronunciadas durante su despedida y que, según los expertos, encierran un mensaje oculto: "Mi deseo de renunciar al mandato petrino no revoca la decisión que tomé el 19 de abril de 2005". Benedicto XVI se refiere a la fecha en la que fue proclamado jefe de la Iglesia. ¿Pero cuál es la decisión tomada el día de su proclamación? ¿Se refiere a la responsabilidad sobre la institución? ¿Al camino trazado para su futuro?
Esta hipótesis se refuerza con otra de sus sentencias: "No abandonaré la cruz". Según el diario El País, Benedicto XVI alude a la cruz cargada sobre sus hombros aquel 19 de abril de 2005, como símbolo de la responsabilidad sobre la Iglesia universal.
Obediencia pero no libertad
En este último discurso de despedida, el papa emérito también evitó ser más explícito con respecto a su relación con el que será elegido nuevo obispo de Roma, a quien se limitó a declarar "su obediencia incondicional". Aún así, esta obediencia es algo que se da por hecho en la jerarquía eclesiástica, mientras que Benedicto XVI ha evitado, en una fórmula prevista para estos casos, referirse a la "libertad" con la que su sucesor podrá acometer "modificaciones en la Iglesia que él no pudo o no quiso tomar".
Así las cosas, la elección del nuevo papa podría abrir una situación delicada en el Vaticano si Benedicto XVI ejerce una influencia a la sombra, aunque pisando los talones del próximo jefe de la Iglesia, especialmente si la elección recae sobre un cardenal que apueste por la renovación en ideas y estructuras eclesiásticas y en su relación con el mundo.