BERLÍN (Reuters) - Manfred Lehmann evita lugares emblemáticos de Berlín como la puerta de Brandenburgo, donde vendedores ambulantes ofrecen antiguas medallas de la República Democrática Alemana y hay estudiantes posando con uniformes de guardia para los turistas, en un doloroso espectáculo para este hombre de 71 años que fue encarcelado por oponerse al estado socialista.
"Para nosotros, las víctimas, es un circo de mal gusto. La forma en la que se pasean los antiguos símbolos y las banderas. Muestra una falta de respeto hacia los que sufrieron. La RDA era una dictadura", dijo el ex mecánico.
Lehmann es uno de los miles de visitantes, en su mayoría pensionistas, que acudieron el fin de semana a la reinauguración del antiguo cuartel general de la Stasi, el servicio secreto de la Alemania Oriental, un lugar que ve como un contrapeso a la creciente comercialización y trivialización del Berlín Oriental.
"Quería ver cómo está conservando este lugar para el futuro, cómo se está representando el tercero", dijo ante el soso edificio de piedra, construido en 1960 en el suburbio de Lichtenburg, y hoy identificado como Museo de la Stasi.
Lehmann, un hombre delgado y que camina despacio con su chaqueta roja y su mochila, pasea por el museo con intenso interés. El Estado le paga una "pensión de víctima" de 250 euros al mes para compensarle por el tiempo en el que estuvo entrando y saliendo de prisión y por sus profundas cicatrices psicológicas.
El temor a que el reacondicionamiento de las oficinas empleadas por Erich Mielke, que dirigió la campaña de vigilancia y represión de la Stasi durante 32 años, pudiera haber conllevado una pérdida de autenticidad resultó infundado.
La sobria serie de habitaciones con paredes color mostaza, paneles de madera en las paredes y suelo de parqué, con teléfonos viejos y centralitas en las mesas, ofrece una vívida imagen de una burocracia siniestra y formidable, capaz de destruir las vidas de los ciudadanos a voluntad.
En otra parte del complejo están los millones de documentos en los que los agentes de la Stasi registraban los detalles de la vida de la gente.
"Es impresionante lo poderosa que es la sensación que recibes aquí. Quería descubrir algo de Mielke, ver dónde trabajaba. Pero no quiero ver mi documento de la Stasi. Creo que es algo que es mejor dejar en el pasado", indicó Lothar Karas, de 63 años.
Desde el colapso de la RDA en 1989, que llevó a un eufórico saqueo de la antigua sede de la Stasi, unos 2,8 millones de personas han solicitado ver su archivo de la policía secreta, un proceso que ha traído dolorosas revelaciones para algunos, como descubrir que compañeros o amigos cercanos habían informado sobre ellos.
PELEA POR EL SOFÁ
Alemania se ha visto en dificultades para ofrecer una presentación atractiva y completa de la historia en la Alemania Oriental, según va pasando cada vez más tiempo y llega una nueva generación que no experimentó la división del país.
Pero las emociones pueden estar a flor de piel, al fundirse el ámbito personal y el político. En la oficina de Mielke casi se inició una pelea cuando un ex berlinés del este, que expresó su diversión por reconocer un diseño familiar de sofá, oyó a un ex alemán occidental murmurar "qué color más horrible".
"¿Cree usted que lo elegíamos nosotros? ¿Cree que simplemente teníamos mal gusto? No había nada más, no teníamos ninguna elección en absoluto", exclamó, para sorpresa de otros visitantes.
Berlín en particular, que recibe el doble de turistas que hace una década, tiene que satisfacer un gran interés por el lado oriental y el muro que dividió la ciudad entre 1961 y 1989 y que ha desaparecido casi por completo.
Los negocios privados que apelan al interés de los visitantes en la Alemania Oriental han florecido, mientras las autoridades han reabierto como museo el llamado "Palacio de Lágrimas", punto de entrada y salida a la RDA para ciudadanos del lado occidental, en un intento de mantener los lugares auténticos en el recuerdo.
"Creo que ahora estamos dando con el equilibrio adecuado", comentó Dietmar Woidke, ministro del Interior del estado de Brandeburgo, en el este del país. "En el pasado, en los 90, había una auténtica nostalgia por los viejos tiempos, pero creo que hemos superado esto. Hay un amplio reconocimiento de que esto era una dictadura, pero también de que Alemania del Este tenía sus lados raros y estrafalarios".
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