Cultura

Peter Zumthor: humanista, minimalista y esencial

Peter Zumthor (Basilea, 1943) no es un arquitecto al uso. Ni tan siquiera es un arquitecto. Es un poeta, un poeta del espacio y los volúmenes, que escribe versificando prismas y planos que niega al mercado con la obtusa negación de un lugareño, de un agrimensor, que otea, mide, valora cada partícula de tierra o de material con el que va a trabajar. En el fondo es, así le gusta verse, parte mismo de una obra nutrida por el material, el lugar y la memoria.

Es un ebanista que mudó en arquitecto, obsesionado por el material y el espacio en el que elabora sus construcciones, plenas de traslucidez y transparencia, como el Museo de Arte de Bregenz (Austria); por la perfección formal, por la lentitud de la transformación, por la irreversibilidad de la acción sobre la naturaleza.

Por eso construye sólo en ella, sobre la tierra, sobre el bosque, sobre la naturaleza, trabajando directamente sobre adoquines de vidrio, sobre las lozas de cuarcita, que, por ejemplo, jalonan su gran obra maestra: las termas de Vals (Suiza), que inauguró después de diez años de trabajo en los Alpes y que se ha convertido en centro de peregrinación para sus devotos.

Una obra de 1996 descrita por Zumthor como lo haría un poeta, construida como la haría un poeta, un chamán que se siente parte de la piedra que cava: "Montaña, piedra, agua. Construida en la piedra, construida de la piedra, construida con la piedra, construida dentro de la montaña, cavada de la montaña, hecha dentro de la montaña".

La naturaleza como protagonista

Zumthor, confinado voluntariamente a la montaña, a exquisitas construcciones cercadas por una espiritualidad arcana y una voluntad de crearlas a imagen y semejanzas de las antiguas aldeas que admira: con lo que da la propia naturaleza que le rodea. En 1998 ya ganó el Premio Carlsberg, que, antes de él, tan sólo habían ganado Tadao Ando (1992) y Juha Leiviskä (1995). Y en 1999 el Mies Van der Rohe.

Los arquitectos se dividen entre el desdeño al eremita y la admiración por el prodigioso constructor de la materia, quienes le admiran lo adoran como un dios terrícola, del que da, por otra parte, la imagen con sus barbas blancas y lentiscas, su rostro macilento tallado por la naturaleza, que le dan un halo de maestro sereno y bondadoso. Es un mito.

Lo era ya a finales de la década de los 80, cuando apenas se había establecido con oficina propia y dado a conocer con tres obras minimalistas, creadas en madera y consolidadas en su propio entorno de una manera casi religiosa: un cajón escultórico para cubrir una excavación arqueológica en Chur (Suiza), un cobertizo hermético transformado en su propio estudio, en Haldenstein (Suiza), y la capilla de San Benedetto, en Grigoni (Suiza), que semeja una nao misteriosa en medio del campo.

Desconocido, pero alabado

Era reverenciado. Y lo será ahora mucho más. Aunque siga siendo un desconocido para el gran público, lo que él insiste una y otra vez en mantener "en él está esa parte del encanto de ser, verdaderamente, considerado la antítesis de los arquitectos estrellas", abominando de construir en Gran Bretaña o en Estados Unidos, de cualquier construcción que sea o semeje ser un antro comercial, cuyo coste sea sencillamente tan elevado como innecesario y, por supuesto, esté enmarcada más allá de la naturaleza.

Aunque, por ejemplo, en Colonia firmó el Museo Kolumba, sobre los restos de una antigua iglesia románica. Excepción que ya tomo en algunas de sus escasas obras de los 90: una residencia de ancianos también en Chur (1989-1993), la Casa Gugalun, otra vez en Grigioni (1990-1994) y el Complejo Residencial de Spittelhof, en Basilea (1989-1996).

Además del pabellón suizo en la Expo de Hannover (1997-2000). Un arquitecto "sabio, inexorable y dulce, que construye recordando los objetos y los paisajes de su infancia", según Fernández Galiano. La imagen de una arquitectura humanista, minimalista y esencial.

Relacionados

WhatsAppFacebookTwitterLinkedinBeloudBluesky