Cine

"Yo soy el amor", el cine que no amaba las palabras

Madrid, 19 may (EFE).- El realizador italiano Luca Guadagnino orquesta un exuberante melodrama operístico en "Yo soy el amor", cuya "prima donna" es Tilda Swinton y en el que el cineasta defiende la debilidad de la palabra: "Una revolución verdadera la llevan a cabo las personas cuyo lenguaje no está siendo escuchado", asegura.

"Odio los diálogos. Hablar es una fatiga mortal. Sería precioso no necesitar hacerlo", espeta este cineasta siciliano en una entrevista con Efe.

Quizá por eso, el título de esta película, "Yo soy el amor (Io Sono L'amore)", aunque parte de una ópera de Umberto Giordano, es también una estructura sintáctica de lo más simple que desafía "a tantos títulos que tienen la palabra amor de una manera absurda", dice el cineasta.

La cinta, que se estrena el próximo viernes en España y perpetúa la relación del director con Tilda Swinton después de haber rodado un documental-entrevista sobre su vida, se sitúa en Milán para tejer las distintas y lujosas capas de una saga familiar.

Presentada en festivales como Toronto y Venecia y alabada por la crítica británica, su gran virtud reside en cómo Guadagnino compensa esa alergia al discurso oral y carga las tintas sobre los demás elementos, hasta convertir "Yo soy el amor" en una desbordante experiencia sensorial de música, vestuario, comida y pasión.

"El lujo es el lujo. Tienes que abordarlo de manera seria y no puedes ser genérico, porque es un error", afirma el cineasta, quien ha vestido a sus actores con carísimas marcas, los ha envuelto en música de Mahler y no ha escatimado en la búsqueda de majestuosos decorados.

Tanto despliegue para abordar de manera atípica un núcleo fundamental del cine italiano: la familia. Los Recchi, una poderosa estirpe milanesa que vive un momento de sucesión en el que las bisagras empiezan a chirriar.

"Está claro que una dinastía desarrolla un código de comportamiento genético para sobrevivir y mantenerse y, a la vez, es interesante ver cómo una dinastía burguesa se encuentra con el hecho de que es una clase muerta", asegura Guadagnino.

En ese vano intento de cohesión, son dos los personajes que dinamitan el entramado. La matriarca, una rusa "adquirida" por el cabeza de familia como una obra de arte y el cocinero, Antonio, que diseña los pantagruélicos banquetes que reúnen a todos los miembros del clan.

"Antonio es considerado un elemento decorativo de sus vidas. La madre -interpretada por Swinton- es entendida como una mujer amorosa pero inocua. Estos dos personajes serán los que harán las cosas más letales para una clase social que infravalora erróneamente el sentimiento", afirma el cineasta.

"Yo soy el amor" hila, entonces, la propia filosofía de su autor: "He aprendido a seguir los imperativos del placer más que los del deber y disfruto la belleza de cuando estas dos cosas coinciden", asegura. Y con esa búsqueda exigente de la satisfacción personal es cuando se agrietan las tradiciones y sobran las palabras.

"Por eso utilicé la comida, porque me parece una buena metáfora de comunicación silenciosa. Cuando se come no se puede decir ni una palabra porque es de mala educación hablar con la boca llena" y su filme resuelve el clímax con un simple plato de sopa.

"Para mí la debilidad es la incapacidad que a menudo tenemos de darnos cuenta de que lo que decimos explica una cosa muy distinta a lo que queremos explicar", concluye el realizador, y esta película se ciñe a la complejidad, a veces a la ambigüedad y siempre a la fascinación por el universo femenino.

Mateo Sancho Cardiel

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