La llegada de Patxi López a la jefatura del Gobierno vasco ha tenido unas consecuencias obvias que son inherentes al cambio institucional que se ha producido. Pero, al amparo de estas mudanzas, ha habido otros cambios en Euskadi que tienen mucha mayor trascendencia.
Se adentran en el terreno social y darán lugar sin duda a la definitiva normalización del País Vasco, no en el sentido deslizante en que utilizan el término los nacionalistas sino en el más cabal de los constitucionalistas.
Una muestra de realidad
El primer atentado mortal de ETA en esta nueva etapa ha servido de piedra toque para calibrar la nueva realidad. En primer lugar, el asesinato brutal del inspector Eduardo Puelles ha tenido por primera vez un insólito aspecto de delito común; bien pocos análisis se han entretenido en atisbar repercusiones políticas de esta vileza; el sistema está tan arraigado que los embates de la débil organización terrorista ni siquiera logran conmoverlo. En estas circunstancias, el absurdo del fanatismo etarra se hace chirriante y roza el ridículo.
En segundo lugar, ha sido patente una alianza clara, que no había existido verdaderamente desde la llegada de Ibarretxe al gobierno en 1999, entre la iniciativa institucional -con el lehendakari a la cabeza- y la movilización social. Ya no ha habido retóricos comunicados de condena a ETA con el argumento de que la banda interfería en los proyectos gubernamentales; ahora las instituciones se han puesto al frente de la sociedad, se ha recuperado el espíritu unitario del pacto de Ajuria Enea y los radicales han vuelto a ser acorralados en la calle, como ocurrió tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997. La televisión autonómica, decidida a acompañar este proceso, ha retransmitido en directo los principales actos de la repulsa, y la web del Gobierno vasco aparece con un fulminante ETA no que no deja lugar a dudas. Nadie recoge ya las nueces del árbol que ETA trata de agitar.
ETA y su comparsa...aislada
Es evidente que este nuevo clima aísla no sólo a los terroristas sino también a su comparsa. El polo soberanista que Otegi y los suyos pretendían presentar tras el verano queda estrangulado por el crimen ya que EA y otros grupos no accederán a vincularse a la izquierda abertzale mientras se mantenga activo el terrorismo. Asimismo, los patéticos intentos de reavivar la fenecida idea del diálogo que realiza Otegi son absolutamente inútiles, no sólo por convicción moral de los partidos democráticos sino porque ha cundido definitivamente la certidumbre de que la ocasión ha pasado.
Esta ETA agonizante, que todavía tiene la pretensión de hacer planes a largo plazo, ha pasado a ser un simple problema policial; las tres detenciones de hoy corroboran que estamos en el buen camino. El independentismo democrático se ha residenciado en Aralar, y el mundo radical, que ya dejado de estar representado en los niveles estatal y autonómico, desaparecerá completamente de la vida institucional el próximo año en las elecciones municipales.
Por primera vez en mucho tiempo, tras el drama de un asesinato terrible, la sociedad vasca ya no se enfrenta con el muro del fatalismo y del silencio. El cambio ha abierto puertas y ventanas a la luz, que entra a raudales, esperanzadoramente, en el camino de un nuevo futuro.