España

Análisis: El fracaso político rebasa los límites de lo tolerable

El espectáculo que han deparado una vez más este lunes los dos grandes partidos de este país, incapaces de renunciar por un momento a la defensa sectaria de sus intereses particulares, rebasa los límites de lo tolerable, y así ha sido percibido claramente por una opinión pública.

En efecto, cuando más duros son los efectos de esta recesión económica sin precedentes, que ha lanzado a cuatro millones de trabajadores a la marginalidad y a otros muchos millones al subempleo y al miedo, el desparpajo agresivo de los partidos políticos, que muestran absoluto desprecio a las grandes demandas sociales y se enzarzan en peleas tabernarias sin sentido, resulta una agravio para toda la colectividad.

Conferencia esperpéntica

El esperpento es indecoroso, y conviene describirlo someramente por si alguien, por falta de perspectiva, no lo hubiera detectado en toda su magnitud: el Gobierno de la Nación convocó el lunes a los Ejecutivos de las Comunidades Autónomas que forman el segundo nivel de la estructura política y administrativa de este país para consensuar un plan tendente a facilitar el desenlace de la crisis y favorecer la creación de empleo.

En la formulación de la propuesta había, obviamente, muchos aspectos objetables, desde el formato -la Conferencia de Presidentes no tiene definición constitucional- hasta la oportunidad, pero más allá de estas cuestiones incidentales, el objetivo era de tanta trascendencia que, por puro sentido del deber y del Estado, los políticos participantes en el ritual debieron haber entendido que no les estaba permitido fracasar en el acuerdo que se les requería y que, se quiera reconocer o no, venía también exigido por la opinión pública.

"Sin coeficiente intelectual"

Predominó sin embargo este lunes la animosidad barriobajera y petulante de unos políticos que están en esto porque su coeficiente intelectual no les permite aspirar a mayores metas y que, además de haber demostrado generalizadamente una asombrosa propensión a la venalidad, son manifiestamente incapaces del menor gesto de grandeza.

El odio que se profesan entre sí, y que se manifiestan en público y en privado, ha hecho sencillamente imposible la aproximación y la superposición de esfuerzos en el logro de los grandes objetivos. Tampoco algunos de los grandes medios de comunicación, que participan gustosos en esta contienda, han estado a la altura de los requerimientos intelectuales y sociales que la sociedad plantea y la coyuntura exige.

La consecuencia es clara: las muchedumbres, que se saben abandonadas por los mismos que en las etapas electorales les seducen con inverosímiles declaraciones de afecto y entrega, están cada vez más ensimismadas en sus propios problemas y dan más ostensiblemente la espalda al Estado.

Y se genera un clima de crispación y malestar, de rechazo explícito al parasitismo de la clase política, de desprecio a una superestructura política sin principios que -aunque las excepciones sean elocuentes- no merece el aprecio de una ciudadanía dolorosamente harta de tantas pruebas de bajeza moral y de mediocridad intelectual.

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