
La Historia es caprichosa. La Historia se repite. Cristiano Ronaldo volvió a marcar ayer el primer gol de un triunfo que mete a Portugal en la final de una Eurocopa. Hace 14 años un entonces juvenil CR7 (apenas contaba con 19 primaveras) abrió la lata del choque que midió a los lusos, anfitriones de la Euro 2004, contra Holanda. Como ayer ante Gales. Y también como sucedió ayer, lo hizo con un testarazo.
Pero es precisamente eso, la concatenación de acontecimientos casi idénticos lo que quiere evitar Cristiano Ronaldo en París el domingo que viene. Al menos en lo personal. Al menos en lo que le toca a él.
Esta vez el delantero del Real Madrid no quiere marcharse a casa derrotado como sucedió en en Lisboa, cuando cayó en la final del torneo frente a la sorpresa del campeonato, frente a Grecia.
Aquella noche el chaval que era Cristiano dejó otra imagen para el recuerdo. Ésta no era de alegría o euforia. Todo lo contrario. Era de lágrimas. De llanto desconsolado. De rabieta casi adolescente.
Él, Cristiano, representó con aquella instantánea la desesperación de un país que se veía ya ganador de su primer torneo internacional, pero que volvió a quedarse con las mieles del éxito en la boca.
En muchas ocasiones CR7 ha reconocido que aquel fue uno de los momentos más duros de toda su carrera. Que jamás olvidará aquella sensación.
Por eso ayer, acabado el partido ante Gales, éste Cristiano, ya con 31 años y tres Balones de Oro a sus espaldas, festejó el triunfo con el mismo ímpetu juvenil de antaño la clasificación para la gran final. El fútbol le había regalado la posibilidad de subsanar aquel berrinche, de tomarse, el próximo domingo, una dulce venganza y convertir aquellas lágrimas de desesperación, en lágrimas de euforia, de alegría. Y podría hacerlo, para más inri, repitiendo también parte de la historia que él mismo, que Cristiano, vivió hace 12 años.
Si Francia se clasifica para la gran cita y Portugal acaba ganando, la anfitriona caerá derrotada ante un equipo que no ha destacado precisamente por su fútbol. Tal y como le sucedió a Portugal ante una Grecia que sorprendió al viejo continente apartando del sueño a la selección que alojaba el torneo mediante un fútbol también justito. La Historia podría ser caprichosa. La Historia podría repetirse.