Motor clásico

Las cachilas de Osvaldo

  • Amasijos de hierro que se creían inservibles tienen una segunda oportunidad
Interior del Ford de 1929 que Osvaldo y su compañero restauraron.

En Uruguay, a más de diez mil kilómetros, descubrimos un pequeño taller, donde se reconstruye una parte de la historia del automóvil.

Desde una de las carreteras que salen de la ciudad de Pirlápolis, un camino de tierra nos lleva hasta la finca de Osvaldo. Docenas de hierros oxidados que un día fueron coches, esperan a la intemperie su turno para ser reparados. El tiempo, la humedad y el salitre son implacables con ellos, lo que parece un cementero de automóviles, motocicletas y autobuses, es tan sólo el aparcamiento VIP de los elegidos para pasar el resto de sus vida a cuerpo de rey en cualquier lugar del mundo, porque no hay nada que un poco de lija, pintura y unas manos artesanales no puedan arreglar. Volver a ponerlos en circulación es el objetivo de este inmigrante argentino, afincado en Uruguay desde principios de los años ochenta.

La historia de Osvaldo

Para Osvaldo el hambre marcó su destino. En 1982 era un joven que empleaba su tiempo en ayudar en una frutería a cambio de productos con los que alimentar a su pequeña familia. Su precaria situación le llevó a aceptar un trabajo extra, la limpieza de una finca por un puñado de pesos. Quitó las malas hierbas de aquel terreno sin saber, que estaba quitando también las de su propia vida. Terminada la labor, regresó a su casa con los bolsillos tan vacíos como salió de allí, pero con un Ford T y un Studebaker, ambos de los años treinta, con los que el hacendado dio por pagado su trabajo. Los puso a la venta y en apenas unos días se había deshecho de ellos, 2.500 y 1.500 pesos, respectivamente, fue lo que recibió por aquellos dos viejos cacharros, toda una fortuna para quien no tiene nada.

Las ganas pueden mucho cuando hay algo por lo que luchar

Sin saber de coches, sin afición ninguna por ellos, comenzó a trabajar en una idea de de negocio: comprar coches antiguos, restaurarlos y venderlos de nuevo. Aprendió rápido a buscar (clientes), a invertir (en buenas piezas) y a utilizar las herramientas necesarias para volver a darle forma a esos hierros oxidados. Casi han pasado cuarenta años y hoy en día se cataloga así mismo como carrocero. Se ha hecho un experto en autos de los años treinta tanto de fabricación americana como europea, su década favorita en el mundo del automóvil, aunque no desestima ninguna. El país que le adoptó, Uruguay, aún cuenta con un buen número de unidades de autos de los denominados de pre-guerra, a pesar de que muchos fabricantes recurrieron a este mercado en los años 60 y 70 para poder completar sus propias colecciones.

Su casa-taller

La entrada a la finca de Osvaldo es como un desguace pero ordenado, en fila de a uno, a un lado y a otro, las cachilas (coches) o lo que queda de ellas esperan su turno. Los que más abundan son de marcas como Ford, Fiat, Chevrolet, Whipet y Mercedes de los años 30 a 50, pero entre ellos se cuelan algunos Buick, Playmouth o Jeep de la misma época. El Ford A en todas sus configuraciones es el rey, este dato no es de extrañar ya que llegaron a venderse más de quince millones de unidades de este modelo, pero si que es raro ver uno de 1930 de dos puertas, en la finca-taller de Osvaldo también eso es posible.

En una nave, entre surtidores antiguos, llantas, parrillas y demás piezas que cuelgan por las paredes y techos se encuentra su última creación. Es un Ford A de 1929 en color granate, un bólido diecisiete centímetros más largo que el original. Exigencias o capricho de un cliente, que en una semana lo embarcará rumbo a Suiza.

El proceso de reconstrucción

Osvaldo y su ayudante, Alberto, o mejor dicho, sus manos, cuentan el paso a paso del proceso de reconstrucción del chasis: desmontaje pieza por pieza, lijado con arena, reparación y reconstrucción de partes (masilla y moldes), capa de antióxido, pintura y armado. Después llega la puesta a punto de la mecánica original, cada pieza del motor es revisada, una a una se limpian, engrasan y colocan intentando mantener la máxima fidelidad al pasado.El tapizado de los interiores es cosa del maestro talabartero, que busca las pieles y las cose dándoles forma.

¿Y? ¡Abracadabra!, pues parece cosa de magos, de un imposible amasijo de hierros aparece un flamante Ford A biplaza, eso sí, las palabras mágicas tardaron en pronunciarse en este caso, cuatro meses y un día. Junto a éste se encuentran un Ford A del año 37 de color verde hecho en madera y otro del año 29, un Doble Fighter en negro, cualquiera de los tres, está listo para echar a correr en cualquier momento.

De hierros inservibles a coches de los que presumir

Cientos de coches viejos que han pasado por este taller, hoy son vehículos clásicos que ruedan, en su mayoría, por Europa, de rally en rally o de exhibición en exhibición causando la admiración de los aficionados a la historia del automóvil. En el ordenador de Osvaldo podemos ver numerosas carpetas con fotografías que retratan su vida laboral, pero lo que más llama la atención es una foto que cuelga en la pared, es de un precioso Cisitalia Spider de 1961. Al preguntarle por él, respira hondo, es el coche que siempre se arrepintió de vender, era perfecto dice.

En la actualidad no es difícil ver por estas latitudes adelantar un Pagani Zonda a un Ford T que, inexplicablemente, maltrechazo, falto de piezas y de una buena capa de pintura, recorre cada metro dando la impresión de que ese último, será eso, el último. Aquí las ideas de Steve Jobs, Enzo Ferrari, Ferdinand Porsche o Henry Ford, coexisten en un mismo hábitat con respeto, a pesar de las décadas de avances tecnológicos que les separan.

Manos a la obra

Dejamos a Osvaldo y a Alberto trabajando en su nuevo proyecto, un onnibus de 1931 con la base de un Ford A, que para el año que viene tienen previsto dar servicio a los turistas que lleguen a la vibrante y cosmopolita ciudad de Punta del Este o al Balneario de Pirlápolis.

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