Rajoy ha encontrado esta vez en el voto andaluz sus propias fronteras y quizá pudiera convenirle al Gobierno reflexionar sobre si ha traspasado algunos límites lesivos para los sindicatos en la reforma laboral, y en todo caso deberá actual a partir de ahora con suma delicadeza en el tratamiento del ajuste.
El Partido Popular, desconcertado durante la primera legislatura de Rodríguez Zapatero, empezó a desarrollar un potente sentido de la orientación a partir de los primeros balbuceos de la crisis económica, que el PSOE de Rodríguez Zapatero se negó admitir en una obstinada cerrazón que tuvo después graves consecuencias para los socialistas.
En efecto, la pérdida por el PSOE de Galicia en 2009, relativamente compensada por el ascenso del PSE a Ajuria Enea en Euskadi, marcó el principio de un imparable declive del PSOE que tuvo sus grandes hitos en la pérdida del poder en Cataluña en 2010 y, sucesivamente, en la gran derrota generalizada en las autonómicas y municipales del 22 de mayo del 2011 y en as generales del 20N.
Paralelamente, el PP de Rajoy iba adquiriendo una potente inercia, que lo llevó en noviembre a las mayores cotas de poder político y territorial que jamás ostentó partido alguno en toda la etapa democrática.
La inercia era tal que todas las encuestas referentes a las elecciones autonómicas andaluzas de este domingo, sin excepción, presagiaban que esta onda ascendente acabaría también inundando Andalucía, la única comunidad autónoma en que la derecha no ha gobernado nunca. De hecho, los resultados de las generales en la región el 20N reflejaron el ascenso conservador: el PP ganó al PSOE por 390.000 votos y nueve puntos porcentuales, después de que el PP escalara 270.000 votos con respecto a las generales del 2008 y el PSOE perdiera 720.000.
Pues bien: este domingo, el PP perdía 420.000 votos con respecto a las generales de noviembre y el PSOE, apenas 70.000. En definitiva, el PP superaba al PSOE en apenas un punto porcentual. Y la izquierda -PSOE+IU- conseguía conjuntamente el 52% de los votos y 59 escaños frente a los 50 del PP. Arenas insistía en la noche electoral en que había ganado las elecciones, pero el rostro demudado de los escasos seguidores a los que hablaba reflejaban cabalmente la decepción.
Las factores del fracaso del PP en Andalucía
La estrepitosa insuficiencia del PP andaluz -el "desastre" en palabras de Rajoy-, que ha ganado las elecciones pero no a la izquierda, es atribuible a dos factores:
En primer lugar, a la pésima campaña de los populares. Arenas, ya demasiado desgastado por sus tres intentos fallidos, no fue capaz de concebir ni de explicar un proyecto ilusionante a una ciudadanía aquejada por males singulares -el desempleo crónico- y se limitó a denunciar la corrupción rampante de los EREs, que es sin duda detestable pero que, a estas alturas, sirve bien poco para nutrir el argumentarlo político de los grandes partidos, ahítos de episodios inconfesables. La negativa de Arenas a participar en el debate en Canal Sur -la silla vacía- terminó de hundir una propuesta muy mal defendida por Báñez y Montoro, que exhibieron con incomprensible procacidad su reforma laboral, como si dudaran de la capacidad de discernimiento de los ciudadanos andaluces.
En segundo lugar, hay que reconocer que este serio contratiempo popular, que también transita por Asturias -ni el PP oficial ni el sucedáneo casquista ganaron posiciones en el Principado-, refleja una clara toma de posición de la opinión pública frente a la ejecutoria gubernamental con respecto a la crisis, los recortes y las reformas: la confianza masiva que la sociedad otorgó al PP el 20N no fue ni ilimitada ni absoluta ?nunca lo es en democracia, un sistema que se desenvuelve entre frenos y controles-.
Los límites de Rajoy
Rajoy ha encontrado esta vez en el voto andaluz sus propias fronteras y quizá pudiera convenirle al Gobierno reflexionar sobre si ha traspasado algunos límites lesivos para los sindicatos en la reforma laboral, y en todo caso deberá actuar a partir de ahora con suma delicadeza en el tratamiento del ajuste, de forma que vaya conquistando la aquiescencia de los ciudadanos, destinatarios de las medidas, y no padezca lo sustancial de un estado de bienestar que una gran mayoría social considera irrenunciable.
El PP aplazó los presupuestos del Estado 2012, con los previsibles recortes pendientes para cuadrar el colosal ajuste, hasta después de las elecciones andaluzas, con la clara intención de no espantar al electorado dispuesto a votar a Javier Arenas. Esta decisión, que ha molestado por cierto sobremanera en Europa, no sólo ha sido inútil: seguramente ha resultado contraproducente ya que ciertos sectores del electorado pueden haberse considerado engañados por la añagaza.