España

Tablas en un debate de mala calidad

El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Foto: EFE.

El último cuerpo a cuerpo entre Zapatero y Rajoy en un debate sobre el estado de la nación ha terminado en tablas. Ambos han conseguido bajísima puntuación. Ha sido más vistoso el papel de Rajoy pero los fuegos de artificio no han ocultado la vaciedad de unas respuestas retóricas que se oponían a un archiconocido relato de la crisis y a la tesis esgrimida por Zapatero de que no sería razonable dejar de concluir las reformas estructurales en curso.

Todo lo acontecido era previsible: el último debate sobre el estado de la nación de la legislatura, con el presidente del Gobierno fuera de la carrera política y con un ambiente de fin de ciclo que ha impregnado la cotidianidad política de aroma terminal, no ha aportado la menor luz sobre la catastrófica coyuntura, sobre el legítimo temor de la ciudadanía.

Y es triste reconocerlo, pero la primera parte, la más relevante, del debate que se está celebrando ha respondido a todas las características negativas que rechazan los 'indignados' del '15M': los dos líderes de los principales partidos han mareado impúdicamente la crisis, con los cinco millones de parados en su interior, sin que pueda decirse que el país ha avanzado un milímetro hacia el futuro después de la interminable retórica que, como ya es habitual, ha carecido de altura, ha estado sobrecargada de denuestos y ha registrado una clamorosa ausencia de propuestas y soluciones.

Rodríguez Zapatero se ha aferrado a su conocida posición según la cual es imprescindible ultimar las reformas estructurales pendientes que el Gobierno había programado para esta legislatura. Rajoy, por su parte, piensa, como es comprensible, que cuanto antes se produzca la alternancia, mejor para la economía española.

¿Y qué pasa con las urgencias económicas?

Es defendible la idea de que la alternancia puede tener por sí sola un efecto estimulante, y es probable que así sea; sin embargo, es inquietante que la gran fuerza de oposición, que cuenta con un líder con bajísima valoración en las encuestas, no haya ido esbozando un discurso económico alternativo, capaz de disipar las dudas que genera el gran partido de centro-derecha.

De cualquier modo, es claro que el debate no ha versado -ni ha pretendido versar, seguramente- sobre estrategias económicas, sobre cuáles son las urgencias y los remedios, sobre cómo aminorar el sufrimiento de los damnificados por la crisis. Ha sido un forcejeo, florentino a veces y pedestre otras, para precipitar acontecimientos, para colocar/descolocar al adversario, para tomar posiciones con vistas a las elecciones generales que vienen.

Por añadidura, ni siquiera el forcejeo sobre las elecciones ha tenido sentido porque la anticipación o no de las elecciones no dependerá, en última instancia, de las dos grandes fuerzas sino de las minorías nacionalistas. Como ya sucedió en 1996, si CiU y PNV lo deciden, iremos a las urnas enseguida, es decir en otoño. Una posibilidad que parece acertada, que tan sólo representa una anticipación técnica de unos pocos meses y que permitiría al vencedor en la consulta elaborar sus propios presupuestos para 2012.

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