Asia

Los manifestantes 'camisas rojas', en plena retirada tras los disturbios en Tailandia

Son las 2:45 de la madrugada en Bangkok, cinco horas menos en España. Los alrededores de la sede del Gobierno tailandés, donde a principios de mes varios miles de manifestantes tomaron la zona en protesta por lo que ellos creen fue un atropello democrático, se ha convertido prácticamente en el último bastión de la resistencia antigubernamental. La derrota se palpa en el ambiente.

Y en los rostros de los pocos cientos de seguidores que, ataviados con las ya célebres camisetas rojas, escuchan alrededor de un escenario las proclamas de uno de sus líderes. Hace tan sólo 24 horas, el mismo lugar estaba completamente abarrotado.

Jóvenes, niños, mujeres, ancianos... todos ellos disfrutaban del ambiente festivo en torno a la protesta política. Durante el fin de semana se habían apuntado dos victorias sonadas: asaltar la sede del ministerio del Interior y reventar la cumbre de la ASEAN en Pattaya.

Un día de exaltación

Así que en las carpas improvisadas comían rancho y bebían gratis por cortesía del ex primer ministro Thaksin Shinawatra, que según las malas lenguas financia la revuelta desde el exilio. Otros se hacían masajes en los pies, se hacían fotos o charlaban animadamente entre el gentío mientras aplaudían los discursos. Eso fue ayer, horas antes de que el Ejército tailandés lanzara la ofensiva que ha logrado restaurar parcialmente el orden en las calles de la capital.

Con la ofensiva militar, hoy las cosas son distintas. El perímetro de seguridad conquistado a base de barricadas y autobuses cruzados ha retrocedido y está mucho más cerca. Lo que significa que el Ejército se ha abierto paso entre los autobuses ardiendo y rodea ahora el bastión donde se atrincheran los que resisten a claudicar. A apenas cien metros, los soldados armados con fusiles de asalto descansan a la espera de recibir órdenes. Están en silencio. No hay tensión. Saben que lo tienen ganado.

El silencio reina en la capital

Dentro del perímetro permanecen varios cientos, quizás un millar o más entre los que ya no hay niños ni ancianos. Quienes ayer tenían un negocio de comida callejera en alguna de las carpas también se han ido. No queda casi nadie y los que siguen ahí son, mayormente, gente joven o de mediana edad, con predominio de hombres. Lejos del escenario de los discursos, casi todos duermen tirados en el suelo sobre colchonetas o cartones. Los que están despiertos, apenas hablan. Están derrotados.

Cerca del escenario, los que siguen las intervenciones aplauden tímidamente de tanto en cuanto. Ya no hay júbilo, pero se quedarán allí hasta que los saquen. "Esto no habrá concluido hasta que muera el primer ministro", explica un joven ligeramente exaltado. A su lado, otro matiza: "No nos iremos. Pero si vienen los militares, hablaremos con ellos". Cerca de una de las barricadas levantadas con chapa y maderos, varios jóvenes con casco y actitud desafiante parecen dispuestos a resistir. Pero son muchos menos que el domingo.

Las protestas tocan su fin

La impresión, a esa hora de la madrugada, es que las protestas que han puesto al país en jaque en los últimos días tocan a su fin. Los militares podrían entrar inmediatamente y no encontrarían oposición, pero las órdenes del Gobierno han sido tajantes a lo largo de la intervención: hay que dispersar a los manifestantes pero con la menor violencia y sangre posibles. Ello les mantiene en la distancia, sin intervenir. En cualquier otra circunstancia, las fuerzas de seguridad habrían barrido el lugar en cuestión de minutos.

Precisamente por lo anterior, ahora mismo no parece que la situación vaya a derivar en más violencia, aunque también es cierto que entre los que resisten, están los más entregados a la causa. Un portavoz de los 'camisetas rojas' reconoce incluso que su pretensión es "resistir hasta el final", aunque añade que quizás es "el momento de irse". El fin del asedio a la sede del Gobierno tailandés en Bangkok tiene las horas contadas.

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