Por Stephen Eisenhammer
RÍO DE JANEIRO (Reuters) - Un ordenador roto con cables al descubierto: 60.000 dólares. Una silla de plástico amarilla rota: 16.000 dólares. Una vieja mochila de colores: 8.000 dólares. Un agua más limpia para las pruebas de vela y windsurf: no tiene precio.
Estos artículos, pescados de la bahía de Guanabara, no están a la venta en el lujoso centro comercial de Río de Janeiro donde se exponen. Pero los precios que se les han puesto reflejan el coste medioambiental de los desperdicios arrojados a la bahía donde se celebrarán las competiciones de vela y windsurf de los Juegos Olímpicos del próximo año.
Forman parte de la exhibición 'Achados da Guanabara' (Hallados en Guanabara), que busca personalizar la contaminación y obligar a la gente a que sea más responsable en cuanto a lo que arrojan al mar. Un barco y un equipo de buzos fueron los que recogieron los artículos del agua.
Como parte de su compromiso olímpico, Río prometió limpiar el 80 por ciento de la bahía de los Juegos. Pero los altos cargos del Gobierno ya han admitido que la limpieza no estará terminada para la competición.
A pesar de los millones de dólares que se han invertido durante los años, la bahía todavía sigue desprendiendo olor. Los marineros que visitaron la ciudad para torneos de prueba ya se quejaron entonces de un sofá flotando y del cadáver de un perro en el agua.
Para Fernanda Cortez, que trabaja para el movimiento medioambiental Menos 1 Lixo (Una pieza menos de basura) y que organizó esta exhibición, la limpieza de la bahía necesita más concienciación pública, así como un mayor apoyo del Gobierno.
"El Estado no es una organización mágica que pueda resolver estas cuestiones solo (...). Es realmente importante que los ciudadanos entiendan que son responsables de contaminar la bahía y que tienen un papel en su limpieza", dijo Cortez a Reuters en la propia exhibición, en el centro comercial Leblon.
"Estos artículos que se exponen no se han caído a la bahía, alguien los ha tirado allí", añadió.
El biólogo marino Marcelo Szpilman calculó los precios de las piezas de basura, estimando el coste del daño medioambiental de cada uno, dependiendo de cuánto tiempo tarda en descomponerse.